LA VIDA EN LAS BODEGAS
Cientos de mexicanos sobreviven devorados en las tripas capitalinas: las bodegas del Centro Histórico.
La Quinta Calle de Santo Tomás, ciudad de bodegas palpitantes, se tragó a cientos de hombres que ya no tuvieron cabida en los cinturones de miseria, a otros que por sus rostros heridos y sus cuerpos intoxicados no los admiten en las habitaciones del Distrito Federal, almacena a ``los corridos'' de las propias avenidas, eterno dormitorio de los olvidados.
Pero no son los miserables, ni los marginados, ni los pobres, ni los desempleados; son humanos que viven sorbiendo la muerte en el encierro.
Cinturones de miseria en el mercado la Merced.
Foto: Pedro Valtierra
Los primeros habitantes de Santo Tomás llegaron a la fachada del 70, un viejo queso gruyere, infectado por moho gris y un bombardeo de hoyos por donde ellos todavía respiran.
Una vez que se entra con la espalda encorvada en la puertita rojiza del número 70 de Santo Tomás suena suave y lenta una constante lágrima... Allí, ``adentrito'', como dicen ellos, el cielo es el techo y el horizonte se forma por cuatro muros encostrados que aún expulsan colgaderos negros, punzocortantes, en donde alguna vez encajaron madejas y madejas de plátanos.
Allí, ``adentrito'' no existe el viento, ni el sol, sino la hediente humedad concentrada por tanta, demasiada prisión.
Allí, ``adentrito'', estos humanos viven en bodegas, sí, en bodegas.
El recorrido comienza con una calle-pasillo-patio, y una rata greñuda con piel de puercoespín que atraviesa --como si funcionara con ``turbo''-- de la casa de Eulogio Bonifacio hacia la de enfrente, la única que tiene unos números azules escurriéndose, y que delatan el interior número 23 de la cuarta familia de ``los de abajo'', los que habitan en el primero de los tres pisos de la bodega.
Más de 100 personas viven detrás de la cortina de fierro, encajada en el número 70 de Santo Tomás; ``nosotros fuimos los que sacamos a los malvivientes que habitaban'' en el lugar hace 11 años. Ellos fueron los que sacaron los escombros con palas y manos para convertir a esta bodega en su hábitat; ellos trataron de borrar las huellas de lo que en el mismo tiempo fue un prostíbulo dividido por láminas en donde un infante de 8 años caminaba de separador en separador con agua caliente para servir a las mujeres después del coito. Ellos son los que no olvidan que parte de sus casas fueron bodegas de plátanos 20 años atrás.
La calle-pasillo-patio humedece los pies conforme en ella se avanza. Es estrecha, casi chimuela, le faltan mosaicos rosas y amarillos en sus 1.5 metros de ancho y sus 12 de largo.
Su recorrido muestra cada cuatro metros a un clan de indios, formado por lo menos por cuatro parejas, cada una con sus cuatro o cinco hijos, padres de los 10 niñitos que todavía alcanzan en ese espacio un trozo de piso congelado para dormir.
Estos indios mazahuas, ``los de abajo'', fueron los que construyeron a una lado de la calle-pasillo-patio esa hilera de casas de cinco por cuatro a fuerza de pegar tiras de palo y parches de cartón. Mientras, los del otro lado, mazahuas también, pero de Zitácuaro, Michoacán, no tuvieron alternativa más que la de formar sus casas, como si hubieran colocado cajas de cartón por el reverso.
``Cada familia vive en un pedazo que no tiene alumbrado, pero que tiene basura, ratas y por eso padecen de infecciones y enfermedades como granos y ronchas en la piel'', afirma María de la Luz Díaz, líder de las 33 familias que habitan en el 70. ``Ahí, la gente vive increíblemente mal, a pesar de que ya hemos mejorado; antes no había drenaje, no había techos ni divisiones, antes era un galerón.''
Perteneciente a la Unión Popular Nueva Tenochtitlan, la líder explica que ``desde 1985 tenemos este predio que pertenece al DDF'', por lo que actualmente su organización lleva a cabo gestiones ``para que se desincorpore y pase a ser propiedad de los que viven ahí''.
Al final de la calle-pasillo-patio se halla un lavadero que congrega por turnos a todas las mujeres del 70, allí, mientras talla la ropa de sus ocho hijos, Isidora Medina cuenta que los que viven en esa bodega ``venden, elotes, comida, lavan ropa ajena y sirven en casa''.
