La Jornada 30 de diciembre de 1996

Héctor Aguilar Camín
``Priístas ejemplares''

``Priístas ejemplares'' llamó el dirigente del Partido de la Revolución Democrática a los personajes que en los últimos meses han dejado el PRI para engrosar las filas y aceptar las candidaturas de otros partidos. Es un elogio en defensa propia. Primero porque, desde su inicio, las personalidades que han nutrido la corriente central del perredismo han sido notorios ex priístas. Segundo, porque el PRD postuló a la senadora priísta Layda Sansores como candidata a la gubernatura de Campeche, una candidata competitiva que podría ganar para ese partido la primera gubernatura de su historia.

No han faltado observadores y simpatizantes del PRD sacudidos por el oportunismo o la incongruencia que implica la maniobra. No falta quien señale la ironía de que, en busca de un triunfo democrático, el PRD no haya podido encontrar sino a una candidata venida del PRI, hija del más arquetípico dinosaurio que el PRI haya parido, Carlos Sansores Pérez, arduo opositor a la reforma política del 78 que puede reputarse como el inicio legal de la transición democrática mexicana. Las preguntas son inevitables: ¿Con qué autoridad moral puede hacerse la crítica del PRI, como la hace el PRD, si a las primeras de cambio abre los brazos incondicionalmente a una priísta para que sea candidata triunfadora del PRD? Para tener candidatos triunfadores, ¿el PRD necesita buscarlos en el PRI? ¿No es un reconocimiento implícito a la calidad y la fuerza política de los priístas? ¿No es una contradicción flagrante decir que se lucha por sacar del poder a un partido y luego echar mano de los miembros de ese mismo partido para derrotarlo? ¿El hecho de cambiar de siglas cambia la calidad pública y personal de un político? ¿La misma persona en el PRI es la encarnación de un régimen corrupto/dinosaurio/antidemocrático y en el otro es el heraldo de un movimiento democrático/honesto/renovador?

Son preguntas que remiten a un problema fundacional del PRD, siendo que fundación es en muchos sentidos destino. Los perredistas de la primera oleada arrastraron de origen el baldón democrático de su procedencia priísta. Su salida sin autocrítica del PRI y la sinceridad de sus convicciones democráticas, luego de sus previas complicidades con las alquimias priístas, parecieron inaceptables en la primera hora a muchos observadores, y lo siguen pareciendo a muchos. Los resultados de la acción de aquellos ex priístas, su impacto democrático neto en el establecimiento político y la entereza y el valor de sus dirigentes para asumir riesgos y actuar a la intemperie, sin redes de protección, legitimaron retrospectivamente su origen y los ponen ahora en la condición, incluso, de extender cartas blancas de apoyo y respaldo moral a nuevos escindidos.

Ciertamente, de parte de la dirigencia perredista es mucho pedir a la generosidad de sus partidarios que concedan a los nuevos escindidos del PRI la condición de ``priístas ejemplares''. Es mucho esperar del público, también, que no repare en las obvias aristas de camaleonismo y búsqueda pragmática del poder que exudan las alianzas de partidos antipriístas con priístas tránsfugas y, por tránsfugas, ``ejemplares''. Pero en el carrusel de estos reacomodos podría haber algunas ventajas o al menos algunas enseñanzas para la cultura política y para la opinión pública que acompañan nuestra larga transición democrática.

Una ventaja es que, a partir de estas alianzas políticas, ningún partido puede seguirse ostentando como propietario único de la virtud oposicionista. Ya las pobres experiencias gubernativas en distintos lugares han arrebatado al PAN el monopolio de la promesa de buen gobierno. Para la ciudadanía democrática es desde luego saludable mirar hacia sus políticos como opciones imperfectas y siempre parciales de vida pública, más que como soluciones definitivas o milagros de cambio venidos del cielo.

Otra ventaja del carrusel de las oportunidades partidarias es que efectivamente expresa una liberación del mercado político. En cierto modo garantiza una competencia más real, dentro y fuera de los partidos. Favorece el oportunismo pero también contiene la tiranía de los partidos contra sus políticos y al final ofrece al público una baraja más amplia de oportunidades. Es el mismo efecto que una industria editorial competitiva tiene sobre los escritores. Entre más diversa y agresiva la oferta de casas editoriales, más oportunidades para los escritores de hacer y difundir su trabajo, aunque la misma abundancia de la oferta pueda abaratar su calidad. Aun cuando muchos candidatos o muchos títulos de libros sean basura, para los electores como para el lector es más interesante tener las plazas y las librerías llenas de opciones, que disponer de alternativas selectas parecidas en algún momento a la escasez.

Hay algo, pues, que celebrar. El espectáculo de fugas partidarias nos recuerda algo de la ambición y el oportunismo esenciales que rigen la política y nos ayuda a mirar a los contendientes como lo que son: ni ángeles ni demonios, políticos profesionales. Nos ayuda a trasladarnos del castillo de la pureza al campo abierto de la realidad