León Bendesky
Los precios de fin de año
Finalmente subieron los precios de la tortilla y de la leche. Durante meses la Secretaría de Comercio anunció que estaba revisando esos precios, puesto que debía satisfacer las demandas de los productores y, también, disminuir los subsidios que se dan a esos productos. Pero en la mejor tradición política del país, los aumentos se anunciaron en el periodo de vacaciones de fin de año, lo que da a esa acción un carácter un tanto vergonzante.
Las decisiones técnicas en cuanto al alza de los precios controlados, sobre todo de productos esenciales como son la tortilla y la leche, son siempre conflictivas. Pero en la economía mexicana pasan dos cosas sobre las cuales vale la pena pensar. En primer lugar, parece que nunca es el mejor momento para las acciones relativas a los precios, puesto que la economía está en una situación de gran fragilidad productiva que se ha ido profundizando durante los últimos 20 años. En segundo lugar, hoy es el mismo gobierno el agente económico que puede, de manera privilegiada, aumentar los precios de los bienes y servicios que produce y el que tiene que decidir el alza en aquellos que controla. Eso lo hace uno de los principales responsables de la inflación. La situación se deriva de los compromisos financieros que tiene a cuestas el gobierno --la crisis bancaria, la deuda externa y su propio gasto presupuestal--, y que exigen una redistribución del ingreso nacional. El problema social que esto entraña es, precisamente, cómo se hace esa redistribución, es decir, cómo se asignan sus costos entre los grupos de la población.
Desde que se firmó el Acuerdo para el Crecimiento Económico hace un par de meses, las condiciones ahí pactadas están superadas. El aumento salarial del 17 por ciento había sido anunciado mañosamente como suficiente paara acrecentar el ingreso real de los trabajadores, puesto que la inflación prevista para 1997 era de 15 por ciento. Pero ese dato era para la inflación anual, o sea, medida de diciembre a diciembre, lo que quiere decir que la inflación promedio del año sería superior a esa cifra. Ahora ya hay previsiones de inflación que se acercan al 20 por ciento para el año entrante y el aumento salarial tendrá, seguramente, una revisión que presionará al alza los precios. Si las medidas de política económica que definen el programa del gobierno están llegando a su límite, ello también ocurre con la capacidad de seguir haciendo pactos.
Es evidente que el aumento de los precios de los bienes básicos tiene un efecto directo en la capacidad de consumo, sobre todo de los grupos con menores ingresos. Por ello repercute adversamente sobre la capacidad de acumulación, principalmente en la forma de una mayor inversión productiva en la economía. Y de ella es que depende la posibilidad de un crecimiento sostenido. Esta cuestión se sabe bien desde los albores de la Economía Política, cuando se formuló el principio de que para sostener el proceso de acumulación de capital se debería reducir el valor de los bienes salarios, aquellos que constituyen la base del consumo de los trabajadores. Así, se generaría un mayor excedente en la forma de ganancias para aumentar la inversión y superar las tendencias al estancamiento de la producción. Durante una época el capitalismo fue capaz de reducir el conflicto distributivo entre salarios y ganancias; ello fue posible mediante revoluciones tecnológicas, guerras y la creación del estado de bienestar. En México hubo también una larga fase de crecimiento que se agotó definitivamente a fines de la década de 1970 y desde entonces ha sido imposible recrear las condiciones de la acumulación.
Sin embargo, ese conflicto en la distribución del ingreso nunca desaparece del todo, y hoy la Economía tiene que enfrentarse nuevamente a la pregunta básica de la cual surgió y que tiene que ver con la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones. Esta cuestión tiene que plantearse desde una perspectiva totalmente distinta y en función de las nuevas condiciones productivas y financieras que caracterizan a la economía mundial. En tanto este país no recupere el espacio político y técnico necesario para maniobrar de manera eficaz en términos de los requerimientos para crecer y abatir la pobreza irá, sin duda, de tumbo en tumbo y provocando mayores contradicciones sociales. Este modelo ya no funciona, las condiciones técnicas para su operación están agotándose y su capacidad de cohesión social se está minando de manera ostensible. Mientras tanto, el país se hace cada vez más pequeño en términos económicos, puesto que son menos los sectores, las industrias y las empresas responsables de la generación de la riqueza; a esta economía le sobran cada vez más mexicanos.