Lo primero que se mira son los fuegos en las cocinas a través de las rendijas. Lo primero está en la chinga de las señoras, en su condición de siervas del trabajo por ``ley de la vida''.
A tirar tortilla, a cortar leña, a poner los primeros peldaños del día, cuando es de noche todavía. El cuento de nunca acabar. ¿De cuándo acá eso es noticia?
Esta gente habla de revolución porque necesita una. Ya mostró que puede ser pacífica o violenta, pero que en cualquier caso responde a una situación violenta: la de su difícil condición de vida.
No sólo aquí. Así se existe en muchos lados de la República. Desde miles de lugares como aquí se espera una solución. Estos pueblos subrayan, hoy por hoy, un importante problema. Si éste no se resuelve, los demás no tendrán remedio.
Ello no quita que en éstas partes la gente sepa pasarla bien cuando se puede y le dé vuelo a la hilacha y tenga risa.
Al día siguiente
El novillo atado a la joven ceiba se aburre como vaca el día entero. El río a su lado tiene poco que contar a estas horas, muy temprano aún para que las mujeres vengan a lavar ropa y bañarse y hacer ruidos de agua que al novillo como sea no interesan.
Por el puente allí cerca cruzan Belisario y sus compañeros, que vinieron a la fiesta de Año Nuevo, quedaron otro día más, y ya se van. Casi un día de camino. Qué diferentes del novillo. Ellos se han divertido. Bailaron anoche hasta cansarse las cumbias de ``El sapito'' y ``La del moño colorado'', que sonaban una y otra vez como sinfonola. Play it again, Sam.
--Una fiesta con hartas chamacas --celebra Belisario hundiendo las manos en el agua, y es que fiesta que no es así no es fiesta.
La Sara no dice si bailó o no bailó, pero desde ayer por la tarde, por segundo día consecutivo, no hizo otra cosa. Fue tan solicitada que varias veces se refugió en el remillete de abuelas y mamás amamantando para que la dejaran en paz los pretendientes con su ``¿bailamos?'' cuando empezaba la marimba, opacada por el órgano pos-Yamaha de inmediato, y los hombres se arrojaban, literalmente, sobre las muchachas en las bancas y casi las arrebataban.
Luego bailaban, muy serios, un pasito para acá, otro para allá. Al terminar la pieza y ellas se soltaban, huían como despavoridas a sentarse donde estaban, y entre risas intercambiaban impresiones con sus amigas en tojolabal. Los vestidos verde limón, naranja mecánica, morado obispo y otros electrizantes colores, todos juntos parecían un cromo.
No bien empezaba la siguiente, los bailadores como Belisario se arrojaban sobre las chamacas; ya tenían el ojo puesto en una o viceversa. Y así hasta que se despidieron los músicos. Si por ellos fuera, hubieran seguido, sin cansarse. ``Cómo íbamos a cansarnos'', exclama Belisario, a quien espera un día de montaña. Otro: todos son días de montaña.
Astronómicamente hablando
Despues de una incursión exitosa, Elsy y Filiberto dejaron una hoja llena de dibujos. Entre los dos no suman todavía ni 20 años. Elsy escupe semillas de san, una fruta que tiró del árbol junto al río; de una pulpa blanca que recuerda a la guanábana, pero en vaina de tres caras, verde y larga, san es silvestre. Se había empeñado. Fue al acahual con el machete y se preparó una horqueta en un palo como de 4 metros.
El Fili dibujó un rifle, una paloma y un camión, que tenía una bandera de tres franjas, y luego la tachó toda y quedó de un solo color. Intentó una flor, pero Elsy tuvo razón al decir que le quedó fea. Las de ella en cambio eran bonitas, y varias. También pintó el trazo sugerente de una garza, y un fantasma gordo con una capa, los brazos en alto y un copete afilado sobre los ojos redondos y negros, sin nariz ni boca. Con su risa de gato, Elsy dibujó un pollito y una estrella. Era un punto negro, pero ella aseguró que era una estrella.
--Espérela usté en la noche y va a ver cómo va a verla --me dijo, y se fue, con todo el desdén de que es capaz, y su hermanito ya bien dormido en el rebozo.
El Filiberto desapareció también, sin que yo me diera cuenta.
Pero le hice caso a la Elsy y en la madrugada busqué su estrella. Cuando estaba por amanecer, miré el cielo como el mapa de un país. La ordenada formación de nubes dispuestas en rayos y largos litorales, un poco menos negros que el azul de la noche, rodeaba unas tierras imaginarias donde la guadaña lunar no se explica y las estrellas, con todo respeto, eran las locas de la casa, suponiéndolas inteligentes. Allí debían estar la Vía Láctea y ese famoso Zodiaco que tanto excita la imaginación de Occidente, con sus presagios arcáicos y simplones.
Pero nada es novedad, salvo la reluciente carita blanca de Venus, sobre el párpado de horizonte que antecede al Sol. Vinieron todas las estrellas, esta noche. Hasta las primas chicas de las Pléyades, que son polvo tímido apenas.
Una por una se han ido despidiendo, como puntos de camino que quedan atrás en el mapa, y ninguna es la que dibujó Elsy. ¿Qué le voy a responder cuando pregunte si encontré lo que me dijo que buscara?
Con la primera luminosidad el aire nomás se llena de humo un rato, a causa de los fogones trabajados. Y el cielo se queda en blanco.