La Jornada Semanal, 29 de diciembre de 1996
Ancla
Varios años después del naufragio, la vieja ancla de hierro seguía aferrada con uñas y dientes al fondo marino. Así de ejemplar era su sentido del deber.
Castigo
El castigo impuesto a Prometeo por el vengativo Zeus todavía despierta nuestra compasión. Llenos de pena, imaginamos al hijo de Yápeto y Climena encadenado a su solitaria roca con las entrañas expuestas a la voracidad de un águila. Sin embargo, nadie parece sentir lástima por la hastiada ave, la cual desearía poder cambiar de menú aunque sea una vez por semana.
En la necrópolis
Durante su acostumbrada ronda nocturna, el vigilante del cementerio de Montparnasse creyó advertir una silueta avanzando a hurtadillas entre las lápidas y los monumentos funerarios. De inmediato llamó a la policía, y tras una breve persecución, los agentes aprehendieron a un hombrecillo de apariencia inofensiva y con la ropa cubierta de tierra. El detenido negó ser un profanador de tumbas. Era declaró un cazador de autógrafos. Y, en efecto, entre sus pertenencias fue encontrado un cuaderno nuevo en cuyas primeras páginas figuraban las firmas de Charles Baudelaire, Guy de Maupassant, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir.
Dantesco
En estos últimos tiempos, el número de turistas que realizan el recorrido a través de los nueve círculos del infierno se ha incrementado significativamente. La afluencia de visitantes es tal, que Virgilio debe organizar excursiones en grupo, en lugar de conducir a los viajeros individualmente como lo hizo con Dante. Además, ha fijado a las puertas del Averno bajo el célebre aviso que aconseja a los condenados abandonar toda esperanza un letrero prohibiendo la entrada con alimentos y cámaras fotográficas.
Sirenas
Como es bien sabido, hay en todos los puertos del mundo por lo menos una taberna donde, a cambio de un vaso de ron o algunas monedas, algún viejo marinero relata a los viajeros sus largas travesías y sus amores breves e intensos con las sirenas. Habrá bajo el mar lugares donde las sirenas viejas narren sus antiguos amores con los marineros?
El espectáculo continúa
De vez en cuando, y para no perder la costumbre, Stan Laurel y Oliver Hardy ensayan las antiguas rutinas. Sus aparatosos golpes y elaboradas afrentas constituyen la única manifestación de violencia tolerada en el cielo.