Los indígenas, héroes de la paz en Guatemala, afirma Menchú
Blanche Petrich, enviada, Ixcán, Guatemala, 30 de diciembre Ricardo Ramírez de León, el comandante Rolando Morán del Ejército Guerrillero de los Pobres, retornó a su ``recordado Ixcán''. Y lo hizo en compañía del general Julio Balconi, ministro de la Defensa, en una visita que, dijo ante comunidades de refugiados retornados, es un símbolo del fin de la intolerancia.
-Mi comandante ¿gusta un whisky?
Sembrando símbolos: el general Julio Balconi, Rigoberta
Menchú y el ex comandante guerrillero Rolando Morán.
Foto: Pedro Valtierra. enviado.
-Con mucho gusto, mi general.
Así, con un brindis en el ranchón de palma que es el club de oficiales de uno de los mayores destacamentos militares del país, en el corazón de la selva, el de Playa Grande, culminó una de las sorpresas del primer día de la posguerra guatemalteca.
Levantaron sus vasos los oficiales de uno y otro bando. Se sirvieron raciones de ramen y el receso transcurrió como un plácido cocktail. Aunque antes la premio Nobel de la Paz Rigoberta Menchú, recordara que esta debe ser ``una paz con memoria'', por un momento parecía olvidarse que justamente de allí, de Playa Grande, salieron las grandes batidas contrainsurgentes de la década pasada.
El Ixcán, cuna de la primera fuerza guerrillera -cuando Morán, Pablo Monsanto y muchos otros se remontaron por primera vez para formar la originaria Fuerzas Armadas Rebeldes-, sede del vigoroso cooperativismo de los 70, frente de los más cruentos combates en los años del enfrentamiento, origen de la mayoría de los refugiados en México y laboratorio del mas complejo experimento contrainsurgente, fue también -hoy- el primer punto de encuentro, de cara a la población indígena, de la nueva etapa de convivencia de quienes dicen que no eran enemigos sino sólo adversarios.
Fue idea de la premio Nobel de la Paz. Su equipo de trabajo organizó los detalles y la agenda de la gira al Ixcán y Sayajché, en El Petén, en menos de 48 horas en una acción tan sorpresiva que cuando Morán descendió de una avioneta en las instalaciones militares de Playa Grande, zona militar 22 en el norte de El Quiché -blanco de muchas acciones de sus columnas guerrilleras durante muchos años- el general Otto Pérez Molina, representante del ejército en la Copaz, admitió: ``Nunca imaginé que esto podría ocurrir''. Ni el comandante Morán: ``Jamás soñé estar aquí, y menos en estas circunstancias''.
Pero ocurrió. Y en Cantabal, cabecera municipal del Ixcán, las comunidades ahí reunidas pudieron mirar ``a ese, el alto de lentes'', un jefe guerrillero casi legendario en esta de por sí mítica región de tierras pródigas. Además de Morán, aparecieron también, alternando con los oficiales, otros jefes guerrilleros: Tomás, jefe del Estado Mayor del EGP; Lola, Estela Maldonado, de la comandancia general del EGP; Daniel El Chino Ruiz, jefe militar de El Petén de las Fuerzas Armadas Rebeldes; el comandante Genaro, jefe militar de los ``egipcios'' en el Ixcán.
En una ceremonia campesina, con el infaltable coheterío y los honores a la bandera, los sobrevivientes de las matanzas de la selva pudieron gritar su simpatía y su apoyo a la URNG frente al general Balconi y sus oficiales que pasaban el trago sin aspavientos; pudieron agitar sus banderas azules, el color elegido por la URNG para esta su etapa de transformación en fuerza política y hasta pudieron externar su reclamo, expresado en términos simples y casi dulces por uno de sus representantes, Genaro López, dirigente del Comité Coordinador de Ixcán para la Paz:
``¿A cuántos no mataron? A unos les llegó la muerte en sus casas, tal vez comiendo o durmiendo, tal vez andando por un camino. Pensaron que iban a terminar con el pueblo maya. Ahora les demostramos que no pudieron.''
Estaban allí los protagonistas del primer gran retorno organizado al Polígono 14, los asentaron en el pueblo que ahora se llama Victoria. Los de Centro Veracruz, retornados incluso antes de que los refugiados lograran un acuerdo mínimo de garantías para su regreso, los de Xalbal, los de Cuarto Pueblo, los de varias comunidades más, testigos de tres etapas: las masacres, el refugio en México, el retorno. Pueblo indoblegable, les llamó Morán.
Era el momento en el que la rueda de la fortuna daba un giro a la historia.
Fue Rigoberta Menchú, a la que a ratos le ganaban las lágrimas, la que hizo el recuento de esa historia reciente: el tesón de los indígenas del Altiplano que emigraron empujados por la falta de tierras a la profundidad de la selva, la rica etapa de las cooperativas, el auge organizativo y después la contrainsurgencia.
Los pueblos enteros que dejaron todo para huir de las masacres y alcanzar la frontera mexicana, los pueblos que no pudieron ni huir ni regresar a sus tierras y que fueron, durante 15 años, las ejemplares y desarraigadas Comunidades de Población en Resistencia. Y los caídos: ``Tantos cadáveres quedaron en las barrancas''. Por eso rindió homenaje a los héroes. ``Algunos pensarán que cuando digo héroes pienso en los guerrilleros que dieron sus vidas por una causa. Otros piensan en los soldados que también murieron por una idea''.
Un discurso que honró, una vez más, al Premio Nobel de la Paz.
En su turno, el ministro de la Defensa levantó el guante: ``Somos los primeros en lamentar la tragedia que dejó el enfrentamiento armado''. Justificó a los suyos: ``Todos murieron por un ideal''. Y prometió para el futuro inmediato: ``El ejército tendrá que readecuar su doctrina, sus procedimientos y su constitución''.
Después pronunció su discurso el reverendo Gunnar Staalset, inseparable mano derecha de la premio Nobel, autor de la iniciativa que en abril de 1991 organizó en Oslo la primera y clave ronda de negociaciones directas entre la URNG y el gobierno de Guatemala. Recordó que en esa ocasión, en la helada Noruega, cada una de las delegaciones advertía que no podían quedarse ni siquiera en el mismo hotel.
Después de los jaiboles con los oficiales de la zona 22, las avionetas de la comitiva volvieron a remontar el vuelo hacia otra selva con otra historia, igualmente cruenta. Esta vez la cita en Sayaxché, territorio quekchí, zona de influencia de las FAR. Y nuevamente se volcó la emoción y se reiteraron, sin cansancio, los votos de todos por hacer realidad los acuerdos de paz.
Ahí no se habló tanto del pasado pero las mantas de los campesinos fueron muy explícitas sobre su difícil presente.
Del caserío San Martín: ``No tenemos tierra ni escuela ni centro de salud ni carretera''. Del caserío San Román: ``Somos un grupo de campesinos. Venimos para firmar la paz para Guatemala, sus hijos y generaciones venideras. Pero no así, sino que lo que necesitamos es tierra''. De la Organización Consejo Indígena Quekchí: ``Queremos entrega de la tierra que nos robaron hace 500 años''.
Un llamado de atención que plantea dudas sobre cómo resultará aquello de ``proyectos de desarrollo sustentable'' que no se llevarán a cabo sin pasar por la decisión y participación de las comunidades, expresado por Richard Aikenhead a nombre de la Copaz