Juan Arturo Brennan
Música, medios, difusión

En tiempos recientes, se han debatido en diversos foros algunos asuntos que tienen que ver con el espinoso problema de la difusión de la música mexicana de concierto, difusión que suele ser mezquina e incompleta, mediatizada por numerosos factores que poco tienen que ver con la música misma. En este contexto, y en el marco del Primer Encuentro Universitario de la Composición en México, hace unos días participé en un pánel en el que se discutieron diversos temas relativos al lugar que ocupa nuestra música de concierto en el ámbito de los medios de difusión. A manera de tormenta de ideas, describo aquí algunos de los conceptos que se manejaron en esa sesión (que por cierto estuvo muy poco concurrida), con la intención de que puedan hallar eco en las instituciones que tienen responsabilidades de difusión musical.

En el rubro de las ediciones, es claro que la música mexicana debe competir en desventajosas condiciones ante una larga tradición de música europea que conforma la parte más significativa de la actividad interpretativa. La escasa posibilidad de editar y distribuir adecuadamente las partituras de nuestra música tiene como parámetro fundamental la ausencia de un mercado viable, en el entendido de que los intérpretes no adquieren partituras de música que no llama la atención del público. Y si bien este problema puede abordarse desde el punto de vista de la necesidad de crear un mercado y luego satisfacerlo, también es cierto que en el fondo se trata de la ausencia de sólidos cimientos de educación cultural y musical que rompan con el círculo vicioso de las repetitivas y excluyentes programaciones que suelen dar un lugar secundario a la música mexicana.

En lo que se refiere a las grabaciones ocurre algo similar: los pocos discos de música mexicana de concierto, que por lo general están muy mal distribuidos, deben competir con los aplastantes mecanismos de distribución de las disqueras trasnacionales, con artistas cuyos nombres representan ventas y, de nuevo, con repertorios trillados y repetitivos, pero que venden mucho más que Chávez, Lavista o Márquez.

Sencillamente, producir discos de música mexicana de concierto no es negocio, a menos que se trate de lanzar al mercado la enésima grabación del Huapango de Moncayo. Sobre este tema surgieron en la mesa redonda un par de ideas interesantes y eminentemente prácticas. Por un lado, se propuso la creación de una compañía grabadora nacional a la que las distintas empresas de grabación y distribución podrían aportar recursos diversos con el fin de comenzar la ardua pero imperativa tarea de grabar toda esa música mexicana importante que aún no ha sido registrada en ningún formato. Es probable que con un esfuerzo conjunto de esta naturaleza pudiera resolverse muchos de los problemas económicos evidentes que hay alrededor de cualquier proyecto de grabación de música no comercial. Como complemento de este concepto, se mencionó también el triste y muy real caso de nuestras instituciones de difusión cultural, que en el rubro de los discos de música mexicana han realizado una labor muy incompleta.

En este sentido, suele ocurrir con alarmante frecuencia que cuando finalmente se produce un disco con música mexicana de concierto, las instituciones oficiales, que no tienen la presión de la recuperación económica, guardan la producción en sus bodegas, se olvidan de los discos, que de inmediato se vuelven inaccesibles, y años después los hacen aparecer en extrañas condiciones de venta de garaje. Ante esta situación, se antoja relativamente fácil que esas instituciones se pongan en contacto con algunos canales de difusión y distribución más allá de sus propias e inertes burocracias y, sobre todo, que permitan que los propios compositores e intérpretes involucrados tomen parte en las labores de distribución, cosa que sin duda harían con interés singular y, en el mejor de los casos, con mayor eficiencia que esas instituciones.

Uno de los tópicos más controvertidos en esta mesa redonda fue el del papel que juegan (o dejan de jugar) los medios de comunicación en lo que se refiere a la difusión de la música mexicana de concierto. Es un hecho que tanto la radio como la televisión de nuestro país tienen una historia vergonzosa en cuanto a dar a nuestra música de concierto los espacios indispensables para su diseminación. De nuevo, en la base de este problema se encuentran mezquinas pero muy reales consideraciones de mercado contra las cuales es harto difícil luchar, pero también es cierto que en nuestros medios electrónicos existe un nivel preocupante de ignorancia respecto de la música mexicana, lo que de nuevo remite el problema a la educación cultural y musical básica. Respecto al trabajo de difusión de nuestra música en los medios, urge también una profesionalización cabal de guionistas, productores y realizadores involucrados con la música de concierto, porque cuando un productor de noticias o deportes decide súbitamente convertirse en productor de televisión cultural-musical, los resultados son patéticos. Como colofón de estas observaciones quiero enfatizar que en el cimiento de todos los temas examinados en esa mesa redonda se encontró que el problema básico es educativo. Ahí está el dato para las instituciones que quieran tomar cartas en el asunto.