El encarcelamiento de Dante Delgado, que sin duda tendrá razones jurídicas que lo fundamenten, parece obedecer, más que a una pulcritud jurídica (la denuncia data de noviembre de 1993), a un estado de ánimo que entre los priístas urge a hacer contundentes llamados a la unidad. Sin hacer mártir a un personaje que fue denunciado permanentemente por la oposición a su paso por el gobierno de Veracruz, e incluso celebrando que se haga valer la ley en contra de enriquecimientos inexplicables, cabe la suspicacia de que la aplicación de la justicia responda a pronunciamientos políticos.
A unos días en que Delgado anuncia su renuncia al PRI, se divulga que existen investigaciones en su contra; y a unos días en que solicita el registro para una asociación política, se le encarcela. Insisto, si el ex gobernador es culpable, bien por el encierro; pero la pregunta es ¿qué hubiera sucedido con él de no haber renunciado al PRI? Después de todo, no le iba tan mal pues la investigación abierta no impidió que fuera embajador de México en Italia, o secretario de organización del PRI nacional. En fin, la cargada contra los desertores del PRI, más que a un ánimo justiciero parece responder a los temores de mayores derrotas que se incuban en el partido oficial. 1997, si alguna duda había, arrancó hace tiempo.
Si entre los tricolores el endurecimiento parece la divisa más rentable de la temporada, entre la oposición ha permeado un ánimo unitario que vale la pena examinar.
Un grupo de políticos e intelectuales ha llegado a la conclusión de que una alianza entre el PAN y el PRD sería el mejor instrumento para impulsar un cambio democrático y republicano en el país, y llaman a estos dos partidos a considerar la posibilidad de una coalición. Sin duda resulta llamativa la idea; sin embargo, habría tres consideraciones que hacer.
En primer lugar, la experiencia (véase San Luis Potosí, Durango o Tamaulipas) demuestra que la eventual suma de votantes que representa una alianza se traduce en pragmática resta: los electores del PAN y el PRD no han gustado de marchar juntos, y lo que se potencia es la desconfianza en una fórmula tan disímil. En segundo lugar, la adjudicación de paternidades y el ventilar en la prensa posturas nunca han sido las mejores fórmulas para llevar a buen puerto negociaciones complejas. Como se decía en una colaboración anterior: a esta transición le sobran caudillos y le faltan instituciones. Es difícil imaginar un proceso de confección de listas que resulte confiable para todos los actores involucrados en el que éstas se ventilen cotidianamente en los medios.
Por último, reconociendo toda la seducción política que supone una idea plebiscitaria como herramienta para la transición, no tengo la certeza de que en México estemos en una disyuntiva de tales características. Además de que las evidencias empíricas desmienten el entusiasmo y las formas no parecen las más adecuadas. Cabe la duda si existe sincronía, no sólo entre los actores políticos, sino entre el electorado, de que en 1997 de lo que se trata es de vencer al PRI al costo que sea. Me parece que en los últimos años a lo que hemos asistido es a una implantación en el electorado de las distintas opciones políticas, implantación que, por otra parte, ha conseguido diferenciar lo que representa cada una de ellas.
Todo parece apuntar a la consolidación de los tercios; el PRI se debilita, mientras el PAN y el PRD fortalecen su presencia. Resolver el mal tercio mediante la coalición de dos de sus partes ha sido fórmula recurrida (recuérdese el caso chileno). No obstante, los acercamientos se dan con mayor consistencia de la que propicia la simple aritmética; son procesos cuya dosis de generosidad y respeto entre las partes parece estar ausente por el momento entre nuestros actores centrales.
Finalmente, si bien las sistemáticas señales de endurecimiento del priísmo parecen animar la idea de coaligar a todos sus adversarios, en las condiciones actuales y mientras no emerjan términos de coalición que otorguen certeza no sólo a los actores, sino que puedan proyectar seguridad entre el electorado, una alianza opositora será la arena más propicia para que el nuevo voto del miedo promovido por el PRI resulte eficiente. Condenas a desertores, llamados a la unidad, actores que surgen, partidos que se sostienen: no cabe duda: el proceso de 1997 ya arrancó.