Teresa del Conde
Consideraciones de fin de año

Esta nota en forma de carta se encuentra dirigida a Felipe Ehrenberg y constituye un comentario en dos partes a las opiniones recogidas en la entrevista que le hizo Ana Ivonne Díaz, publicadas en ``El curioso impertinente'' del suplemento La Jornada Semanal del 22 de diciembre.

Querido Felipe: veo algunas contradicciones en lo que emites, o más bien siento que tu postura por un lado tiende al maniqueísmo y por otra no resulta lo suficientemente elucidadora. Procuraré, basándome en tus declaraciones, mostrar mis acuerdos y desacuerdos, advirtiendo de antemano que no estoy muy al tanto del total de la polémica desatada por Víctor Sosa en la sección ``Aproximaciones''.

El mercado del arte. No hay defensa alguna contra el mercado. Emplearé una frase de Félix de Azúa: ``No la hay, así como no había defensa contra el cristianismo y sus representantes en el siglo XII'' (naturalmente se refiere a las sociedades occidentales). En la polémica mencionada objetas severamente a quienes viven de la pintura (o la escultura, el grabado, etc.). Sin embargo, ahora admites que hay galeros profesionales en México, por lo menos cinco o seis. A excepción de ellos ``no hay sino tiendas de arte''. Yo te diría: todo galero tiene que vender. Por lo tanto, toda galería, profesional o no, es una tienda de arte. Claro, a veces es muchísimo más que eso, en todo el mundo y desde hace largo tiempo. Pero un galerista que no vende es un promotor cultural o un coleccionista y es mejor que así se asuma.

Hablas de la seguridad que tienes en tu trabajo, añadiendo generosamente: ``No siempre tuve 54 años y un prestigio tras de mí''. Podría replicarte: ningún intelectual (no me gusta la palabra, pero no hay otra) y ningún artista debiera sentirse seguro. La seguridad supone tener la verdad en la mano. Y no hay ``una verdad'' (sólo la muerte): hay vocaciones e intentos de acercamiento a verdades. Los intentos pueden ser fallidos o logrados, según el consenso que obtengan. Y los consensos existen, ya sea que se tenga tu edad, la mitad de la que tienes o mucho más. Vi hace poco pinturas recientes de Felguérez en su estudio. Me importa poco que sea ``creador emérito''. Son acercamientos a su verdad de pintor de larga trayectoria, e implican, vaya si no, riesgos. Me gusta que haya riesgos. ¿Van a ser entendidos, introyectados, disfrutados, por amplios estratos del público? No.

La pregunta que me hago y que me respondo lleva al aspecto de la comunicación. Dices que el enorme gremio que compone el interior de la plástica ``olvida al público que es, debe ser, nuestro primer interlocutor''. Si fuera así, el cineasta Tarkovsky (por poner un ejemplo) debió prescindir de filmar Nostalgia, porque la segunda vez que vi esa película la mitad de la gente abandonó la sala. El primer interlocutor que tiene un artista, un científico, un pensador, no es su posible público ni son sus colegas, es él mismo. La comunicación tiende a establecerse entre seres que de alguna manera son pares, pero que no se dedican a profetizar ni a dar órdenes. Tengo para mí que la comunicación, a nivel inferior, suele manejar --como dice Savater-- la marrullería, el efectivismo, el arrebato, el acarreo hacia la propia verdad. Y bien sé que no es eso lo que tú buscas. No creo que el arte busque predominantemente comunicar, más bien intuyo que intenta revelar, sabotear la ocultación para que ciertas ``evidencias'' --estéticas primordialmente-- tomen cuerpo. Se usa poco la palabra ``bello'' hoy en día. Decía Heidegger (filósofo cuestionable, pero luminoso en tantos aspectos) que los entes desocultados ``brillan a la luz''. Y en alemán, idioma que tu manejas, schonheit posee el doble significado de ``bello'' y de ``aquello sobre lo que cae la luz''. Me permito recomendarte que, si no la has visto, veas la exposición Mnesis, de Ilse Gradwhol. La menciono porque es un ejemplo a la mano. Mnesis es capaz de ``desocultar'' belleza, pero no a muchos. Tu estás, quieras o no, entre aquellos a quienes ese conjunto de pinturas ``dice'' algo que no está referido a la comunicación o a la información. No son las obras de arte las que nos informan... Para eso hay otros medios, indispensables, por supuesto. Las obras de arte más bien nos forman.

Para que nos formen tiene que existir un cierto tipo de infraestructura, no sólo intuitiva y sensible, también educativa. Aquí es donde se encuentran las principales fallas. Hablas de un público comprador ``reducido e ignorante''. Más bien debiéramos plantearnos la idea de que si el arte ha de ampliar su público, los artistas y los intermediarios deben formular estrategias que no se reduzcan a la propaganda informativa, porque la propaganda suele provocar respuestas inmediatas del tipo de la golondrina que no hace verano. (Continuará...