EL TRONCO DEL PUEBLO Jaime Avilés
Prozac: el monaguillo valiente

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Corría el verano de 1995 en Francia, y las bombas estallaban de repente en el metro de París, cuando el periódico Libération publicó una revelación estremecedora. De acuerdo con una firma especializada en productos de farmacia, un costoso experimento, practicado en más de treinta países de Europa, de Asia y de América, acababa de destruir el mito de la droga perfecta: Prozac, el antidepresivo de moda en el planeta, que una gran multitud de psiquiatras recomienda ``con absoluta confianza'', porque ``hasta ahora no se ha comprobado que tenga efectos secundarios''.

La noticia no cayó como un balde de agua fría, cosa que hubiera sido muy apreciada por los parisienses que aún permanecían en París, víctimas, por aquellos días de bombas, de un calor tabasqueño, un fenómeno que a primera vista se antojaba tan fuera de lugar como un embarazo extrauterino. Pero el asunto, aunque daba risa, no era bajo ningún concepto ``de chiste''.

Gracias a los multimillonarios donativos en dólares de cierta fundación apátrida, un equipo médico, encabezado por dos investigadores de gran prestigio en las catacumbas de la ciencia, había realizado un meticuloso seguimiento de personas adictas al Prozac, a lo largo de cinco años, y había encontrado una conclusión asombrosa. ``De cada cien personas observadas, que ingirieron una dosis de Prozac diaria durante la etapa de estudio, cinco presentan actualmente un trastorno común: cada vez que estornudan, experimentan un orgasmo'' (Libération, 22 de julio de 1995).

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Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe --que son de El Hábito las patronas, ``medio decentes, medio putonas'', como suelen autodenominarse--, me invitaron esta semana de vacaciones a acompañarlas, con su nueva trouppe, a una gira artística por la ruta que va del Distrito Federal a Tecamacharco: Tingatácuaro, Machitostitlán, Mixiotepec, puntos intermedios y anexas. Aunque, en realidad, no me invitaron: yo me ofrecí a servirlas como guía y, en cuanto llegáramos a Tecamacharco, conectarlas con el tonto del pueblo.

Fue una expedición agotadora. Por las tardes, en cada punto del recorrido, hubo mítines en defensa de Claudia Rodríguez, una mujer del estado de México, adulta, casada, madre de cinco hijos, que no hace mucho --cuando estaba a punto de ser violada en un puente de Tlalnepantla, por un hombre adulto, casado, padre de dos hijos--, tomó la pequeña pistola que le había obsequiado su marido para protegerse en aquellas colonias infectas, y disparó.

Su atacante se desplomó en seguida. Vino la ambulancia, lo llevó a un hospital cercano, pero los médicos no lograron salvarlo. Una vez reportado el homicidio, acudieron el forense y los legistas de la Procuraduría de Justicia del Estado de México. Asentaron que la piel del occiso tenía quemaduras de pólvora en torno del orificio de entrada de la bala --lo cual demuestra que el disparo se produjo a quemarropa--, y luego reconocieron que, en la espalda, lucía, por así decirlo, huellas de arañazos --lo cual prueba que había luchado cuerpo a cuerpo con la mujer.

Estos dos peritajes, cosa extraña, desaparecieron del expediente del caso, porque el difunto mantenía vínculos con la Policía Judicial del Edomex: era uno de los suyos. Claudia Rodríguez, en consecuencia, está presa, pero no está sola. Las divas de México, desde Jesusa y Liliana hasta María Félix --que denunció el caso en el programa de Verónica Castro-- han montado una campaña de opinión pública para liberarla, a la cual, según rumores, planean adherirse los barrenderos de Tabasco que hoy --cuadragésimo quinto aniversario de la llegada del doctor Ernesto Zedillo a la Tierra-- cumplen 74 días en huelga de hambre.

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Contratadas por Los Caballos de Tony Aguilar SA de CV para ofrecer su más reciente espectáculo, La mano que mece el pesebre, en los palenques de la ruta a Tecamacharco, Liliana y Jesusa difundieron el problema de Claudia Rodríguez tarde a tarde, y por la noche desternillaron a los borrachos sombrerudos y a sus bigotonas esposas, con un show, escrito por un debutante chistógrafo tapatío, que además del admirable strep-tease de Victoria Gutiérrez, y de las guarradas de Tito Vasconcelos, y de las habilidades transformistas de Esteban Roel, y de las gracias eléctricas de Silvia Cansino, plantea el acuciante problema de las vacas locas a través de una parodia del bodrio teatral Entre mujeres, que alude a algunas de las damas más encumbradas en la cima de la política mexicana... del momento (que si no fueran del momento, como doña Ifigenia Martínez de Navarrete, por ejemplo, no sería cabaret).

Así que pasamos unos días deliciosos, tomamos el sol, ganamos y perdimos a los gallos, y triunfamos (sí: porque yo acabé manejando la máquina de humo y añadiendo algunos chistes que no siempre memorizaban los actores), y fue creciendo a tal grado nuestra fama que en Tecamacharco, al vernos desempacar a las puertas del Gran Teatro Pelías, el presidente municipal, panista desde luego, nos pidió dos funciones extras: irnos por donde habíamos venido y no voltear para atrás, so pena de convertirnos en estatuas de sal... si puedes.

-Esto --explotó Jesusa (como un poper) en las narices del alcalde--, ¡lo va a saber el tonto del pueblo!

Y a lo lejos retumbaron los bíblicos relámpagos que Tecamacharco esperaba desde el Viernes Santo.

