Hermann Bellinghausen
Salmo
A La Hora de Oaxaca. A Gabriela Bermúdez, colega, acompañante de las mismas luchas: en memoria. Arrieros somos...
El hombre olía a mierda. No sé si a su propia mierda. Se nos aproximó decidido, como si nos conociera. Tapaba la calle, ocupaba espacio, ¿me entiende usted?, no sé si por lo exagerado de su abrigo o por la voz tan alta, como si supiera que nadie habría de hacerle caso.
Al primer golpe de ojo parecía elegante. Su peinado liso, renegrido de alguna vaselina, y aquella vestimenta negra, corbata sin camisa. Un caballero fuera de lugar. No eran calles ni horas para un caballero solo y a pie. Ya de cerca, y al descubrir que el que olía era él, vimos que era un pobre tipo, un mendigo que se ha arrastrado y no le importa.
Veníamos en bola de casa de Balbino, en el cinturón de La Merced. Sin mucho rumbo, íbamos como hacia el Zócalo. Las calles eran nuestras, en su silencio. Hasta las prostitutas se habían ido a dormir.
Siempre se nota cuando uno no es de por allí, y la verdad el cuarto de Balbino, y Balbino mismo, quedan fuera de nuestro perímetro habitual. Somos del norte, nos conocemos de Acatlán, ¿ve?
Así que el hombre nos apareció de pronto entre los camiones estacionados y no pudo sernos indiferente ni nosotros a él. Hizo caras, agitó las manos unos segundos, como si hablara pero sin hablar. No un mimo, más bien un príncipe sin micrófono ni podio, un don nadie.
La primera que habló fue Paula, que anda con Horacio, no sé qué tan borracha pues había bebido bastante pero no se le notaba:
--Bienvenido a la noche, pedazo de tiniebla --le dijo.
El hombre sonrió. Detuvo sus movimientos, con ese gesto muy teatral del que está a punto de echarse un número o boxear otro round.
--Bienvenidos ustedes, niños tiernos --replicó. Olía fuerte. Sandra de plano se tapó la nariz y la mayoría hicimos gesto de fuchi o guácala, pero nos cayó en gracia ese señor caído de la gracia.
Templada la noche. Paula, que venía de playera de esas que dejan los brazos desnudos desde el cuello, el hombro en un hilito de lencería, le preguntó:
--¿No tiene calor?
--Niña, no. Cómo cree. Acá adentro hace un frío que no imagina. Habría que estar muerto para no sentirlo.
Sergio, Sandra y Pablo quedaron un poco lejos, impacientes, más bien con ganas de seguir adelante. Pero si no íbamos a ninguna parte.
Paula había bailado toda la noche con medio mundo, venía muy suelta, y prendida, ¿me explico?, no iba a dejarse presionar por nadie, y menos por Sandra, con quien había debatido sus neuras en voz muy alta, no por otra cosa sino porque en los revestodos hablan fuerte. Yo siempre salgo con dolor de garganta.
Eramos un buen de banda, suficientes para no tenerle miedo a un hombre solo. Hablaba correctamente, como alguien que alguna vez estudió y fue alguien.
La hilera de redilas ocupaba un tramo de cuadra. Según acabábamos de constatar, en todos decía, pintado en la defensa, Salmo 23. Por eso no fue del todo absurda la inquisición de Paula:
--Usted sale del Salmo 23, ¿qué nos puede decir al respecto?
No era broma. El hombre, muy serio, desabotonó el único botón del espeso abrigo y lo abrió. Como era de esperar, venía desnudo. Las piernas peludas y chorreadas terminaban en unas botas negras sin agujetas. Sandra dijo vámonos pero ni Toni ni Paula ni Silvia ni Horacio ni Conrado, o sea yo, le hicimos caso. El hombre apuntó al cielo rojizo, mancha oscura, y dijo:
--Allá arriba, no hay nadie. Los salmos no sirven, la vida no tiene remedio, pero si me hacen favor de prestarme cincuenta pesos, Dios se los ha de pagar.
Horacio le dio veinte y al hombre le brillaron los ojos. Se cerró el abrigo, y nos quiso despedir de mano a todos. Sandra ni se acercó. A Paula la abrazó y le dijo ``cuídate niña, y cuídalos'', medio señalándonos.
Paula tomó la mano del hombre y la llevó a su pecho escotado suavemente. Dirá usted que exagero, pero se me figuró una madona tropical.
--Aquí no hace frío --le dijo--, no hace frío nunca.
--Yo sé, se siente --dijo el hombre--.
Cualquiera que la conoce sabe que en el corazón de Paula nunca hace frío.
Desde esa noche tengo la idea de buscar el dichoso Salmo, pero se me olvida. ¿Usted lo conoce? No soy muy de Biblia, ¿sabe