Teresa del Conde
Dos pintores. Austria e Irlanda

Una pintora austriaca: Ilse Grad-whol, y un pintor irlandés: Phil Kelly, exponen sus obras durante estos meses (hasta fines de febrero) en el Museo de Arte Moderno. Dos personas me preguntaron si las pinturas exhibidas presentan connotaciones específicas sobre la nacionalidad de sus autores. No es así, en un sentido estricto. El arte es universal, aunque en múltiples ocasiones los códigos con los cuales se estructuran las obras parten de raíces regionales bien reconocibles.

Al tratar de responder a la pregunta que me hicieron y tomando de momento a Ilse Gradwhol como ejemplo, yo les hice otra. ``Veamos: ¿Qué sería lo austriaco de lo austriaco? ¿El shlamperei? ¿Los valses de Joahn Strauss? ¿La música atonal de Shoenberg? ¿Las pinturas simbolistas de Arnold Bšklin que fascinaban a Julio Ruelas? ¿Bergasse 19, la casa de Freud en Viena? ¿Mozart? ¿Gropius? ¿Los nuevos realistas fantásticos? Todo esto es austriaco y todo es universal''.

Así pasa con la pintura de Ilse Grad-whol cuya exposición titulada Mnesis ha llamado la atención de muchos espectadores: hasta ahora me le han comentado personalmente artistas de tendencias tan diversificadas como pueden serlo las que cultivan Jan Hendrix y Oliverio Hinojosa. Es cierto que son los artistas quienes más aprecian las exposiciones de esta índole, aunque no los únicos: galeristas, coleccionistas y artwriters han expresado su beneplácito en la libreta destinada a recoger comentarios en la Galería Fernando Gamboa. Un especialista en medios electrónicos necesitaba imágenes para introducirlas al Internet. A esta persona le comuniqué que las imágenes por sí solas no iban a servirle más que como información. Sucede que en casi la totalidad de los casos, y este resulta ser prototípico por tratarse de pinturas abstractas, nadie puede ``recibir'' lo que las obras dan sino a través de la contemplación directa. La apropiación sensitiva (que incluye la intelectual) de una obra de arte objetual nunca es virtual. A esto se añade la situación que de algún modo matiza ahora este conjunto de piezas, referida al sitio donde se exhiben. Intentaré explicarme. Costó trabajo discernir el ambiente que requieren esos cuadros. Finalmente, gracias a una decisión meditada aunque inesperada de mi parte, al empeño de la propia artista (su gusto es exquisito, pero durante las etapas finales del montaje se sugestionaba con facilidad) y a las certeras directrices museográficas de Angel Suárez Sierra, se logró la atmósfera congruente para que cada obra pudiera ser apreciada en lo individual, sin perder la visión de conjunto.

La palabramnesis es lo contrario de amnesia, está referida a la voluntad de evitar el olvido. Sin embargo, los trazos de memoria que aquí encontramos aparecen a modo de huellas. Recorriendo la sala silenciosa poco antes de la inauguración, me vino con viveza a la mente el recuerdo de Tarkovsky, cuando en ciertas secuencias de sus películas se insertan ensoñaciones a manera de recuadro.

En la novela y en el filme del mismo nombre los recuerdos cobran sustancia. En las pinturas a que me refiero los recuerdos parecen tramitarse mediante el color, ciertas formas flotantes que a veces se reiteran, la sugestión de pureza, de atardecer, de frialdad o de germinación. Naturalmente esto se incrusta en el proceso creativo de la pintora, mezclándose con disparadores de diversa índole: lectura de poesías y narraciones, la luz verdosa de su patio, su gusto por caminar mientras los escenarios se van sucediendo en su derredor, la memoria de su desempeño como profesora de ski en Estados Unidos y Canadá antes de su llegada a México en 1973, año en que ingresó a La esmeralda, si bien conviene tener en cuenta que desde su etapa escolar estuvo en contacto con el arte y se hizo de una formación en dibujo y pintura.

En las pinturas que se exhiben, la mayor parte de formato generoso, hay ciertas alusiones a sus respectivas ``atmósferas'' a través de los títulos. Así, la serie Cuatro poemas de amor se orquesta a través del color rojo, que esta artista utiliza de manera por demás dosificada casi en la totalidad de sus demás obras, en tal forma que lo que vemos en algunas de ellas es la sombra muy velada del rojo, transparentándose tras áreas blancas. Flashback es un díptico que presenta en su sección izquierda la característica aludida. Fata Morgana ofrece un color feérico en tonos dorados. Nunca utiliza pintura dorada, logra el efecto soleado a través de cuidadosas mezclas de amarillo de cadmio o de Nápoles con otros colores, siempre semivelándolos, como vela asimismo las formas demasiado netas difuminando sus contornos. De Phil Kelly, caso opuesto en cuanto a características expresivas, me ocuparé en otra ocasión.

La tónica de Ilse es silenciosa, introspectiva y, sí: de algún modo nórdica.