Luis González de Alba
La ciencia en la calle
Acerca de médicos y pacientes
En México apenas conocemos, casi siempre por dramas para televisión, la costumbre de entablar demandas contra médicos y hospitales acusándolos de negligencia y hasta de homicidio por tratamientos erróneos. La Comisión Nacional de Arbitraje Médico deberá intervenir en la prevención y solución de tales conflictos. El tema fue objeto de un reciente Simposio Internacional donde por razones que ignoro, pero que están en la moda de estos tiempos, se pensó en solicitar opiniones a tres personas que debían hablar de ``La sociedad frente a la actuación del médico''. A continuación mis líneas, aunque nadie me nombró representante de ``la sociedad''.
En defensa del médico
Los médicos y los coheteros nunca quedan bien. El médico se enfrenta a una triple pinza: Primero, la actitud del paciente que se resume en el refrán que dice: si se curó, fue la virgen; si se murió fue el doctor. Segundo, la corriente irracionalista que invade con fuerza a veces tumultuosa a nuestras clases medias. Es una combinación de aspectos razonables, como la meditación y la herbolaria, más pizcas de filosofía oriental trivializada, vuelta producto desechable, despojada de su profundidad para quedar reducida a crístaloterapias, mágnetoterapias y áromaterapias, best sellers comprados en el supermercado junto con abundantes verduras libres de pesticidas y de abonos químicos, new age californiano, neoaztequismo de mujeres dormidas y una súbita idealización de la medicina indígena, idealización que no obsta a los neoaztecas para indignarse por la falta de atención médica... a las comunidades indígenas. Y por último, el infantil rechazo que en la actualidad se observa a toda figura de autoridad, a toda medida sospechosa de ejercer poder, da coloración, digámosle así, al médico como figura de autoridad.
En defensa del paciente
No negaremos aquí tampoco los hechos: la incompetencia médica existe. También la negligencia. Como existe la moda social de los pretextos ideológicos por los que el paciente se enfrenta a la múltiple pinza del pase automático a la carrera de medicina sin haber aprendido en secundaria de que lado está el hígado, el alto precio de los libros, la falta de desayuno para comprender la clase de anatomía de las ocho de la mañana, la huelga contra los exámenes, y otros aspectos productores de médicos ``o-sea'' , médicos que no son el mejor antídoto contra quienes envasan rayos cósmicos por medio de ganchos de tintorería (y éste es un caso real) o recetan diamantes molidos contra el sida, también un caso real. Pero la sociedad es en su mayoría sana y por lo mismo no podemos engañarla a toda todo el tiempo. El resultado de nuestros mutuos apapachos ideológicos está a la vista: los empleadores están levantando sus propias normas de calidad, con independencia de los diplomas mostrados por los aspirantes al trabajo, la depreciación de los títulos profesionales es tal, y tan merecida, que podremos regalarlos desde el nacimiento y registrar a niñas y niños anteponiendoles el título de licenciado. No habrá así un solo rechazado.
Ayes y lamentos
No hay flores solitarias ni grandes poetas y filósofos, sino en medios ricos en poesía y filosofía. Otro tanto ocurre con la medicina: los médicos excepcionales surgen de estándares altos. ¿Dónde vamos a producir al médico mexicano responsable y competente? No en donde los alumnos de segundo semestre dan clases a los de primero. No en la Universidad Nacional, con su sindicato de panzones y fodongas, sindicato del que, con otros, soy culpable. Mi generación es responsable de haber enseñado la autocompasión: que los estudiantes sufren exámenes inicuos, los trabajadores padecen injusticias; los profesores, cargas de trabajo intolerables. La trabajadora tiene un esposo que la maltrata y por eso los libros no están marcados en las librerías universitarias y no puede uno comprarlos. Cómo exigirle que cumpla su trabajo, consistente en marcar precios, si es pobre, fea, maltratada y lava trastes. Y qué decir de los conflictos paternos del estudiante y los conyugales del profesor. Mi especialidad como psicólogo, la dinámica de grupos, recetaría una reunión nacional donde todos nos abrazáramos llorando nuestras desgracias.
Culpas de mi generación
Soy uno de los productores de este desastre ideológico, fui también una de sus primeras víctimas, ya que en 1966, cuando las hordas de futuros diputados sacaron a empellones de Rectoría al doctor Chávez, uno de los cardiólogos más eminentes que ha dado México, voté a favor de la huelga en la que destituimos al presidente de la sociedad de alumnos, Germán Dehesa. Me convencieron los argumentos sobre una reforma universitaria, pero, si alguien me hubiera preguntado qué debía reformarse en la UNAM no habría tenido un solo elemento, pues, recién llegado de Guadalajara, nuestra Universidad Nacional me parecía la cumbre del saber, la democracia, la libertad y la belleza arquitectónica. Pero hablaron los oradores, que después serían mis amigos, de un mundo del que jamás había oído: del grito estudiantil lanzado en Cordoba, Argentina, de Alfonso Reyes y de Justo Sierra. Deslumbrado, no supe que luego infectaría a multitudes con el virus de la autocompasión, virus que ha podrido la médula de nuestras universidades públicas y, por tanto, lanzado al mercado de trabajo profesionistas que, acusados de negligencia o de torpeza, responderán con los argumentos piadosos que mi generación les enseñó a emplear.
Discursos y demandas
Preparémonos pues a escuchar, en los arbitrajes, los discursos de médicos que justificarán su ignorancia en términos de clases sociales. Y por el lado contrario, el del paciente hábil en los menesteres de las demandas jugosas, apunten en sus libretas de notas: en Estados Unidos un hospital acaba de ser condenado a pagar 900 mil dólares a una paciente porque, durante un escaneo de su cerebro, perdió sus poderes psíquicos. No quisiera estar en la Comisión Nacional de Arbitraje Médico.