Elba Esther Gordillo
La agenda de la sociedad/III

En el rumbo de las transformaciones que nuestro país experimenta, uno de los elementos más prometedores recae en la sociedad. Su presencia diversa en la vida pública del país, individualmente, a través del ejercicio ciudadano, y colectivamente, mediante la manifestación de organizaciones sociales y fuerzas políticas, constituye un valioso recurso con el que contamos frente a las exigencias de la globalización económica y del desarrollo científico-tecnológico, aparentemente incontrolables.

Se trata de una sociedad heterogénea que ha aceptado crecientemente el valor de la pluralidad, que entiende cada vez más que el respeto a la diferencia puede unir en vez de dividir, que puede agregar formas de pensar y comportamientos que enriquezcan la vida colectiva.

Es una sociedad que manifiesta más decididamente su voluntad de participar de manera directa en lo que le importa y afecta, con una actitud más interesada hacia los asuntos públicos, que se queja y opina, que busca manifestar su parecer y hacerse oír.

Es notorio el rechazo social a la arbitrariedad y la condena a la impunidad. Nuevas actitudes se gestan del mayor conocimiento de la realidad nacional e internacional, y del contacto más intenso y estrecho con las tendencias económicas, políticas y culturales en el mundo.

Es visible una revaloración de lo cotidiano y una reivindicación de lo específico, de las preocupaciones derivadas del género, la edad, la ocupación profesional, las preferencias culturales, las diferentes costumbres. Se ha producido una verdadera efervescencia en la organización de la particularidad social.

Al mismo tiempo, importantes sectores de la sociedad mexicana se pronuncian por la defensa y promoción de los derechos humanos y por la democratización de la vida política y social.

Las nuevas formas gregarias de la sociedad o la actualización de agrupaciones tradicionales manifiesta uno de sus signos de identidad en la reivindicación de su autonomía con respecto al Estado, los partidos políticos y los grupos de interés, lo que no significa necesariamente una posición antipolítica, sino la reafirmación del espacio social junto a otros ámbitos como el económico o el de la sociedad política.

Esta defensa de la autonomía también se acompaña de la conciencia entre numerosas organizaciones y fuerzas de la necesidad de establecer redes y construir un tejido social amplio y fuerte. La formación de coordinadoras y frentes sociales parecería apuntar en esta dirección.

Ello no implica su aislamiento con respecto al gobierno, los partidos y otros actores políticos o económicos, sino que como crecientemente se plantea desde diferentes posiciones: obliga a repensar colectivamente a todos, de manera abierta y constructiva, sobre sus relaciones y la contribución que pueden hacer a la democratización de la vida pública.

Cuestión fundamental de esta construcción democrática reside, precisamente, por un lado, en la reafirmación de la libertad de elección política de los ciudadanos --formen parte de una organización social o no-- lo que da sustento a la democracia representativa y, por el otro, en la importancia de la presencia colectiva en la definición de las políticas públicas y en la atención de los requerimientos del complejo entramado social. La democracia política no puede prescindir de las organizaciones sociales ni éstas sustituir la voluntad ciudadana.

Estos son algunos de los rasgos definitorios del rostro de la sociedad mexicana del siglo XXI, de su agenda, de sus potencialidades.