La democracia tiene como principios fundamentales la soberanía popular, la representación política, la división de poderes y la garantía de los derechos individuales y sociales.
Un Estado es democrático cuando el poder está distribuido entre órganos independientes entre sí, cada uno de los cuales ejerce controles recíprocos sobre los demás, de tal modo que, al impedirse el uso abusivo de la parte del poder (competencia) que tienen conferida, estén garantizados la libertad y los derechos constitucionales de los destinatarios de la actividad del conjunto de dichos órganos.
Para que la distribución y los controles recíprocos del poder funcionen en la realidad, es indispensable que la decisión de atribuir la titularidad de los distintos órganos a determinadas personas tenga como fuente la voluntad general, expresada de manera clara y comprobable. La soberanía popular, la representación política y los sistemas electorales, son los principios originarios y los medios instituidos para que la democracia opere en la dinámica de la formación del poder, y para que el ejercicio de éste se lleve a cabo con sujeción al orden constitucional establecido y para que el Estado cumpla sus fines.
A estos componentes inexcusables del sistema político conocido como constitucionalismo democrático, se pretende agregar un elemento espurio: la sucesiva alternancia de distintos partidos en la detentación y ejercicio del poder. Afirmo que es espurio, porque esa alternancia no podría ser establecida como precondición en un sistema democrático, sin incurrir en una flagrante contradicción; implicaría violentar la libertad de sufragio y adulterar la soberanía popular si se impusiera a los electores la restricción de que, en cada periodo, no podrían elegir sino a un partido distinto del que haya gobernado en el anterior.
En rigor, la alternancia en el ejercicio del poder tendría que ser consecuencia de la democracia, pero jamás prerrequisito. Los sofismas para incorporar un concepto dentro del otro y presentarlos como un binomio inseparable, además de ser una engañifa, revelan la carencia de escrúpulos y las tácticas dolosas de los partidos pseudodemocráticos en la lucha por el poder.
La continuidad o la alternancia son precisamente las opciones que se ofrecen periódicamente al electorado y tan democrática es la decisión en favor de una, como podría ser la que se inclinase por la otra. Desconfiemos de quienes invocan la democracia para desnaturalizarla, erigen la alternancia como dogma de fe y condenan como herejes a quienes persisten en votar conforme a los dictados de su conciencia cívica, sus intereses sociales y su convicción política.
Pueden darse casos de alternancia que tengan por origen una decisión antidemocrática. Cuando Carlos Medina Plascencia fue ungido como gobernador de Guanajuato, triunfó la alternancia pero se burló a la democracia. Lo sucedió Vicente Fox en la detentación del poder, culminando la maniobra continuista preparada de antemano. No hubo alternancia, pero su partido acepta sin recato alguno que mantenerse en el poder dos periodos consecutivos es producto de la voluntad democrática de los guanajuatenses. ¿Entiende usted la congruencia y la ética política del PAN?
Un caso similar es el de Baja California. La primera concertacesión del sexenio salinista entregó la gubernatura a Ernesto Ruffo y ahora transcurre, enmedio de una ola de irrefrenable violencia y crímenes impunes, el periodo de Héctor Terán. ¿Podría decirse que hubo alternancia porque el primer periodo lo ejerció el neopanista y en el segundo desgobierna un destacado miembro de la corriente tradicional?
El disfraz democrático le queda cada vez más holgado al partido que fue aliado estratégico y principal beneficiario político del salinato. No tiene razón su dirigente Felipe Calderón en sostener que la alternancia no genera por sí misma inestabilidad. La hemos vivido dentro de la aparente continuidad de un mismo partido, cuando políticos y funcionarios de probada aptitud y rectitud fueron desplazados por aprendices de brujo, incapaces de controlar las fuerzas por ellos mismos desatadas. Y en esto se les parecen los panistas, enfermos de arrogancia y carentes de los valores insustituibles que da la experiencia.