Marcelo Mastroianni. Basta citar su nombre vibrante, aún eco perenne de su celebridad, legítima y gloriosa. Vía el cinematógrafo, llegó a nosotros sin atenuación de la fama y el culto que aquella fascinación ejercía sobre los públicos del mundo, con la magia de su actuación.
No es fácil concebir en lo humano aquel poder irresistible de sugestión y delirante entusiasmo. Para explicarlo voló la imaginación popular a los horizontes nublos del misterio y le fraguó su leyenda, mefistofélica, a través de la lente de la superstición.
Pero qué otro poder que el de genio, ni otro milagro que el de arte soberano y un oficio prodigioso, a nadie revelado del primer actor italiano que, aunado a una espontánea simpatía, le protegió de la omnipotencia destructora que toca a los genios.
Temperamento exquisito de artista, espíritu de arcana complejidad y los más peregrinos contrastes, era difícil reflejo del cambio de estilo del hombre italiano. La figura de Mastroianni tenía que parecer por demás extraña a quien buceara en las vicisitudes e intimidades de su vida, que no es fácil cohonestar en los moldes corrientes y normales en que el juicio humano vacía toda apreciación. Ni más ni menos: era como sidentro de él se debatiesen dos naturalezas contrarias e irreconciliables. En efecto, viendo su aparente personalidad tan débil y sufrida, nadie se explicaría aquella su fuerza espiritual, aquel poder supremo y absorbente que, como en irradiación magnética, fluía del artista y se adueñaba de las multitudes absortas. Y sin embargo, nada más claro y sencillo, la deleznable envoltura humana se transfiguraba en la llama del gran actor, que sólo viviría para la actuación en el teatro o en el cine.
Y cuando actuaba, su sangre y sus fibras y todo su ser vibraba en la magia dominadora del celuloide, herida por la naturalidad de su presencia, la mirada pícara, la sonrisa penetrante, la casi perfección del oficio. No era otra realmente la supuesta diabólica hechicería, en torno de la cual florecieron las más caprichosas fantasías y anécdotas más curiosas.
La grande y profunda fascinación de Marcelo Mastroianni estaba realmente en el artista: en su inspiración, en su técnica, en su sentimiento, en sus actuaciones supremas. El genio había hecho un gran actor de un hombre débil de la clase media italiana, sin oficio ni beneficio, que se dio por entero al arte para alcanzar por derecho, la conquista y celebridad que sólo algunos consiguen en la vida.