MAR DE HISTORIAS Cristina Pacheco
El día de suerte
Después de navegar en una maraña de cifras y agradecimientos, el licenciado Campos se dispone a concluir su discurso. Como en la leyenda que adorna la bodega convertida en salón de fiestas, en su mensaje sólo varía, de un diciembre a otro, la cifra del año: ``Techos y Corrugados les desea Feliz Navidad 1996''.
El gesto complacido de los asistentes al festejo se borra cuando el jefe de Operaciones solicita de nuevo su atención: ``Sé que este año les pedimos un esfuerzo adicional. Para agradecerlo tendremos un sorteo navideño extraordinario''. Ajeno a los silbidos burlones, el ejecutivo alarga el brazo hacia un improvisado escenario: ``Y para amenizarlo queda con ustedes el cantante y animador de talla internacional Danny Mancini...''
--¿Danny qué?-- pregunta Celeste, la contadora, a su vecino de mesa.
--Mancini, pero creo que más bien debería llamarse mensini. ¡Qué facha! --Pedro Mireles se refiere al atuendo del animador: una serie de prendas desiguales de diversos colores sobre los que domina el negro. El recurso no basta para afinar la silueta del cantante que agradece el aplauso tibio de los comensales.
--¡Qué hígado! --dice Pedro, celoso por la forma en que Herlinda, su inalcanzable presa, mira al cantante que ya interpreta Feliz Navidad--. El güey se siente Marco Antonio Muñiz, pero que me perdone porque no le llega ni a los talones.
--Como si tú cantaras tan bien --le recrimina Herlinda, satisfecha de saberse causante del encono.
--Echale un pesito a la rockola, güera, y ¡para qué te cuento! Vas a oír un falsete de poquísima...
--¿Te sale muy bien? --pregunta Herlinda sin ocultar su segunda intención.
--Modestia aparte, me sale un chorro... de voz. No soy como el cuate ése, que no alcanza ni un chisguete. Oigan cómo desafina.
--Ay, Pedro, fíjate que a mí sí me gusta cómo canta --afirma Celeste, sin darse cuenta de que su comentario provoca un intercambio de miradas maliciosas y burlonas.
--Porque a las mujeres cualquier mono que se sube a un escenario las vuelve locas. ¿No es cierto, Fermín?
--En esta mesa hay mayoría de viejas. Ya no le busques porque vamos a salir raspados--. Luego de beber los restos de su cuba. Fermín agrega: --La verdad, no le he puesto atención. A mí de estas fiestecitas lo único que me interesa es el sorteo.
De la mesa próxima se levanta un rumor: ``el sorteo, el sorteo...'' Al escucharlo, Danny interrumpe su canción y con el micrófono en alto espera hasta que el murmullo se convierte en griterío: ``el sorteo, el sorteo''. El animador comprende que una vez más tendrá que renunciar a sus aspiraciones de cantante, pero aun así conserva el suficiente entusiasmo para dirigirse a su público:
--Ustedes dicen ¿pasamos al sorteo? Que se oiga fuerte, que se escuchen esas palmas. Todos arriba: sor-te-o, sor-te-o... --Por primera ocasión Danny siente la respuesta del público. Para agradecerla se despoja de su chaleco amarillo, hace con él remolinos en el aire y lo lanza hacia los invitados que, atónitos ante lo repentino del gesto, callan hasta que ven la prenda caer sobre los hombros de Celeste.
Cohibida, no oye los aplausos y las felicitaciones. Cuando ve que el animador se aproxima, intenta devolverle su chaleco:
--Me cayó a mí. Iba a regresárselo pero usted se me adelantó.
--¡Pero cómo! Es un regalo. ¡No vas a ponértelo? --La pregunta de Danny es inmediatamente desplazada por el estribillo que entonan los comensales: ``Que se lo ponga, que se lo ponga; que se lo ponga, se lo ponga ya...''
--Hazles caso a estos salvajes, Celeste, porque si no nunca van a dejarte en paz -- murmura Herlinda al oído de su compañera. --A ver, te ayudo. ¡Qué bárbara: te quedó perfecto! Y con el amarillo se me hace que se aviva más tu cara...
--Preciosa, de verdad... --afirma Danny que, siempre consciente de su público, se vuelve hacia la concurrencia:-- ¿No se ve preciosa mi amiguita? Por cierto, ¿cómo te llamas?
