Alberto Paredes
El mito de Esculario

La medicina es, por naturaleza propia, una empresa moral enraizada en un pacto de confianza mutua. Este compromiso obliga a los médicos a ser competentes y científicamente responsables, y a usar estos atributos en beneficio irrestricto de sus enfermos. Deben abogar por el bienestar y por la salud física, emocional o material de sus pacientes ante cualquier circunstancia.

Estas premisas elementales, que damos por sentadas en el vínculo que establecemos con nuestros médicos, se han visto amenazadas por una creciente desconfianza social y profesional. México atraviesa por una crisis económica y moral que estamos pagando injustamente. En diversos ámbitos de la vida nacional escuchamos voces de desconsuelo o, peor aún, arengas oportunistas. Pero esas quejas, los ``qué importa'' y ``para qué'' no le sirven a nuestros dolientes, ni resuelven la situación crítica que padecemos.

En el centro del dolor humano, presente y futuro, está la relación médico-paciente. En estos últimos años, tal relación se ha visto contaminada por motivos poco escrupulosos e intereses materiales que le son ajenos. La presión de los proveedores de servicios médicos y las distorsiones en torno a la responsabilidad profesional del médico, amenazan con aplastarnos. Paradójicamente, las demandas por mala práctica médica en Estados Unidos, lejos de frenar los abusos han creado un clima de terror donde el último beneficiario es el enfermo. De esas aguas turbias han pescado abogados, agencias de seguros, la industria farmacéutica y diversos burócratas e intermediarios. La medicina como tal sólo se ha perjudicado. El paciente ingresa al hospital o al consultorio presa de una desconfianza rayante en la paranoia, y el médico que le ``toca atenderlo'' se limita a cubrir las exigencias del caso, evitando involucrarse afectivamente y asegurándose de que cubrió todos los requisitos legales para no ser demandado. ¿Dónde está el cariño, la intimidad, el afán de servicio y la gratitud que idealizamos? La medicina es una actividad humana que es impensable sin las virtudes de la honestidad, la integridad intelectual, la modestia y el desinterés. Esas características tonifican éticamente el trabajo de los doctores, sólo así transfieren confianza y esperanza de recuperación a sus enfermos.

El dios-médico Esculapio, de acuerdo al mito de Hesíodo (700 aC), nació del arrebato de Apolo cuando moría quemada en la hoguera su madre Coronis. El centauro Quirón lo cuidó desde niño y lo fue educando en las artes de la curación. Como sanador y cirujano, Esculapio practicaba su arte sin escatimar recursos y sin reparar en el origen étnico, social o económico de sus dolientes. Desafiando a Zeus y a la sociedad helénica curó a varios condenados a muerte, y esto le valió el castigo de los dioses. Su mito resucitó en las escuelas griega y alejandrina, donde se enseñaba que los médicos deben atender a sus enfermos sin esperar privilegios o prebendas. Se erigieron templos en su nombre para cultivar el arte de la medicina. Hipócrates y Galeno se educaron bajo sus principios. Los seguidores de Esculapio, desde hace 25 siglos asumen la obligación de tratar a ricos y pobres por igual, sin importar el riesgo personal que implica.

En la Acrópolis de Atenas todavía se puede leer la inscripción: ``Estas son las responsabilidades del médico... debe ser como un dios salvador tanto para esclavos e indigentes, como para ricos y príncipes, y a todos debe proveer por igual, como un hermano''.

La obligación del médico debe ser, antes que nada, servir por el bien de las personas que solicitan sus cuidados y confían en ellos. Sin traicionar este principio, los doctores no pueden actuar como empresarios comerciales, empleados de compañías con intereses encontrados o ser agentes de políticas fiscales en la asistencia social. Si lo hacen, con toda honestidad deben abandonar antes su compromiso con los enfermos, para dedicarse a sus negocios. La medicina es una actividad incompatible con la avaricia, el engreimiento o el provecho ajeno. El mito de Esculapio insiste más que el mismo juramento hipocrático en el cuidado de los pobres y los desfavorecidos. Revela que la sociedad espera que sus médicos practiquen su oficio sin considerar el nivel socioeconómico de sus pacientes, el balance del riesgo/beneficio personal o las ganancias financieras resultantes. Esculapio es el benefactor, el del trato afable y generoso, quien consuela y alivia el sufrimiento. Sus verdaderos seguidores deben aspirar a emular esa desinteresada atención por los enfermos. Quizá así logremos restaurar el genuino sentido humanista que exige la medicina contemporánea.