DESCENSO A LA SELVA OSCURA
Karina Avilés / Tercera y última parte Desesperada, esta madre testifica: ``He visto que niños de dos, tres, cuatro y hasta seis años juegan con servilletas que agarran con su manita y se la llevan a la nariz, como si ya estuvieran inhalando una dichosa mona; con sus ojitos para arriba, en blanco''.
Aparte de que hay algunos niños que inventaron este juego de drogas, los que verdaderamente lo hacen ``son bastantes''. En El Callejón de la Muerte hay un 15 por ciento de ``niños chicos'' (de entre siete y ocho años) drogadictos, y de ahí para adelante, el 50 por ciento de ``los grandes'', que ya ni siquiera se les ve como niños (de 9 hasta los 15), por lo menos han probado el activo, afirma Carmen López, una de las mujeres que habitan en la Quinta Calle de Santo Tomás. Cuentan amas de casa que en una de las bodegas de la calle, Georgina, ``una gordota, manda a sus hijos pequeñitos a que le abran la puerta a los drogadictos'', quienes se encargan de darles unas monedas a estos menores para que su mamá salga a venderles sicotrópicos. Además, ``a su hijo más grande, de 18 años, lo manda a chinear, al que le dicen El Melis, anda moneando y en total tiene 12 hijos''.
Los niños no tienen otra cosa que ver más que la delincuencia que predomina en la calle; ``ellos aprenden todo lo que ven. Hemos recurrido a las autoridades para que traten de limpiar todo esto, pero los policías que vienen aquí también se drogan y roban. La gente ya no sabe ni en quién apoyarse'', dice, atascada en la angustia, Carmen López.
Para los que ya están bien maleados, continúa Georgina Peña, ``es un beneficio drogar a los chiquillos para irlos enviciando y después transformarlos en una ayuda para robar''.
Los que se dedican a delinquir saben que si hacen buena labor con los niños de Santo Tomás tendrían un gran potencial de delincuentes en el futuro. ``Esta calle está más habitada por niños que por personas mayores'', coinciden madres de familia.
Tan sólo en la ex lechería de la esquina de Misioneros habitan 95 niños, mientras que en la bodega del número 70 residen otros 70 menores y en el edificio amarillo, esquina con San Pablo, viven otros 35. Gran parte de los infantes que juegan en la Quinta Calle de Santo Tomás son hijos de gente que llega de otros estados con la idea de vivir mejor en esta capital, ``y de repente ya los vemos con sus monas, con el activo en la mano o con el cigarro de mariguana'', afirman madres de familia.
A muchos niños se les hace ``más fácil andar robando que ganarse la comida con su trabajo'', aunque hay otros que sus padres los condenan a la ignorancia, ``porque si su hijo ya no quiere ir a la escuela, no va.''
Pero muchos de ellos no tienen más camino que el de la calle, viven sin ninguna posibilidad de alimentación y educación ``debido a que sus padres verdaderamente están en la miseria'', aseguran muchas de las mujeres de Santo Tomás.
Idaly, de ocho años, testifica: ``Tengo 13 hermanos, antes iba a la escuela, pero ya no porque no tengo acta de nacimiento, se quedó en mi pueblo, iba en primero de primaria''.
La plática es interrumpida por su hermana Idamay, de nueve: ``Pero yo sí voy a la escuela, nomás que hoy no fui porque mi otra hermana está enferma y la tengo que cuidar''. Agrega: ``Lo que no me gusta de vivir aquí es que luego asaltan señores en la esquina... La única hora en la que podemos jugar es en la noche porque en la tarde vamos a la escuela, la Gabino Barreda. La mayoría de los niños entran a las siete y salen a las nueve. Hacemos media hora caminando para allá; nos vamos solos''.
Uno de los problemas fuertes de este lugar es el descuido que tienen las madres con sus hijos, reconocen. ``En este medio de pobreza, la madre debe trabajar y no se fija lo que hace su hijo con tal de que los niños lleven algo a la casa; nunca preguntamos de dónde lo sacó. Solamente se preocupan hasta cuándo les dicen que su hijo está detenido, o que a su hijo ya casi lo matan allá afuera o que se hijo está muerto''. Sin embargo, hay un grupo de mujeres que ``estamos platicando con los vecinos para que se responsabilicen de sus hijos, porque esta calle es la boca de un lobo que nada más está esperando haber quien llega para comérselo''
Aquí nací, pero soy de Puebla, porque allá me registraron. Yo me crié
con todos los rateros de antes, vivía en un callejón donde robaban
mucho, por la Paulina Navarro, en La Viga. A mi papá lo mataron, y mi
mamá nos cuidaba a todos, pero a base de golpes; no nos apoyaba
moralmente, no teníamos el cariño de mamá.
Se murió mi padrasto, se murió mi abuelito, se murió mi tío y otro tío que también vivía allí; todos se murieron por el alcohol. A mi hermano lo violaron porque lo encontraron robando pescado. Mi mamá toma mucho.
Reprobé tres veces primero de primaria; no me cabían las letras por la presión de mi familia. Mi mamá me mandaba a trabajar a una pescadería. A veces robábamos los pescados y a veces los juntábamos. Cuando empecé a robar pescado fue porque veía que los otros muchachos jalaban y yo también jalaba. Pero nunca, nunca pensé que de grande fuera a hurtar así como hurtaba en la calle.
Allí, en La Viga, los policías nos torturaban si nos agarraban robando los pescados, nos metían a las congeladoras y nos pegaban.
