Octavio Rodríguez Araujo
Vivir es pasión
No festejé el fin del año. ¿Por qué habría de hacerlo? Mi madre fue internada en un hospital y los necios médicos le quieren prolongar horas de vida cuando saben que ya llegó al final. Debiera existir la eutanasia como fórmula legal para aliviar el sufrimiento. ¡Qué atrasados estamos!
Por un impulso comencé a releer La edad de la discreción de Simone de Beauvoir, temprano al inicio del año nuevo. Y ahí leo: ``he descubierto la dulzura de tener tras de mi un largo pasado''. ¿Dulzura? Puede ser que sí, pero no estoy seguro de que la expresión correcta sea dulzura. La belleza de la vida dura poco tiempo, o quizá es intermitente: a veces existe y para apreciarla tenemos momentos difíciles, dolor, crisis y decepciones. Así, por ejemplo, ¿por qué el Offertorium Gloria et honore... de Von Weber termina antes de cuatro minutos si uno pudiera oírlo por media hora o más?
Tenemos pasado, qué duda cabe. Pero no todo ni para todos ha sido dulce. Interesante sí, especialmente si tenemos la sensibilidad y la memoria suficientes para detener en el tiempo imágenes entremezcladas de gozo y sufrimiento, de lucha, triunfos, fracasos y nuevos retos. Pareciera, según el balance que se haga, que en la vida hay recompensas y castigos, pero no sabemos bien a bien si lo que parece castigo es recompensa y lo que parece recompensa es castigo. Quienes tenemos ya un largo pasado, independientemente de cómo se nos presente en el ahora, tenemos la ventaja de recordar más cosas, pero también la desventaja de soñar menos en el futuro. Sin embargo, la vida, como en la canción, nos da sorpresas y con frecuencia éstas son muy enriquecedoras, igual se trate de un levantamiento armado que de un amor apasionado. Pero como ocurre con la naturaleza, no hay tormentas infinitas, tampoco estabilidad permanente. Las puestas de sol, como el Offertorium de Von Weber, son de muy poca duración. Luego viene la oscuridad que también es disfrutable, si sabemos aprovecharla.
Vivir es pasión. Sin ésta la vida es plana, rutinaria, cotidiana: el lento camino a la muerte; y la muerte es nada, el único fin predecible aunque no sepamos cuándo va a ocurrir. Un repaso de la vida, aunque sea de minutos, nos agolpa infinidad de pasajes y de momentos, en desorden que no vale la pena ordenar. Y descubrimos que los peores momentos han sido cuando la pasión cede terreno a la pasividad, a la indolencia, a la inercia. Si para algo sirve el cambio de año es para reflexionar y proponerse nuevos retos. Es una tradición en muchas culturas, aunque viéndolo bien es, como tantas cosas, una convención que alguien inventó, quien inventara el calendario. Pero las convenciones no siempre son desdeñables. Cada año, cada cierto tiempo, uno debiera hacer un balance de la vida personal y del entorno; y este balance bien puede servir para replantear aspectos de esa misma vida y de ese mismo entorno. La eterna lucha. Mal para los conformistas, pues ni este estímulo tienen.
Podría decir, como Neruda, ``confieso que he vivido''. Pero todavía no es tiempo de decirlo ya que enfrente de mí, enfrente de muchos, está otro año: más retos, triunfos y fracasos, recompensas y castigos; y el mayor reto será, creo, vivir con pasión. Este es mi propósito de año nuevo. No es mucho, pero al final de 1997 querré decir, otra vez, que he descubierto la dulzura de tener tras de mí un largo pasado.