Angeles González Gamio
Las pastorelas

Esas simpáticas representaciones teatrales, alusivas al nacimiento de Jesús y la lucha entre el malvado Luzbel y el arcángel San Gabriel, han tomado auge en años recientes. Populares en siglos pasados, solían llevarse a cabo tanto en teatros como en las casas, actuadas por la familia. En esta centuria la costumbre se fue perdiendo, hasta que hace alrededor de 30 años Miguel Sabido y Jaime Zaldívar las revivieron en el antiguo convento de Tepozotlán, en donde a la fecha se siguen representando.

En el Centro Histórico se presentan varias, en lugares de rico pasado y belleza presente. La Casa de la Acequia, esa hermosura dieciochesca que aloja al Ateneo Español, que dirige con amor y entrega notables Leonor Sarmiento, manteniendo vivo el espíritu del exilio, presenta la ``Pastorela Serendipity'', con un buen elenco que dirige Jorge Ramos Zepeda. Está ubicada en Isabel la Católica 97, esquina San Jerónimo, enfrente del Claustro de Sor Juana, y se distingue por su color ocre, contrastando con los marcos de cantera, el hierro forjado y los portones de buena madera.

El majestuoso Colegio de San Ildefonso, en su Patio de Pasantes tiene a Lucía Guilmain, heredera del talento materno, Mary Carmen Vela y Joana Brito, en ``Pastorela barroca''; el plan es buenísimo pues incluye cena, y si llega temprano puede ver la magnífica exposición de ``Arte popular mexicano''. Este sitio tiene, además, la maravilla de los murales que pintaron Diego Rivera, José Clemente Orozco, Jean Charlot y varios otros.

``El cielo de Belem'', original pastorela de Cristiane Alabani, está de jueves a domingo en el Teatro del Pueblo, grandiosa construcción en la calle de Venezuela que incluye el mercado Abelardo Rodríguez, mismo que se construyó en 1935, en parte de los terrenos que había ocupado el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo; algunos arcos del edificio colonial de los jesuitas aún se pueden admirar. De estilo neocolonial, muy de moda en esa época, tiene un concepto interesante, pues se buscaba que la cultura estuviera en la vida del pueblo. Así, el interior del mercado está pintado con grandes frescos de Pablo O'Higgins, Antonio Pujol, Angel Bracho, Ramón Alva Guadarrama y el escultor Isamu Noguchi, entre otros. Por cierto, hoy ese artista japonés es de los más reconocidos en todo el mundo, sus obras están en los principales museos. Adicional a esto, se construyó un teatro muy hermoso --donde se presenta la pastorela-- y una biblioteca. Todo continúa vivo, además de un cineclub de reciente creación. Esto hace imperativo que se restauren los murales.

El Museo José Luis Cuevas, que se ha vuelto casa de diversas manifestaciones culturales, presta ahora su maravilloso patio que preside la excepcional escultura de La Giganta, para la puesta de ``Una noche de diciembre en la Alameda'', espectáculo de expresión corporal de El Taller de la Comunidad. Hay que recordar que la impresionante construcción fue el convento de Santa Inés, cuya iglesia permanece adjunta, abierta al culto y cuya cúpula con hermosos azulejos se asoma por el gran domo transparente. Curiosamente en ese templo se encontraba la Cofradía de los Pintores, que trabajaban como alumnos o maestros en la cercana Academia de San Carlos. Estos artistas seguramente estarán felices de que ahora se muestre arte en lo que fue el convento. Adicional a la colección permanente y a la deliciosa Sala Erótica, con obras de José Luis Cuevas, todo el tiempo hay excelentes exposiciones temporales, como la de estos días, que ha llenado los muros de encantadores seres mitad pez, mitad mujer, plenas de colorido, obra del pintor Guy Rosille, bien titulada El baile de las sirenas.

Otro evento navideño son los nacimientos; este año el Museo Serfín, ubicado en la calle de Madero 33, en una de las que fueron las famosas casas de don José de la Borda, presenta 40 nacimientos indígenas hechos de materiales tan diversos como totomoxtle, holajata, madera de nopalillo y otros. Por otra parte, el renovado Teatro Metropolitan, con su directora Tala Menéndez, ha recuperado las tradiciones y por vez primera expone un enorme y bello nacimiento, que fue excelente marco para la posada que organizó, con la entusiasta participación de vecinos y transeúntes, en las calles de los alrededores.

Y hablando de tradiciones, qué mejor que ir al Café de Tacuba, en la calle de ese nombre, a degustar unos crujientes buñuelos bañados de miel de piloncillo, acompañados de un rico chocolate con espuma de molinillo, y disfrutar la hospitalidad de su dueña, Gabriela Ballesteros.