Los que podamos, dejemos huella escrita de estos tiempos. Nada indica que un sol civilizado habrá de volver a brillar sobre el planeta, pero las cosas son así cuando se arroja una botella al mar con un mensaje a un destinatario y a una posteridad absolutamente inciertos: a lo mejor un día...
La vida se oscureció y se hizo noche definitiva cuando la sociedad vio con terror y con asombro que el tercer procurador de justicia de la nación, después del procurador Madrazo, era directamente el jefe del cártel ahora más poderoso. El mismo se hace llamar así, y el propio Presidente de la República así lo llama: Jefe. De nada sirvió el apretado triunfo de la oposición. Llegó tarde y ya no sabremos cuál habría sido su papel. El nuevo gobierno se extinguió como una pavesa, como dice la vieja canción. Los tiempos del mayor terror se nos vinieron encima como una avalancha de millones de toneladas de fango putrefacto. La comunicación en el país es escasísima. La noción misma de país es hoy tan abstracta y lejana, como lejanas son unas fronteras tal vez inexistentes. Nadie sabe. Las hojas clandestinas que circulan desde que desaparecieron los periódicos y las noticias televisivas, informan principalmente de los modos de conseguir alimentos y objetos útiles para los paupérrimos hogares que hoy tenemos, si se tiene con qué pagar su precios exorbitantes. La televisión --nadie sabe dónde está El Tigre--, exhibe a todas horas a Tina Turner y Mel Gibson mostrándonos la faz última de la civilización (Mad Max 1 y 2), que fascina al Jefe, o aparece él mismo, cejijunto y ceñudo, frente angostísima, rostro congestionado, grasoso y sudoroso, ojos inyectados, hilos de baba entre los labios, barba de tres días, repitiendo la misma balbuceante advertencia: ``a la gente que se le halle un arma y no tenga una credencial firmada por mí, será arrojada con toda su familia, desde el último piso de la Torre Latinoamericana; que conste que cumplo lo que digo: en todos los casos hemos transmitido en vivo por televisión el lanzamiento de quienes no han obedecido la orden. Gracias por su atención y pase buenas noches.''
La banda del Jefe predomina, pero no es la única. Son factibles alianzas entre otras bandas por ahora rivales, que unidas podrían derrocar a la del Jefe. Tendríamos así un nuevo procurador de justicia que, al paso que vamos, pudiera querer ser llamado su alteza serenísima.
Sigue siendo un misterio la atracción irresistible de los jefes de las bandas por ocupar la silla de la procuraduría. Algunos aseguran que los sótanos y separos internos, los instrumentos de tortura, y el olor de la tradición antiguamente llamada delictiva que allí se huele y palpa, hacen del edificio de la procu un lugar de nefandos placeres ad hoc.
En la silla de Palacio siempre ponen a un segundo de abordo. Y para ponerlo se divierten organizando elecciones entre los miembros del gang más fuerte y sus grupos periféricos. Por ahora siempre ha ganado el que dijo el Jefe, y se mantiene al frente de la nación durante un año. Luego eligen a otro.
No todas las bandas son de narcos. Aunque todas pertenecen a lo que antes del Jefe llamábamos hampa. Por cierto, todo el lenguaje referido a lo que antaño denominábamos delincuencial, o ha desaparecido por completo, o denota hoy un modo moderno de caballería andante, guerrera y heroica. Es natural. Los actos delictivos son tales si así los tipifica la ley. Pero como el día que ungieron al Jefe, el número principal de la fiesta --organizada en la plaza del Zócalo--, consistió en la quema del Código Penal, toda el habla referida al delito, o se esfumó o cobró estas nuevas formas de denotar osados ajetreos de infrahomínidos.
La vida cotidiana no deja de ser extraña. Salvo el nivel de vida, que cayó verticalmente para casi todos, parecería que no ocurre nada. Dicen que así eran los cosas durante la larga guerra sucia en Argentina, a pesar de los miles de asesinatos que allá cometía el gobierno militar. Aquí igual. El procurador de justicia ordena, dicen, muchos miles de muertes más que las transmitidas por Tv, pero nadie parece percatarse de ello.
El mayor cambio, desde luego, es la incomunicación. Y la falta de espectáculos. Sólo hay funciones de títeres que cuentan las hazañas de las bandas. Los cines se usan para quienes buscan hornearse gratuitamente. La procu provee lo necesario.
La sensación de irrealidad es una constante. Es la pesadilla interminable de una noche sin fin que, sin embargo, va volviéndose parte natural de todos. Lo que hace pocos años era escalofriante, ha adquirido un aspecto por completo ajeno a lo que era su esencia misma: cada día hiere menos la sensibilidad de todos. Un esfuerzo por escudriñar nuestras vidas parece mostrar que vamos cobrando un viso espectral detrás del cual quizá hubo una vez una género de vida que brotó en este planeta y que estaba en proceso de humanización. Felices pascuas. Feliz año ¿nuevo?.