Guillermo Almeyra
Etapas de derrotas, promesas de victorias
Ya que estamos terminando el año, se impone un balance de este terrible 1996.
Empecemos por lo principal. Desde los años 80 los trabajadores han estado recibiendo golpe tras golpe. Esa ofensiva del capital contra todas las conquistas históricas (sociales y/o democráticas) arrancadas durante siglo y medio de lucha por los movimientos sociales parecía no tener límites: en Italia, por ejemplo, ya era nuevamente legal que una mujer con siete meses de embarazo trabajase de noche y en la industria pesada... Los años 1980-1990 están jalonados por las derrotas obreras.
Sin embargo, ya en diciembre de 1995 los trabajadores y estudiantes franceses confirmaron con una larga y creciente huelga general apoyada por la población, la ley física que reza que a toda acción corresponde una reacción. Su oposición a la política neoliberal fue posteriormente imitada de modo masivo por los trabajadores alemanes, los daneses, los canadienses en Toronto, los trabajadores del Estado en España, los italianos que respaldaron tres sucesivas huelgas generales metalúrgicas con un gigantesco paro general solidario, los camioneros franceses y también decenas de millones de rusos. De este modo en Europa este año se ha visto reaparecer la alianza solidaria entre obreros industriales y estudiantes, las alianzas internacionales entre los trabajadores e, incluso, entre los más avanzados de ellos, la conciencia de que se impone tener una visión y un proyecto internacionales alternativos a los del capital financiero y, por consiguiente, de que hay que crear los rudimentos de una acción conjunta a nivel global.
En América Latina, al mismo tiempo, se pasó en un rápido crescendo desde las protestas y estallidos puntuales, defensivos y marcados por la desesperación y el autolesionismo --fue la fase de los autocrucificados en Bolivia, de los enterrados vivos en Perú o Ecuador, de las masivas huelgas de hambre e incluso los suicidios de los jubilados que se daban fuego-- a la propuesta de alternativas, proceso que culminó en las sucesivas y masivas huelgas generales en los países del Mercosur y en la coordinación de sus respectivas centrales sindicales, las cuales libran ahora luchas solidarias comunes exigiendo políticas alternativas a las que aplican los gobiernos neoliberales. Como en Europa, en el Brasil, el Uruguay, Bolivia o Argentina, los sectores obreros más combativos cuentan con el apoyo de los estudiantes y de muy vastos sectores populares, y estructuran un frente cívico-político de resistencia que supera con mucho las solas fuerzas de un movimiento obrero debilitado por la desocupación masiva. Sobre esta base social informe, pero amplísima, se apoyan, por otra parte, el EZLN en México o la nueva audacia del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru peruano, mientras se reduce paralelamente el apoyo social a los gobiernos que puedan creer que hay que contar sobre todo con la represión.
Es cierto que tanto en Europa como en América Latina siguen predominando los valores y las ideas del neoliberalismo, y que las derechas siguen siendo mayoritarias. Es igualmente exacto que entre los trabajadores mismos se difunde el cáncer del racismo y del regionalismo, que llevan a ``guerras entre pobres'' y permiten culpar de todos los males al extraño, al extranjero, a quien hable otra lengua o tenga otras costumbres. Pero ahora existe una contratendencia organizada que, a medida que lucha, se prueba, encuentra apoyos, gana en radicalismo y en moral. Además, comienzan a surgir programas alternativos, enlaces internacionales, formas organizativas que se creían olvidadas: por ejemplo, acaba de nacer en Estados Unidos un Partido Laborista creado por algunos sindicatos, que elige diputados y concejeros comunales y abre una nueva opción política. Tampoco hay que dejarse engañar por el carácter de los movimientos sociales que aparentemente se concentran en la defensa de las posiciones ya adquiridas y en la protesta. En efecto, todo cambio comienza con un intento de conservar lo que las nuevas condiciones ponen radicalmente en cuestión; no hay, por lo tanto, ninguna muralla china entre la defensa y el ataque, pues una defensa exitosa debe culminar en un contraataque si quiere obtener algún logro. No hay que olvidar que las crisis siempre obligan a cambiar a quienes las sufren y que los jalones de derrotas pueden ser, así, también promesas de victorias futuras...