--Celeste...
--Aquí le decimos Ce --aclara Herlinda, ansiosa de atrapar la atención del animador.
--Me late que hoy es tu día de suerte y también será un momento afortunado para muchos de ustedes. En buena onda, los envidio porque se van a sacar unos premios, pero unos señores premios...
--Siempre dan planchas --grita una voz anónima a la que se suman otras: --Regalan tostadoras descompuestas... Van dos años que me saco licuadora.
El licenciado Campos toma las voces como un reto y, entre silbidos, vuelve al micrófono para leer la lista de regalos que culminan en el gran premio de la noche:
--Un viaje para dos personas, todo pagado, al puerto de Acapulco.
La euforia de los asistentes se desborda en aplausos, Danny aprovecha el momento para recordarles, a ritmo tropical, que ``en el mar la vida es más sabrosa;/ en el mar, te quiero mucho más...'' Pocos atienden a la interpretación. La mayoría de los convidados revisa su contraseña para ver si en los números está la clave de su suerte.
--¿Tú cuál tienes, Ce? --pregunta Herlinda.
--Ni lo he visto. Como nunca me saco nada... --responde Celeste al tiempo que desliza su mano en el bolsillo del chaleco. Sentir el trocito de cartulina la gratifica menos que el aroma a loción emanado de la prenda.
--Porque no tienes fe, por eso. Yo en cambio hoy tengo muchísima. Necesito sacarme ese viaje. ¿Te imaginas? Me iría con Pedro... y si no, pues con otro, porque eso de irme sola a un hotel de recién casados... ¿Qué número dijeron?
--El 780. Una lavadora. Mira, se la sacó Margarita, la de intendencia --le responde Fermín desmoralizado. --Yo la quería para mi casa.
--Ay chiquito, pues yo también, pero no importa. Con tal de que Margarita no se gane el viaje, estoy contenta. ¡Qué horror! Ya parece que la veo con su mamá en Acapulco. ¡Qué desperdicio!
--La verdá que sí, porque los mariscos están muy caros--. El comentario de Fermín provoca una ola de carcajadas.
--¡Qué cosas dices, Fermín! Para no oírte, Celeste mejor se va --dice Herlinda al ver que su amiga se levanta.
--Voy al baño, te encargo mi lugar.
--Déjame tu número, ¿no? --Herlinda no obtiene respuesta. Celeste avanza entre las mesas, tropezando. Siente gran alivio cuando llega al baño. Está vacío. Eso le brinda la posibilidad de mirarse al espejo así como está, envuelta en su chaleco amarillo. Su aspecto le agrada tanto como el recuerdo de la voz de Danny: ``Amiga, es tu noche de suerte''.
Celeste corre a un gabinete apenas oye pisadas que se acercan. Oculta, inmóvil, escucha a sus dos compañeras que, frente al espejo, conversan y se retocan el maquillaje:
--Apúrale, Martita, no sea que vayan a cantar nuestro número mientras estamos aquí.
--El mío se lo dejé a Herlinda. Está loca por ganarse el viaje. Ojalá que le resulte...
--Pues te diré... Claro que sería mucho mejor que se lo ganara ella y no Celeste, por ejemplo...
--Ay Sonia, cómo eres...
--Oye, sí. Si se gana el viaje Herlinda se va a pasar todo el tiempo... bueno, ya sabes; pero Celeste ¿qué podría hacer?
--Yo digo que pasarse la noche saltando de una cama a otra... nomás que solita --dice Marta riendo y guardando a toda prisa los cosméticos en su bolsa de plástico.
Celeste puede oír los latidos de su corazón mientras sigue inmóvil en el gabinete. Un impulso extraño la lleva a meter la mano en el bolsillo de su chaleco. Mira los números impresos en la contraseña roja: 246. Memorizarlos le resulta menos fácil que destruir la cartulina y arrojarla al basurero.
Cuando Celeste entra en el comedor escucha la algarabía de los convidados y en el centro, como una flor amarilla, la voz de Danny que frente al micrófono pronuncia el número premiado con un viaje a Acapulco:
--246... Que se presente el feliz afortunado, el que dentro de unas cuantas horas comprobará que: ``en el mar, la vida es más sabrosa;/ en el mar, te quiero mucho más..''
Celeste es la única que oye la interpretación de Danny y es también la única que aplaude, satisfecha de su secreta venganza.