El triunfo del movimiento que hizo de México un país libre y soberano ha sido motivo de diversas conmemoraciones a lo largo de nuestra historia independiente. A los pocos años de la consumación comenzaron las primeras propuestas para construir un monumento; así, en 1842, el polémico Antonio López de Santa Anna le encargó al excelente arquitecto Lorenzo de la Hidalga, autor del afamado Teatro Nacional, el proyecto y la construcción de una obra que se ubicaría en el centro de la Plaza de la Constitución. Unicamente se alcanzó a edificar el zócalo, que permaneció en el lugar durante muchos años, bautizando la gran plaza, con el apelativo del zócalo, mismo que suele aplicarse también a las de la provincia.
Otro intento lo hizo el efímero emperador Maximiliano de Habsburgo, quien le encargó a don Joaquín Velázquez de León, director del Colegio de Minería, la construcción de un monumento conmemorativo de la Independencia, que habría de realizarse con los mármoles que se habían adquirido originalmente, para hacer un arco en honor de la emperatriz Carlota. Nuevamente se colocó una primera piedra, precisamente el 16 de septiembre de 1864, acompañada de un discurso del artista, al que respondió emotivamente la soberana.
Como cierre del evento se ofreció suculento banquete en el majestuoso Colegio de Minas (Palacio de Minería), al que asistieron los veteranos de la Independencia. En esta ocasión no se pasó de la ya manida ``primera piedra''.
Casi 40 años más tarde, el 3 de enero de 1902, Porfirio Díaz repitió la ceremonia, ahora en el Paseo de la Reforma, sitio elegido para que el arquitecto Antonio Rivas Mercado realizara --con modificaciones de su autoría-- el proyecto que hicieron los arquitectos estadunidenses Cluss y Schultz. En este caso las obras sí se iniciaron, aunque con contratiempos; en 1907, se suspendió la construcción, al ocurrir hundimientos imprevistos que ponían en peligro la esbelta columna.
Al rescate llegaron los ingenieros Guillermo Beltrán y Puga, Gonzalo Garita y el arquitecto Manuel Gorozpe, un trío de excelencia. Ellos consolidaron los cimientos de manera tan efectiva que en sus 86 años de vida el terreno que la circunda ha tenido un enorme hundimiento y el monumento simplemente ``crece'', habiendo sido necesario agregarle a la fecha, 17 escalones, que de manera inevitable, en el futuro aumentaran en número, especialmente si seguimos sacando agua del subsuelo desaforadamente.
Otro percance que padeció la bella obra fue la viga que le cayó a la escultura principal, afortunadamente sin causarle daños mayores, según informó el periódico El Imparcial del primero de junio de 1910. Entre una cosa y otra, el marmoreo mausoleo se concluyó con éxito y aún podemos admirar los bellos bronces que ejecutó Enrique Alciate, cuya fundición se hizo en Florencia, bajo la supervisión del artista. Representan la paz, la justicia y la guerra. Un hermoso león cubierto de laureles, guiado por un geniecillo, muestra la voluntad encadenada por la fuerza superior de la ley.
El segundo nivel luce las estatuas en mármol de José María Morelos, Vicente Guerrero, Javier Mina y Nicolás Bravo, además de dos figuras femeninas que simbolizan la patria y la historia. El tercer nivel muestra la gallardía de don Miguel Hidalgo, en una soberbia escultura del albo material, de 4.20 metros de altura y seis toneladas de peso.
El plato fuerte del monumento es, sin embargo, un precioso ángel que representa la victoria alada, sujetando en una mano una corona de laurel y en la otra un fragmento de cadena rota, que representa la Independencia. La bella obra de arte, conocida popularmente como El Angel y para muchos símbolo de la ciudad de México, es de bronce recubierto de oro, mide 6.70 de altura y pesa siete toneladas. Se dice que su rostro es el de Alicia Rivas Mercado, hija del autor y hermana de la célebre Antonieta, talentosa mecenas de artistas e intelectuales y víctima de amores frustrados con el pintor Rodríguez Lozano y con José Vasconcelos.
En el horrible temblor del 27 de julio de 1957, El Angel se precipitó, olvidándose de abrir sus doradas alas y se estrelló estruendosamente en el pavimiento, impacto que aún recuerdan los que vivían en los alrededores. Severamente dañado, tuvo que ser rehecho. El torso y cabeza del original se encuentran en el vestíbulo del hermoso Palacio del Conde de Heras Soto, en la calle de Chile, convertida en una fascinante escultura abstracta, por el aplastamiento de la mitad del rostro, lo que le confiere una extraña belleza. Así pues, el que ahora vemos es... un falso.
Así, no queda más que ir a la cercana colonia Condesa, a degustar viandas, auténticamente deliciosas, a Puras Habas, el encantador lugarcito de la esquina de Michoacán y Mazatlán, con originales recetas, magníficos precios y la atención maravillosa de sus dueños Blanca Pardo y Carlos Basave.