``Muchos no somos de aquí, venimos de Ixtlahuaca, Santa Rosa, Atlacomulco, estado de México, y algunos son de Michoacán. Nos fuimos del pueblo porque allá no hay nada, no hay comida, trabajo, no tenemos tierra, no tenemos nada''.
De espaldas al lavadero, una escalera permite abandonar esa panorámica formada por techos de hule verde, adentro de aquel queso gruyere.
Al llegar al segundo y tercer piso de la bodega todo se trata de corredores de concreto con decenas de cuartos; pero ahí no habitan indios.
En la azotea, el tercer y último piso, donde el cielo sí es cielo, los albergados aseguran que preferirían que no lo fuera porque ``si llueve'' amanecen mojados. Sus techos de lámina de cartón están atestados de círculos tamaño granizo.
Cuatro escalones del tercero al segundo, 26 del segundo al primero, otra vez la calle-pasillo-patio y la lágrima que suena suave y lenta y que viene de los techos mordidos, del congestionamiento en las coladeras, de los orificios que parecen salpullido en las paredes...
La 69
A unos pasos, fuera de la cortina rojiza del 70, enfrente, atravesando la calle, la bodega del 69 de la Quinta Calle de Santo Tomás. Otra vez la mismas condiciones, otra vez la manzanas formadas por casas de plástico, otra vez familias, pero éstas de Veracruz en el encierro. Otra vez se trata de lo que fue una bodega de plátanos.
La diferencia ``es que ésta es la única bodega de la calle en donde se paga renta'', aseguran sus moradores. Se trata de un monto de 100 y 150 pesos mensuales por casa de plástico o habitación de concreto. ``Yo le tengo que pagar 100 pesos a Don Pelagallos, porque si no me saca'', dice Esteban Méndez Zaragoza, vendedor de fibras al pie de la bodega.
Llamado Humberto Romero, alias Don Pelagallos funge como si fuera capataz de las siete familias que se alojan en el número 69 de Santo Tomás, a pesar de que ``nos han dicho en la delegación que no tiene ninguna autoridad sobre la bodega porque ni siquiera es el dueño''.
Sobre la misma acera, en la esquina de la Quinta Calle de Santo Tomás y la Segunda Calle de los Misioneros, un laberinto ruinoso, como si recién hubiera sufrido detonaciones; los huecos en las paredes conducen hacia patios y callejones que siempre muestran pertenencias de los que ahí viven. Los habitantes duermen en ex congeladoras y cuartos deformes.
Pero por fuera es un fortín de ladrillos del que todavía se asoman blancos balcones y un torreón que desde una esquina de la azotea del edificio lo delata.Ese torreón es parte de lo que ``en 1936 era una lechería'', cuenta Arturo López de Nava, líder de la Asociación Civil del Comité de lucha Inquilinaria de Santo Tomás.
Años después, continúa, ``vivió gente de alcurnia que abandonó el edificio cuando se fue para Las Lomas. Y desde que llegó gente de recursos muy bajos emigraron los que estaban aquí. Actualmente la gente sigue llegando al predio con familiares y amigos, pero si los aceptáramos estaríamos fomentando que habiten en un cuarto de tres por tres, donde ya viven 17 personas''.
De los 821 metros cuadrados que ocupa la ex lechería, 326 se encuentran habitados por 35 familias que tienen ``un servicio'' de ``cuatro retretes'', ``agua café'' y ``fuertes tifoideas''.
``Las autoridades únicamente se encargan de los drenajes externos una vez al año, y por lo regular los que vivimos en bodegas cavamos nuestros propios drenajes'', agrega López de Nava, también coordinador del Movimiento Humanista de la Zona Centro.
Además, las familias que aún crían niños deben habitar en el primer nivel, ``para evitar que los chamacos se vayan a aventar de los balcones. Los que vivimos en la Quinta Calle de Santo Tomás somos de una segunda y tercera generación, hijos de gente que nació en otros estados y que lucha por sobrevivir'', afirma López de Nava.
Junto al torreón, allá hasta arriba de la ex lechería, la mirada cruza la calle, esculca detrás de unas rejillas, hay muchas colchonetas; es el numero 64 de la cuarta bodega que almacena humanos en la Quinta Calle de Santo Tomás.