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Llegamos, comiendo elotes, a la famosa pulquería y cantina El Imperio de los Sentidos. Los parroquianos guardaban silencio, boquiabiertos y hechizados, porque en los diversos televisores de la sala se mordía la mano Soraya --o María René Prudencio, considerada como la mejor actriz de reparto de Nada personal, según la revista estadunidense Crocodile Tears--, de modo que entramos de puntitas.

-¿Y el tonto? -pregunté a los meseros Ramazoni.

-Gravísimo -me dijo, por encima del hombro, dando la espalda a su cerveza, el Pipo de Tacubaya-. Quién sabe si llegue a las cabañuelas...

-Tenemos que buscarlo --afirmó Jesusa, con el gesto que aprendió cuando trabajaba con Cachirulo, en aquellos tiempos cuando Cachirulo contaba en el camerino que acababa de comprarse una tumba, sobre la que había puesto una lápida que anunciaba como una marquesina: ``Próximamente, ¡Enrique Alonso!''.

Cándida, la pobre desharrapada que en otros tiempos mendigaba a la puerta del templo de Nuestra Señora de Lourdes (hoy Nuestra Señora de la Soledad, por decisión de las beatas), nos dio la dirección de una bodega, ``cerquita de la tortillería Herminio Blanco'', donde el tonto habitaba una covacha.

Hallamos el sitio con suma dificultad, pues había tantas tortillerías Herminio Blanco como bustos de Lenin en la época de Brezhnev. Más que una bodega, era una troje que olía a establo con montañas de paja podrida en los rincones; la claridad de las estrellas se filtraba por unos tremendos agujeros en el techo de asbesto, que me hicieron recordar el mercado de Ocosingo, el 5 de enero del 94. En el fondo, arriba, sobre un tapanco destartalado, a la luz de una veladora que parpadeaba sobre un guacal cubierto con un paliacate rojo, distinguimos la cara del tonto del pueblo, más pálida y enjuta que nunca, y su magro cuerpo dibujado bajo una sábana tiesa como una oblea. De una percha colgaba una bolsa de suero y la cánula que alimentaba la aguja enterrada en el dorso de su mano izquierda era como un largo y retorcido lagrimal. Junto al enfermo sollozaban sus últimas novias efímeras: Emma Thomas, la chiquita chiquita y otras dos más, de las cuales, en la penumbra, apenas se veían sus fantasmas. Tal vez no estaban allí.

-Acércate --me dijo el héroe de esta plana, entreabriendo los ojos hinchados. Y me tomó de la mano para confiarme con un hilo de voz--. He hecho el descubrimiento del siglo... --y tomó aliento para agregar--: El componente secreto de la coca cola es...

Todos aproximaron sus cabezas a la del enfermo.

-...extracto de... chicozapote.

Y expiró.

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De inmediato, boqueando con los ojos desorbitados, volvió a aspirar. En seguida, expiró de nuevo. Luego, aspiró otra vez. Y poco a poco normalizó su ritmo respiratorio.

-No sé si me vaya a levantar para contarlo --dijo, incorporándose sobre el costal que tenía por almohada--, pero quiero que le entregues unos papeles a Monsiváis. Dile que me los trajo El monaguillo valiente, él debe saber quién es.

-Pero qué carajo te pasa --lo acosó Liliana.

-Búscalos --me ordenó el tonto, cerrando los ojos con paciencia papal--. Están por ahí, entre las cajas de medicinas...

-Pero, excusa, tonto mío, ¿qué tienes?, ¿qué es? ¡Oh, dime!-- imploró una de las cómicas, sacudiéndolo.

La percha del suero estuvo a punto de caer, como Roberto Madrazo en algún momento dado. Pero no fue así.

Comencé a remover las cajas de medicinas. En todas había frascos y más frascos de Prozac. Unicamente. Vacíos, claro está. Y durante los dos segundos que demoré en atar los cabos del enigma, alcancé a escuchar que el tonto confesaba:

-No es nada, sólo un catarro.

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Entonces narró cómo había conseguido el catarro y los documentos, que yo seguía sin encontrar. Abrevió su historia. La noche de Navidad, alguien lanzó una piedra al interior de la bodega, con tan mala puntería que cayó en la ventana de la casa de junto. Al ver que el proyectil estaba envuelto con un mensaje, los vecinos adivinaron que se trataba de algún enredo del tonto del pueblo. Y fueron a entregárselo, sobre todo porque no lo entendieron y, además, porque alguien debía reponerles el vidrio. Conque, luego de firmar un pagaré sin personalidad jurídica (igualito que Banamex o Bancomer), el tonto leyó el recado: ``Hay un fax para Monsiváis, en el nudo del tronco del pueblo. ¡Feliz año!'', y reconoció la firma de El monaguillo valiente, un doble espía que filtra información de las oficinas del PAN y del Episcopado Mexicano.

Y nada: el tonto del pueblo cruzó la helada noche, fue hasta un paraje donde languidece el árbol debajo del cual durmió Benito Juárez y que ahora es conocido como ``el tronco del pueblo'', a saber por qué, localizó el sobre de papel manila que yo seguía sin encontrar entre las cajas de Prozac y retornó a su domicilio con los bronquios verdes como ramilletes de brócoli.

El primer estornudo lo despertó con una sensación más que agradable, el segundo fue aun mejor. Pero después de 48 horas de gripe, tenía la sensación de haber protagonizado todas las aventuras de Henry Miller y se estaba muriendo, literalmente, de placer.

-Ah, pero si aquí está --dijo, sacando el sobre debajo de la sábana. --¡Miren! Es el guión que don Carlangas Castito Peraza escribió para los mensajes de educación sexual que los obispos difundirán, con la voz de Javier Valatorre, en los noticieros de Televisión Steak.

No podía creerlo. Cogí el libreto y vi la primera línea: ``VOZ LOCUTOR (off): ¡Esta noche en sus lechooooos..!'