El sistema bancario, como toda la economía argentina, presenta síntomas preocupantes y el gobierno del presidente Carlos Menem ha optado por tender una red de seguridad para evitar que dicho sistema, que podría caer, reproduzca la crisis mexicana de diciembre de 1994.
Es obvio que la medida misma ha acentuado la inquietud que ella buscaba apaciguar, pues la idea misma de pedir prestado más de seis mil millones de dólares (y aumentar así la deuda argentina) para evitar un peligro, evoca de inmediato la posibilidad concreta de una crisis financiera y hacer pensar en el riesgo que se quiere ahuyentar.
Es igualmente evidente que, si la crisis mexicana se comunicó a la Argentina, una posible crisis financiera en ese país tendría efectos no solamente en sus asociados del Mercosur, sino también en todos los países llamados ``emergentes'' (como México), pues la mundialización de la economía desviaría las inversiones hacia otros puertos más seguros (como China o la misma India). Si el presidente Menem, por ejemplo, no pudo ni siquiera inaugurar una nueva planta de la Fiat en la ciudad de Córdoba, debido a una huelga, la combinación entre la inquietud económica, la social y la política no crea, en efecto, el mejor clima para las inversiones extranjeras que son indispensables para dar estabilidad al sistema financiero argentino.
Las aseveraciones oficiales, por lo tanto, sobre la garantía que el nuevo préstamo ofrecería al 30 por ciento de los depósitos bancarios no aportan realmente tranquilidad a mediano plazo, ya que si bien en México, en diciembre de 1994, escapó 17 por ciento de las divisas, nada indica que una eventual crisis más profunda en Argentina no pueda llevar a una fuga de capitales de mayor magnitud o incluso equivalente al ``dinero fresco'' que acaba de llegar a Buenos Aires.
La base de la inestabilidad no reside, además, en la falta de respaldo suficiente en divisas para los sistemas bancarios en dificultades, sino en el saneamiento de las economías, el desarrollo del mercado interno y del ahorro nacional, la credibilidad política de los gobernantes, la paz social.
Las ``soluciones'' técnicas, por lo tanto, no son soluciones reales, aunque puedan servir en lo inmediato para ganar tiempo y apuntalar transitoriamente una política que se tambalea. Este no es un tiempo para la cosmética.