¿Recuerdan cuando todos alababan los ejemplos económicos impresionantes de los llamados ``tigrecitos asiáticos'', o sea, de Corea del Sur, Singapur, Taiwán, Hong Kong y hasta Tailandia? ¿Recuerdan los argumentos que se utilizaban para promover la liberalización de la economía y seguir esos ejemplos señeros: una política fuertemente orientada hacia la exportación, unida a una gran flexibilidad laboral (léase represión antisindical) y, por supuesto, a un gobierno fuerte que subordine la democracia a la gobernabilidad, más una filosofía de la producción basada sobre la ``concertación'', en la eliminación por principio del conflicto y, por lo tanto, en la reducción al máximo de los sindicatos.
No importaba que Japón y Corea del Sur hubiesen basado su producción industrial, primero, y sus exportaciones, después, en profundas reformas agrarias y en la acción sostenida y organizada del Estado, cuyos dirigentes eran muchas veces líderes de las grandes compañías supuestamente privadas, pero siempre subvencionadas por los contribuyentes. No importaba si en Singapur, Malasia o Tailandia el régimen no tenía nada de democrático y si en Corea del Sur, como en Japón, había una clara coalición entre los políticos corruptos y la mafia (por ejemplo, un ex presidente surcoreano está preso por asesinatos y corrupción). Para la argumentación en contra del Estado asistencial, al que se identificaba simple y llanamente con el populismo y el reparto agrario, eran buenos los ejemplos de ``sano libre mercado'' para promover el crecimiento económico y, se decía, hasta el desarrollo social.
Pues bien, movilizaciones sociales amplísimas obligaron en Corea del Sur a castigar a los dictadores corruptos y, ahora casi dos millones de personas rechazan con cuatro días de huelga general obrero-estudiantil y manifestaciones de cientos de miles una ley votada entre gallos y medianoche por el Parlamento, la cual impone la supresión de la estabilidad en el empleo, de la indemnización por despido, de las garantías sociales para sostener las ganancias de las grandes empresas, erosionadas por el constante aunque lento aumento de los salarios reales locales. Esta decisión ``a lo Menem'' encontró también una respuesta ``a la argentina''. Y con la paz social se derrumbó la teoría de la coincidencia casi perfecta entre trabajadores y patrones de la misma marca, la teoría de la sumisión y el paternalismo, la que establecía la subordinación de los sindicatos al Estado para ayudar al país a ser competitivo. Por primera vez desde su liberación del yugo japonés, los surcoreanos se lanzaron a un conflicto de este alcance y magnitud que abre el camino a agitaciones posteriores. Por otra parte, aunque una golondrina no hace verano, hay que destacar que también en Japón este año ya hubo una huelga de una hora...
Los ``tigres'', por lo tanto, son como las cajitas chinas y en su interior contienen otros tigres, que se están despertando...
Si la globalización es un hecho, como efectivamente lo es, no es por consiguiente posible evitar la mundialización de las experiencias de los trabajadores y la oposición de éstos al Estado y a las empresas cuando se viola brutalmente el pacto social tácito preestablecido y se exige que todas las correas salgan de un solo cuero: el del trabajo. La huelga surcoreana, por lo tanto, tendrá sin dudas repercusiones en el continente más poblado y de economía más dinámica.