El pretexto para atacar a Layda Sansores es deleznable. El supuesto cacicazgo de su padre en el estado que gobernó hace cuatro sexenios es una fantasía urdida para consumo de débiles mentales. Retrocedamos en el tiempo:
Carlos Sansores no concluyó el periodo de gobierno para el que fue electo en Campeche (1967-1973) porque el entonces presidente Luis Echeverría lo necesitaba como jefe del control político de la Cámara de Diputados. Después de ser nombrado subsecretario general del PRI, fue postulado como candidato a diputado por el Distrito Federal. Tras de su triunfo, ocupó el liderazgo camaral entre 1973 y 1976, fecha esta última en que retornó a su entidad de origen para contender para senador, cargo que ejerció también con el carácter de presidente de la Gran Comisión, pero solamente por tres meses, pues hubo de pedir licencia en diciembre del 76, cuando asumió la presidencia del Comité Ejecutivo Nacional del PRI. En febrero de 1979 fue designado por José López Portillo como director general del ISSSTE y sólo permaneció en el cargo hasta diciembre de ese mismo año. Fue su último desempeño oficial.
Durante los 12 años evocados, Sansores tuvo sin duda gran influencia política. ¿La utilizó para gobernar a control remoto su estado natal? Ni por asomo. El siguiente gobernador constitucional de Campeche fue Rafael Rodríguez Barrera (1973-1979), quien jamás habría aceptado subordinarse a su antecesor ni éste pretendió tener injerencia alguna. El ahora subsecretario de Gobernación puede dar testimonio del respeto recíproco que prevaleció entre ambos.
Correspondió al propio Sansores, como presidente del CEN del PRI, intervenir en la selección del candidato para el siguiente periodo de gobierno. ¿Intentó siquiera imponer a uno de sus muchos amigos o a un personaje local que le fuera incondicional? Para nada. El PRI postuló a Eugenio Echeverría Castellot (1979-1985), cuyos antecedentes personales y oficiales lo mantenían absolutamente desvinculado de quien era el político campechano más destacado a nivel nacional.
Ya en 1985, Carlos Sansores estaba retirado de la política activa y sus relaciones con los altos círculos decisorios del gobierno federal no eran significativas. La titularidad del ejecutivo campechano fue ocupada por Abelardo Carrillo Zavala y es fácil suponer que la fuerza de la CTM fue el factor determinante. Finalmente, en 1991 fue elevado a la gubernatura Jorge Salomón Azar. Es un caso obvio, sobre el que no vale la pena detenernos.
Una pregunta ingenua: ¿Qué clase de cacique sería el que, ni en la cumbre de su carrera política ni en el ocaso de su vida activa logra influir (y ni siquiera lo intenta) en la designación de cuatro gobernadores sucesivos? El infundio cae por su propio peso. La realidad es otra: Carlos Sansores ocupa un lugar privilegiado en el ánimo de sus coterráneos y puede cosechar, cuando se lo proponga, el reconocimiento y la gratitud que sembró a lo largo de mucho tiempo, por sus actos de solidaridad humana con la gente necesitada. Siempre ha sido, con poder o sin él, un benefactor para los sectores más humildes de su pueblo.
Desde muy joven, Layda Elena acompañaba a su madre, doña Elsa Sanromán, en las agotadoras jornadas de servicio social que han sido actividad habitual de esta familia, cuyos valores pocos conocen fuera de Campeche y muchos debieran imitar. Al cabo de los años, Layda ocupa un escaño en el Senado y se significa por su actitud libérrima de votar conforme a los dictados de su conciencia. Renuncia al PRI cuando encuentra clausurados los caminos para cumplir su aspiración de servir al pueblo campechano desde un cargo ejecutivo.
No es el único caso de sistemático rechazo de los dirigentes priístas a quienes demuestran, en cualquier trinchera, independencia de criterio. Erigir barreras de silencio, cerrar las puertas a los reos del pecado de disentir, excluirlos hasta de las listas de invitados a los actos protocolarios, es la táctica con que los jerarcas del PRI pretenden fortalecer la cohesión interna. ¿Pueden los así vetados de antemano suponer que tienen la mínima posibilidad de ser considerados como candidatos viables en los procesos de selección interna?
Layda Sansores tomó una decisión congruente con su vocación y con su estirpe. En ningún caso como en el suyo existen propósitos más legítimos ni más claras justificaciones.