Ugo Pipitone
Miscelánea navideña

Tres temas, hoy, ninguno de los cuales tiene probablemente nada que ver con los otros. Mastroianni, un secuestro en Lima y unas manifestaciones en Serbia.

Mastroianni. Descubro con asombro el universal aprecio a la figura del actor italiano. Si nos limitamos a la Italia de la postguerra, diría que sólo un puñado de personajes crearon en el país un duelo comparable al generado por la muerte de Mastroianni: Giovanni XXIII, Pasolini, Togliatti, Coppi y Pertini. ¿Qué reconocieron en estos personajes tantos individuos de tal forma que su muerte fuera vista como una pérdida para todos? Ni me atrevo a contestar. Pero en el caso de Mastroianni un par de cosas tal vez puedan decirse. Marcello encarnó por cuatro décadas las virtudes y defectos de los italianos; lo hizo con dignidad y con una gracia y talento incomparables. Mastroianni no tenía ni la profesionalidad actoral de Gasmann ni las raíces populares de Totó o de Eduardo. Tenía otra cosa, la espontaneidad, la desnudez, la ingenuidad de una clase media italiana que comenzaba a serlo sin saber cómo comportarse. Sin saber, en el fondo, qué significaba este ascenso social. Con sobriedad, Marcello Mastroianni encarnó las crisis de identidad de un pueblo que en pocas décadas cambió estilos de vida, gustos y comportamientos. Y, no obstante todo, siguió siendo el mismo. Entre Marcello y Eduardo de Filippo había un abismo: dos Italias y, sin embargo, de manera indescifrable, la misma. Marcello decía a millones de personas que, en medio de tantos cambios y turbulencias, los seres humanos seguimos siendo criaturas indefensas. Y, a veces, cuanto más gritamos, para darnos valor, tanto más indefensos (ridículos a menudo) estamos. A Italia es como si se le hubiera muerto un hijo. Aquello que, en el fondo, cada individuo sabe ser lo mejor de sí; lo mejor en versión ingenua y descabellada.

Un secuestro en Lima. Perú es un país maravilloso y miserable. Una miseria que lo envilece como un acto de violencia inmerecido. Ahí, como en la Colombia de García Márquez, todo es posible. El maoísmo, que suponía un respeto casi místico hacia el campesinado, se convierte en Perú en una locura de sangre en la versión de furia demencial de Sendero Luminoso. El marxismo-leninismo que, tanto en su versión marxista como en la leninista, suponía un rechazo absoluto del terrorismo y de sus instrumentos, se convierte en Perú en otra forma de locura mesiánico-suicida denominada Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA), donde un nacionalismo alambicado se mezcla con un marxismo mal entendido y peor ``aplicado''. Es cierto, el hambre, la desesperación, el aislamiento no son buenos consejeros ni para el pensamiento ni para la acción política. Pero tampoco son fuentes de redención moral. Es triste ver en estos días comentarios ``progresistas'' en algunos periódicos, donde la desesperación y la confusión convertidas en ``política'' son redimidas por las desigualdades e injusticias que las alimentan. Estoy pensando en la interminable tragedia de una izquierda peruana que en medio de tanta sangre y ``actos heroicos'' se enfrenta a la tarea gigantesca de restar espacios a Fujimori para abrirlos a la democracia y a algún desarrollo que integre en lugar que segmentar aún más el país. Pero ¿cómo hacerlo en medio de tantos guerrilleros heroicos?

Manifestaciones en Serbia. Va un mes que Serbia asiste a una sublevación cívica que está poniendo al gobierno de Milosevic en una posición, interna e internacional, insostenible. Día con día decenas de miles de personas se reunen para protestar contra un fraude electoral pensado y realizado en una lógica de ``fraude patriótico''. Sólo una pregunta que no alcanzo a contestar, me agria el gusto de ver tanta gente en la calle exigiendo el respeto a sus derechos. ¿Dónde estaba toda esta gente hace pocos meses cuando el mismo gobierno de Milosevic realizaba o apoyaba una monstruosa limpieza étnica? ¿Será que el nacionalismo a veces atonta, mientras otras veces alimenta actos asombrosos de dignidad colectiva? Habría que pensarlo.