Ruy Pérez Tamayo
El centenario de la muerte de Anton Bruckner
Se cumplieron cien años de la muerte de Anton Bruckner, el organista y compositor austriaco, nacido en el pueblito de Ansfelden el 4 de septiembre de 1824, en una familia de maestros de escuela. Aprendió música desde muy pequeño, de modo que a los diez años de edad ya podía sustituir a su padre en el órgano. Cuando tenía 13 años su padre murió y su madre lo inscribió en el monasterio de San Florián como niño cantor, en donde cursó estudios generales y especialmente música. Ahí permaneció cuatro años, al cabo de los cuales viajó a Linz para ingresar en la escuela normal para maestros. Año y medio después fue nombrado ayudante del maestro de la escuela en Windhaag, otro pequeño pueblo austriaco, en donde sus obligaciones eran más bien las de un criado, pues tenía a su cargo la limpieza del salón de clases y la compra de los víveres en las granjas vecinas al pueblo. Bruckner tenía un espíritu profundamente religioso y una actitud humilde y sumisa, que le permitió aceptar esa y otras muchas situaciones semejantes en su vida sin que afectaran su carácter sencillo y afable o su producción musical.
En 1845 regresó a San Florián como maestro de música y permaneció ahí un años, estudiando al mismo tiempo composición y perfeccionándose como organista con su maestro Anton Kattinger. En ese lapso compuso varias obras religiosas menores y además tres misas, un requiem y un magnificat. En 1856 se instaló en Linz como organista de la catedral y abandonó la profesión de maestro de escuela para dedicarse exclusivamente a la música. Completó sus estudios de órgano con el famoso maestro Simon Sechter, pero trabajó tan intensamente que su salud se vio afectada. En 1861 obtuvo en Viena el título de maestro de música, lo que le permitía dar clases, pero siguió estudiando composición con Otto Kitzler para familiarizarse con la orquestación y con los músicos contemporáneos, como Beethoven, Mendelssohn y Meyerbeer; su primer contacto con la música de Wagner ocurrió en 1863, cuando ya tenía 39 años, pero fue definitivo. Un año despues terminó su primera sinfonía, pero la llamó ``Nullte'', o sea No. O, y en los siguientes 32 años compuso otras nueve (la última quedó inconclusa), así como otras obras, entre las que destacan un bellísimo quinteto de cuerdas y un Te Deum. El éxito le llegó muy tarde (hasta 1884) y al principio se limitó a Viena y a los países germánicos; nunca se casó y en varias ocasiones sufrió crisis profundas de depresión, de las que surgió apoyado por su profunda religiosidad.
Desde que me acuerdo he sido un aficionado a la música de Bruckner. Sus sinfonías son personalísimas e inconfundibles, como las de todos los genios musicales, desde Juan Sebastián Bach hasta Górecki. Desde la famosa Nullte hasta la celestial 9a., las sinfonías de Bruckner están construidas con grandes bloques de granito musical, numerosas ideas originales desarrolladas con singular maestría sonora, innovaciones rítmicas sorprendentes y encantadoras, y una maestría inigualable en el manejo de la orquesta. En todo momento Bruckner es un compositor serio y comprometido con su postura y su mensaje; en su obra no hay ninguna concesión a la alegría, y mucho menos a la frivolidad. La 4a sinfonía de Bruckner se llama ``Romántica'', pero se trata del romanticismo alemán del siglo XIX, algo muy diferente a lo que los mexicanos entendemos por romanticismo.
Es indudable que Bruckner pertenece al grupo de los compositores románticos, que su sitio está entre Brahms, Schubert, Schuman, Beethoven y Mahler, pero se distingue de todos ellos por el carácter profundamente religioso de su música. La veneración de Bruckner por Wagner hace eclosión en su 7a sinfonía, en donde el 2o. movimiento se basa en una cita musical de Wagner. El mejor homenaje que podemos hacerle a Bruckner en este centésimo aniversario de su muerte, que se cumplió el 11 de octubre, es seguir escuchando su música.