Llegué bien decentito a La Merced a los 12 años, tengo 27 y anduve 15 en la calle. Con el tiempo conocí a una muchacha, todo lo que me pasó fue por ella; no la supimos hacer. Entonces, agarré el vicio, me gustó más el solvente que las otras drogas; y como no tenía dinero, ni sabía trabajar, ni escribir, me puse a robar.
Me metí a robar para matar mis miedos, para que no me cuenten de la vida. Yo me sentía bien cobarde por parte de mi mamá que nos trató muy mal; yo fui muy cobarde, inclusive para pelearme, me provoca alguien y tengo miedo.
También lo hacía como un pasatiempo, no lo hice porque necesitara; siempre he trabajado.
No me gustaba ser chinero porque se nos puede pasar la mano. Nada agarrábamos a la gente y les quitábamos su dinero. Les decía: No te vamos a hacer nada, nada más queremos tu dinero, y no nos veas, !voltéate!
Y cuando los muchachos les pegaban yo decía: no se manchen, ya le estamos robando y todavía les pegan.
Una ocasión, el día de La Merced, traía yo solvente, andaba con un amigo y nos agarraron dos granaderos de Pino Suárez.
Nos vieron las manos, nos olieron y me sacaron el envase. Uno dijo:
--A ver, ¿te gusta el activo?
--Sí.
--Pus ora te vas a chingar una monita.
--Bue-no
Y pensé que a lo mejor deveras nos van a regalar una.
Mojaron un papel con el activo y me lo pusieron en la axila.
--¿Te gusta el solvente?, ¿te gusta el activo? Pus ¡órele!, !chínguesela!, !órele!, !grite!
Yo gritaba no porque me doliera, sino para que me dejaran.
Me pusieron la retrocarga en los bajos y me sueltan un pra-pra, sentí bien feo, pensé: ya me mató el compa. Luego me dijo: ¿Tienes miedito?
Y que le vuelve a jalar.
A mi amigo le dijeron: usté se va a chingar.
A él le pusieron dos monas. Nos agarraron a patadas, nos torturaron y después nos fuimos caminando. Le dije: a ver, déjame ver tus axilas. Estaban bien quemadas por el activo.
Otro amigo me contaba que los polis le daban pozo para que dijera quién es el bueno, lo torturaban y le daban sus tehuacanazos, pero él siempre calladito.
Uno nunca debe decir nada porque los mismos muchachos nos pueden matar; nos dicen borregas si rajamos. La mayoría de los chillones tienen un tatuaje de lagrimita abajo del ojo.
Los muchachos decían que aquí el que no come es un pendejo, aquí nadie se muere de hambre y menos en la ciudad. Juntábamos tortillas de las que dejaban tiradas, bisteces que ya ni servían los sacaban de la basura, los cocían y se los comían, yo nada más las tortillas y los frijoles, los bisteces ya estaba bien verdes.
La poli le pega a los muchachos si no les dan dinero; casi es como si trabajaran para ellos, en este ambiente, la poli gana más por los rateros.
En esta calle ha de haber varias bandas, en la explanada de La Merced hay una, allá en Santa Escuela hay otra; ellos son como 50, son los más canijos; en Mansanares hay otra; en La Marranera otra; en la colonia Navarro también. Casi toda la ciudad está llena de malvivientes. El otro día, por mi casa, me salió uno con una 38 y me quería asaltar.
--Nooo, pus ¿qué pasó?, ni traigo nada, si quieres, pásame báscula.
Se identifica uno con ellos. Y me dijo: !Quítate los pantalones!, !bájate los calzones!
--Orale, cámara, llégale; vio que no traía nada.
A veces yo comprendía un poquito más las cosas porque leía La Biblia, inclusive, algunas ocasiones que querían violar a las muchachas yo se las quitaba, me ponía al brinco con ellos.
Cuando se pasaban yo le ayudaba; a varias de las víctimas, por eso, a mí me estiman los que me conocen.
Fui al único que la polícia nunca agarró robando; hasta atrás sí, pero todos los demás han estado en la Corre, en las cárceles grandes, en Santa Marta. Los que roban diario ganan entre 100, 200 y 300 pesos, pero los sábados y domingos les quitan 500 o mil pesos a los que vienen a comprar al Centro. El dinero no les luce porque como es dinero mal logrado, lo agarran para comprar sus vicios, para irse al hotel con sus viejas, para invitarle a sus valedores, para irse a pasear.
Me han invitado a asaltar a lo grande, bodegas a mano armada, pero les digo: No, aquí estoy bien.
Como 10 años estuve así; ahorita ya no porque tengo cuatro niños y ya me estoy poniendo a pensar. Prácticamente dejé de robar para respetar a mis semejantes. También porque leí La Biblia un tiempo y dije: Hasta aquí nada más. Hasta ahorita ya vivo decente, vivo trabajando, soy chacharero y gano 100 pesos libres, también vendo gargantillas en Tacubaya.
No tengo remordimientos. Es una experiencia que me beneficia mucho porque a base de eso yo puedo darle un buen ejemplo a mis hijos. Son experiencias bien bonitas para los que las viven y salen, pero unos se murieron y otros están en la cárcel de por vida.
Al activo si le pongo, o sea, que ya es algo mío, solito me detengo, ¡pero no puedo!, es más fuerte mi vicio; yo no fumo y no tomo. No todos los días le meto; cuando lo agarro le llego a poner hasta cuatro días, lo dejo uno, dos y hasta tres meses; el charquito de activo me dura cuatro días.
Uno aprende. Si me llegan a agarrar y me pegan yo vengo de allá, ya no voy a chillar como cuando uno es civil que te pegan y te sacas de onda. ¿No ha escuchado que la calle es la mejor escuela