Jukka Doctor Ammondt, es profesor de literatura en la Universidad de Jyvaskyla, en Finlandia. Su nombre ya es dato suficiente para sospechar que se trata de un profesor extraño. ¿O a quién se le ocurre convertir su grado académico de doctor, en su apodo? Hace unos años el doctor, tratando de vislumbrar bien la escena que deformaban sus lagrimones, vio como su esposa y su hija, hartas de sus recetas literarias o de sus tomos medicinales, abandonaban su casa en busca de otro doctor que no las enfermara. Nadie sabe bien la causa de este abandono aparentemente artero. Jukka se quedó solo en su casa, que por cierto estaba enmedio del bosque. Para exorcizar aquella depresión infernal, transformó la sala y el hall en un laboratorio semejante al que usaba aquel otro doctor famoso de apellido Frankenstein. En lugar de las mesas para aserrar miembros, los alambiques y el molde de tamaño monstruoso, Jukka llenó el es- pacio de micrófonos, instrumentos musicales y consolas de grabación. Y así, con la mirada perdida en el bosque de la ventana, concibió su Frankenstein musical, ayudado por su amigo Teivas Oskala, un doctor en latín que no cometió el exceso de apodarse con su grado académico. Este monstruo, que más tarde se convirtió en un disco, era una colección de tangos finlandeses cantados en latín. La obra fue recibida con un inexplicable entusiasmo por las autoridades de El Vaticano (¿o les habrá emocionado tanto el latín?), y con un comentario sarcástico en Buenos Aires; un crítico de música escribió (y nunca sabremos que tan voluntario fue su sarcasmo): ``Estos tangos finlandeses son un poco fríos''.
Pero la depresión que dejaron su esposa y su hija al abandonarlo siguió paseándose por el laboratorio de Doctor Jukka, y al cabo de unos años se encontró en la necesidad de volver a exorcizarla. Entonces recurrió a su amigo el latinista para producir juntos un segundo Frankenstein musical en el laboratorio. El latinista se puso a traducir al latín baladas de Elvis Presley y dejó que el doctor Jukka las interpretara. El resultado fue un álbum de nombre (lo escribo en inglés, pensando en que será menos complicado que el finlandés) The legend lives forever.
Por si fuera poco, un tercer Frankenstein, todavía humeante, acaba de salir del laboratorio: una nueva colección de canciones de Elvis, que El Vaticano también celebró con varias menciones en sus homilías de horario triple A. Nada mejor que una muestra para ilustrar el producto. La canción ``Love me tender'' dice así en su versión original: ``Love me tender, love me dear, tell me you are mine. I'l be yours through all the years, till the end of time''. Esta podría ser una aproximación al español: ``Amame tiernamente, ámame querida, dime que eres mía. Seré tuyo a través de los años, hasta el final del tiempo''. La letra no era nada del otro mundo, hasta que el latinista la pasó al latín y entonces la convirtió en una letra de, efectivamente, el otro mundo: ``Tenere me ama, dio meam esse te. Tuus sum per saeculum in perpetuum''. A esta letra, que bien merecería un amén al final, hay que sumarle la voz terregosa del doctor Jukka, que no escatima en lanzarse, cuando es necesario, detrás de un falsete espeluznante. Este nuevo álbum tiene el nombre de Rock in latin, y contiene 10 temas que son lo último que le faltaba a la memoria de Elvis Presley. El doctor Jukka y su carnal Oskala aseguran, sin ningún empacho, que ``se trata de seguir el camino del humanismo musical, al mismo tiempo que devolverle al latín lo que siempre fue: una lengua eterna''. Esta es otra de sus declaraciones: ``Ha llegado el momento de darle rienda suelta al espíritu, y este es el momento del rock''.
Pero la cosa no termina con este tercer Frankenstein, el doctor trabaja incansablemente en su laboratorio, uniendo su esfuerzo con el de su latinista de cabecera, con el objetivo de sacar un cuarto mamotreto que contendrá los éxitos de Los Beatles en latín, cantados con su voz terregosa.
El amplio club de detractores que tiene la obra del doctor Jukka en Finlandia reza en latín para que regresen su esposa y su hija, y con ellas la sala y el hall, que por lo pronto siguen funcionando como laboratorio.