Para los que no entendemos de economía, los anuncios de repunte aparecen como muy alejados de nuestra vida cotidiana y de la angustiosa situación de millones de connacionales. Hablar de la situación del teatro, en estos días en que leche, huevo y hasta la tortilla se alejan de tantas mesas de pobres, puede parecer una ligereza; pero por salud mental es preciso aferrarse a las posibilidades del arte, esa parcela del quehacer humano que en los tiempos de crisis (¿y podemos seguir hablando por años y decenios de crisis ante lo que ya resulta un estado permanente y permanentemente catastrófico?) tiende a ser bastante prescindible. El teatro, espejo cóncavo o no de la rea-lidad, a pesar de todo se mueve.
En este 1997 pueden darse algunos cambios para bien o para mal. Desde luego que la pauperización de la clase media y el aumento de los costos de producción --y por ende del boleto en taquilla-- seguirán restando espectadores a las escenificaciones, aunque no es el único factor. Está el temor de muchos por salir en la noche en esta ciudad cada vez más violenta, casi tierra de nadie. (Y aunque muchos sabemos que los asaltos están también a la orden del día, precisamente en el día.) No hace mucho, Hugo Argüelles hizo una propuesta pública que no fue escuchada y que aquí repito. Consiste en eliminar las funciones nocturnas y hacerlas vespertinas, con lo que quizás muchos espectadores vencerían ese temor a la noche que ya es casi un hábito citadino. La propuesta parece razonable y merecedora de ser tenida en cuenta.
Por otra parte, existen algunos signos alentadores. El más importante, la entrada en vigor de las nuevas modalidades en que se otorgarán los teatros del IMSS, que estuvieron en un tris de ser privatizados y que, gracias a una de las pocas luchas ganadas por los teatristas, fueron ciudadanizados. El viejo sueño de tanta gente de teatro de tener un espacio en donde desarrollar proyectos de largo alcance parece concretarse en este esfuerzo autogestionario que, además, los obligará a unirse en propuestas comunes. Al mismo tiempo, cada espacio teatral, ya en comodato por tres años o en renta por uno, dotará a cada teatro de un perfil propio, lo que muy probablemente atraiga a muchos sectores del público que tendrán una mayor información acerca de lo que se le brindará en escena, a diferencia de lo que ocurre ahora --y hablo de todos los teatros citadinos, no sólo los del Seguro--: la oferta es tan dispersa que el espectador común no sabe a qué atenerse. En los bellos viejos tiempos, el público podía escoger con gran facilidad entre asistir a un montaje de Rafael López Miarnau en el Orientación, de Xavier Rojas en el Granero, de Manolo Fábregas o de Manuel Haro Oliva en sus respectivas sedes, o bien elegir un montaje de teatro universitario. Esperemos que con esta nueva época de los teatros del IMSS se logre algo similar.
No se puede hacer caso omiso del relevo en Teatro y Danza de la UNAM, aunque en este momento sólo quepa hacer los mejores votos porque al frente de esta importantísima tarea quede la persona idónea. Aunque las vanguardias en este momento ya no existen, siempre habrá quien experimente y otee nuevos caminos, lo que en México ha correspondido a la gran tradición del teatro universitario. Lo mismo cabe esperar con las próximas becas del Sistema Nacional de Creadores Artísticos. Las actuales son disfrutadas, en su mayoría, por quienes tienen los suficientes merecimientos, aunque en algunas ocasiones beneficien a los que no son creadores sino talacheros del teatro, lo que pervierte en mucho la intención con que deberían ser otorgadas.
Por último, el gran suceso político de los capitalinos, que es la elección de un gobierno propio, toca también --porque todo lo toca-- al quehacer teatral. Ignoro si la figura de Sociocultur se conserve, pero las nuevas autoridades (así sean panistas, escribo mientras toco madera, aterrada ante la idea de que nos rijan la moral y las buenas costumbres, según lo han entendido los alcaldes originados en ese partido) tendrán que utilizar con buen tino edificios y presupuestos para apoyar al teatro como alguna vez se hizo, pero ahora frente a una ciudadanía más avisada y demandante que cuenta con el arma de los votos que a lo mejor, y aun en este país, pudiera ejercerse para enderezar en algo, un poquito, el estado de las cosas.