La Jornada 30 de diciembre de 1996

VICTORIA DE LA RAZON Y DE LA HUMANIDAD

Al cabo de 36 años de guerra y cinco de negociaciones ininterrumpidas y laboriosas Guatemala se encamina hacia la paz de los iguales. Esta es una victoria de la razón por sobre la ceguera de los intereses y de la violencia fratricida, y es un logro de toda la humanidad ya que esta paz revela que otros conflictos, igualmente sangrientos, también pueden resolverse por la vía política si los contendientes tienen voluntad política y realismo y comprenden que en una guerra civil todos pierden. Es, sobre todo, un triunfo de quienes se alzaron en armas para abrir espacios democráticos y hoy negociaron en pie de igualdad la reconstrucción de una Guatemala más justa. Y lo es también de aquéllos que, en todo el mundo, durante décadas se movilizaron permanentemente en solidaridad con los indígenas guatemaltecos, con las víctimas del terror militar, por la democracia, contra las dictaduras, conscientes de que la libertad es indivisible y nadie, en ninguna parte, puede ser nunca libre mientras otro sea esclavo. Es, por último, un éxito también del realismo civilista y negociador que trató de abrirse camino durante el gobierno de Vinicio Cerezo y que se impuso ahora con el presidente Alvaro Arzú con el apoyo fraterno de otros países que, como México, se esforzaron tenazmente por hacer callar las armas en el territorio centroamericano.

Esta paz sienta un importante precedente en América Latina. Si una guerra que ha causado 150 mil muertes, 50 mil desaparecidos y casi 2 millones de desplazados en un país de apenas 10 millones de habitantes ha podido ser eliminada, los focos bélicos que aún subsisten en Colombia o Perú también pueden encontrar vías negociadas de solución. Si en un país que ha padecido casi 40 años de guerra y dictadura militar, directa o indirecta, ha sido posible doblegar los intereses de los sectores castrenses estrechamente unidos a los terratenientes que se negaban a ceder su poder omnímodo y se ha podido contrabalancearlos con la presión popular, en otros países latinoamericanos donde los militares pesan menos es también posible reducir el número y el peso de un sector sobredimensionado por el estado de conflicto permanente. Es factible, por lo tanto, liberar para el desarrollo económico y social fondos que se perdían en la destrucción y la guerra y no tener que sobrecargar aún más la deuda externa importando armas para combatir con ellas a los propios pueblos.

En Guatemala ahora hay que construir la paz y reconstruir también lo material y lo cultural. Se ha podido afirmar el principio de la igualdad constitucional étnica, cultural, política y de la democracia como sistema de gobierno y de vida. En lo sucesivo habrá que dar cuerpo, contenido y fuerza a esta base principista, venciendo las resistencias a la pacificación, los continuos brotes de intransigencia y todas las asechanzas que amenazan a una paz frágil, apenas nacida, cuya fuerza reposa más que nada en los anhelos y en la conciencia popular. Los latinoamericanos democráticos estarán sin duda alguna junto a Guatemala en esta tarea de reconstrucción y de vigilancia.