Antier y en estas páginas, se volvió a hablar de una serie de proyectos de inversión en el Istmo de Tehuantepec. Se mencionan casos de inconformidad con algunos de estos proyectos. Hay una serie de antecedentes, no sólo históricos sino también más inmediatos, que nos pueden llevar a conclusiones importantes.
En los últimos meses ha habido varios casos de proyectos de inversión, especialmente en zonas en las que persisten más las tradiciones comunales, que han enfrentado la oposición de la población, o de una buena parte de ella. Tal vez el que más difusión tuvo fue el del Club de Golf que se quiso instalar en Tepoztlán, Morelos. Buena parte del descontento ante estos proyectos se explica por la actitud impositiva o autoritaria de representantes de empresas, públicas o privadas según el caso, a cargo del desarrollo de los proyectos.
Cuando en estos casos se pudo hablar de algún triunfo de las protestas locales, éste se limitó, básicamente, a que las cosas siguieran como antes. Se frenó total o parcialmente el daño ambiental o social derivado del proyecto; pero la victoria incluía el seguir en la misma miseria de antes. Esto está relacionado con el hecho de que los movimientos locales sólo se daban en contra de los proyectos de inversión, sin ninguna alternativa que buscara inversiones que minimizaran los efectos negativos en lo ambiental o social, pero contribuyeran a generar empleos locales y tal vez desarrollo industrial y tecnológico en la región.
Esto último tiene especial interés en el Istmo. La parte sur, en el estado de Oaxaca, tiene una economía bastante deprimida. La parte norte, en el estado de Veracruz, tiene más industria, especialmente petroquímica y química, pero la baja inversión ha generado un alto desempleo en los últimos años, al grado de que en algunos meses del año pasado Coatzacoalcos fue la ciudad con mayor índice de desempleo abierto en el país. El desarrollo de proyectos de inversión en la zona, cuidando que no se afecte a la población ni a sus recursos, puede reducir el desempleo e impulsar la economía regional.
Algunos de los recursos naturales de la zona han formado parte del atractivo para la inversión, e incluso, en el siglo pasado, para pretensiones políticas del exterior. El derecho a usar el Istmo para un canal interoceánico fue motivo, incluso, de un tratado que se frustró. Al construirse el Canal de Panamá, este proyecto se archivó; pero ahora ese canal es insuficiente, relativamente lento y no permite el paso de los grandes buquestanque petroleros y éstos deben rodear todo el continente por el sur.
Además, con la actual tecnología no es necesario un nuevo canal para lograr un transporte interoceánico mucho más ágil y económico que usando las vías existentes. Puertos modernos, ductos para los combustibles y vías terrestres, usando grandes contenedores que pasan del barco al ferrocarril o al tráiler, y de ahí al otro barco en el otro océano, permitirían que la carga cruzara el continente en 24 horas, frente a una semana que normalmente se toma el cruce del Canal de Panamá, que, además, implica un mayor rodeo para la mayoría de las rutas comerciales. Y, claro, la transformación de parte de los productos que cruzarían el Istmo se hace atractiva y eso estimula la inversión industrial.
Lo importante, para la realización de este tipo de proyectos, es que se hagan con la participación de las comunidades de la región y considerando con cuidado el impacto ambiental y social. Para las comunidades mismas es importante impulsar una alternativa de esta naturaleza, y no quedarse en la simple oposición, no conformarse con perpetuar la miseria.