Bárbara Jacobs
Sus ojos

Antes de guardarlo repaso con detenimiento el calendario con el que la Biblioteca Pública de Nueva York homenajeó en 1996 a cincuentaitantas poetas y prosistas, una por semana, con una cita de su obra más conocida, una nota biográfica y un retrato dibujado, grabado o fotográfico no siempre de autor conocido. De los retratos me llamó la atención que ninguno registrara a su personaje con anteojos puestos.

Del cuello de Katherine Anne Porter y del de Edith Wharton cuelgan cadenas de las que pende lo que parece ser un par de anteojos doblados; ante un atril, Marianne Moore sostiene el armazón de cabeza de un evidente par de anteojos, pero, como quiera que sea, ninguna se los dejó puestos al ser fotografiada.

La mujer conquistó el pantalón, el voto, las profesiones y el cigarro, pero, al parecer, todavía no conquista los anteojos. Que una bailarina no se retrate de anteojos se entiende, ¿pero una escritora? No hay fotografía de Gertrude Stein en que no aparezca con los ojos entrecerrados, como quien necesita anteojos; el entrecejo fruncido de Edna St. Vincent Millay puede ser resultado de su angustia, aunque, también, de un problema de la vista. Louisa May Alcott lee un libro que sus manos mantienen más bien lejos de sus ojos. Y, que me perdone Edna Ferber, pero si no es estrábica, pasaría como tal. Y Janet Flanner: Janet Flanner, la mirada, la sonrisa, esas arrugas en la frente, no sé, juraría que delatan a alguien que usa anteojos. Sin embargo, ninguna fue captada con anteojos puestos.

No sé cuándo aparecen por primera vez, pero sí que en el siglo XVI ya existían, pues Quevedo los usaba. Entonces, si el párpado algo caído de Fanny Burney habla de problemas de la vista, y Fanny Burney nació a mediados del siglo XVIII, ¿por qué no lleva anteojos puestos en el retrato?

Hablando de Quevedo, usó anteojos a tal grado que lo caracterizaron. Inclusive, su nombre define un estilo particular de anteojos. Twain, Chejov, Joyce son retratados con anteojos, pero no Virginia Woolf. El uso de anteojos es señal de progreso; obreros con anteojos hablan bien de su sociedad. ¿Por qué, entonces, las escritoras no se retratan con anteojos?

Es evidente que si uno ve, le conviene ver lo mejor posible; y que sí eres escritor haces un uso constante de la vista. No es absolutamente necesaria para tu trabajo; sabes de Homero y de Borges; recuerdas, también, con Saint Exupry, que lo esencial es invisible. Sí, pero si vez y si eres escritor, te conviene ver lo mejor posible. Así, ¿por qué, si eres escritora y usas anteojos, no te dejas retratar con ellos puestos?

Es innegable que los ojos de Charlotte Bront‘ o los de Elizabeth Barrett Browning, los de Emily Dickinson, los de George Eliot, los de AnŠís Nin o los de Mary Wollstonecraft son especialmente bellos y un par de anteojos los afearía. ¿Pero es posible que a este hecho, que habla de un vicio, se reduzca la explicación de por qué las escritoras no se retratan con anteojos? ¿Para ellas se crearon esas lentes del tamaño de la pupila que se colocan directamente sobre la pupila? Si todo desajuste de la visión se corrigiera mediante la cirugía, ¿todas las escritoras con alguna, con cualquier incorrección en los ojos se someterían a cirugía con tal de no ser fotografiadas con anteojos?

Por mi parte, a algo se debe que no pueda escribir una oda a mis anteojos, pues encuentro más de lamentar que de alabar en los anteojos en sí. No son como unos zapatos viejos o, ya que hablamos de escritoras, como un lápiz o una pluma vieja que con tanta facilidad podrían desatar no sólo odas sino hasta leyendas en quien se pusiera nostálgico y los recordara. Por razones que no entiendo, los anteojos, para mí, representan conflictos, es decir, los necesite o no, los use o no, me deje fotografiar con ellos o no, pienso en ellos y los rechazo.

¿Me dijeron cuatro ojos alguna vez y me sentí herida? Después de limpiarlos cuidadosamente en el teatro, antes de la función, y ponérmelos satisfecha, ¿algún bromista se ensalivó las yemas de los dedos y las resbaló contra mis lentes? Es cierto que es mejor no necesitar anteojos. Veo la cara de May Sarton, de niña triste, ojos de niña triste, pelo, sonrisa de niña triste, y pienso que es una cara limpia, no sé por qué, libre, no sé por qué, y que un par de anteojos encima de ese par de ojos daría al trastre con mi percepción de May Sarton, poeta, novelista, memorista de la que no sé nada, o casi nada, pues el calendario recoge un fragmento de su Diario de una soledad en el que Sarton observa que el mayor regalo que se puede hacer a otro es el desprendimiento: ``¿Cómo aprender a amar de una manera leve, ligera, que no imponga peso?'', escribe, y leerlo es saber algo de ella. Desprenderme de mis ojos impuestos, ¿levantará el peso de mi visión? La vida se ve leve y ligera, aunque nublada y fuera de foco