Las grandes derrotas electorales y la desbandada incipiente en el Partido Revolucionario Institucional son el síntoma de que el sistema de partido-Estado está muy cerca de su fin. El Estado mexicano --monopartidista, autoritario y corrupto-- no puede ser ya la forma de organización política del país, pues sus relativos consensos están irremediablemente tocados por la muerte.
El mexicano es uno de los Estados monopartidistas o sistemas de partido-Estado más antiguos del mundo. Pero no será por el simple pasar de los años que tendrá que ser sustituido, sino por su inadecuación general con los cambios en la conciencia política de la sociedad y, sobre todo, en la forma nueva en que empiezan a articularse los diversos intereses sociales.
No se trata, pues, del declive del PRI como virtual institución del Estado, es decir, el ministerio electoral, sino de un creciente rechazo a la forma política que el Estado adoptó en México desde finales de los años veinte, la cual asumió sucesivamente diferentes modalidades, pero siempre dentro del mismo molde.
El corporativismo estatal --uno de los pilares de esa forma de Estado-- se ha mantenido hasta nuestros días con pocos cambios, pero ya no sirve para concurrir a las elecciones cada vez más competidas, en las cuales los trabajadores se comportan crecientemente como ciudadanos y no como agremiados. El monopolio sindical del Estado sirve para gobernar pero no para ganar las elecciones. Lo mismo puede decirse del corporativismo ejidal.
Es significativo que la democracia haya adquirido en las elecciones su mayor palanca de desarrollo. Mientras las organizaciones sociales y las instituciones públicas siguen siendo generalmente autoritarias, el sufragio se ha convertido en un espacio de mayor libertad.
El fraude electoral ha pasado de ser el tradicional mecanismo de aplastamiento de las oposiciones, es decir, el instrumento preventivo y disuasivo, para convertirse en un medio para la conservación del poder. Y aún así, ahora ya no se expresa, como hasta hace unos pocos años, en la alteración brutal de los resultados electorales sino principalmente en la compra de votos.
El sistema de partido-Estado siempre se apoyó en la pobreza. Pero, antes, la fuerza del sistema descansaba en la promoción social y en la creación de esperanzas entre las grandes masas pobres del país, mientras que ahora el sistema clientelar y, especialmente, la dádiva con recursos públicos ilegales, son expresiones caricaturescas de aquellas políticas sociales de tiempos que se ven como muy pasados.
En realidad, la transición mexicana a la democracia política se ha ido construyendo principalmente en el terreno electoral y en el ejercicio de las elementales libertades ciudadanas, tales como las de reunión, petición y expresión de las ideas, las cuales, hasta los años setenta, eran de muy difícil ejercicio. Es decir, que la democracia no ha surgido de las organizaciones de la sociedad ni de la generalidad de las instituciones públicas, con excepción de gran número de universidades.
El carácter autoritario de las organizaciones sociales, la inexistencia de un verdadero movimiento sindical, así como el caciquismo y el oficialismo entre gran parte de los ejidos y cooperativas del país, determina que la democracia que empieza a abrirse paso sea demasiado endeble. La conciencia democrática o, como algunos dicen, la cultura de la democracia, sigue siendo escasa en el país.
En este contexto, el inevitable hundimiento del PRI, es decir, del sistema de Estado unipartidista, tendría que encontrar un componente democrático de mayor profundidad en la libertad sindical y, en general, de asociación, pero también en la libertad política para todos los ciudadanos, es decir, en el derecho de todos a intervenir en la política, independientemente de la pertenencia o no a un partido.
Ya en plena decadencia del viejo sistema político, se alcanza a percibir el peligro de la partidocracia como mecanismo de monopolización forzada --por la vía de la ley-- de la función pública, del poder del Estado.
Por esto, la llamada transición debe verse en forma mucho más integral, es decir, más allá de algunos cambios en las leyes electorales e, incluso, de la derrota electoral del PRI.
El programa de la democracia atraviesa por la eliminación del sistema unipartidista, antidemocrático, autoritario y corrupto, pero no puede quedarse en este punto. Esta es una de las grandes limitaciones políticas de Acción Nacional, pero no lo puede ser de la democracia emergente, es decir, la de origen y programa populares.