La Jornada 6 de enero de 1997

HABITANTES DE LAS COLADERAS

Karina Avilés Ť Sobre estas tres coladeras sólo una inscripción: STC-Metro.

Abajo de lo que parece un campo estrecho y calvo, el camellón de la avenida de Los Cien Metros, viven como si estuvieran enterrados 40 niños tallas 10, 12, 14 y hasta la 16.

Se encuentran en el olvido de la muchedumbre de la Central del Norte; a diario, miles de personas que viajan en los vagones de la línea 5 del Metro pasan a un lado de sus casas sin que nadie conozca lo que pasa en aquellas coladeras, ubicadas al margen izquierdo de la vía, y de cara a una de las sucursales de Banamex.


Cuarenta infantes viven bajo la superficie en un camellón
de la avenida de los Cien Metros.
Foto: José Luis Ramírez

Más adelante, un puente amarillo les sirve para atravesar la avenida y llegar mediante unos cuantos pasos a sus bañeras.

Conocidos como Los Ponis, integran una banda de siete mujeres y 33 hombres que han formado su propio mundo en tres cajas de cemento con tapa.

``Desde hace muchos años están habitadas. Los del Metro han cerrado unas y nosotros abierto otras'', dice El Ponchis, jefe de la familia.

Así que ya son varias generaciones las que han abierto coladeras.

De ojos grandes y ``pispiretos'', a sus 20 años cuenta que llegó allí a los 9 y desde entonces había ``otros morros''.

Unos llegan y otros se van, dice, no se sabe quiénes fueron los antecesores ni el porqué de su partida.

Pero lo difícil, asegura el líder, es entrar a los grupos que viven en las coladeras. En el caso de Los Ponis, ``un chavo se tiene que rifar un tiro con otro chavo de la banda y otras cosas, pero son bien personales''.

Además, existen otras formalidades, como ``saber de dónde vienen, si son chivas (espías) y por qué quieren estar acá'', señala El Ponchis.

Roselín Reyes García, de 13 años, cuenta que una amiga llamada Fernanda ``me dijo que iba a presentar a unos chavos de la Central. Así los conocí, y también a mi novio; él estaba sentado afuera de la coladera.

``Me salí a los 12 años de mi casa porque mis papás me pegaban; estuve unos meses en Casa Alianza y aquí voy a cumplir un año.'' Con el rostro pálido y una mirada dulce, agrega que le gusta vivir en el lugar porque ``no está tan feo, me gusta ver a la gente y que me cuiden''. Los Ponis están organizados, pero fuera de tiempos, horarios y obligaciones.

Mientras que unos duermen bajo retazos de cobijas en aquellas profundidades, otros se encuentran en la Central del Norte de maleteros, limosneros y cuidadores de autos; algunos torean carros para vender chicles o limpiar parabrisas sobre la avenida de Los Cien Metros, y otros platican fuera de las coladeras. Pero siempre, cuidándose entre sí.

``Comemos a la hora que llegue el hambre'', y también cuando los dueños de puestos de comida --de los alrededores-- se deciden a regalarles un poco de lo suyo.

A veces, ``pedimos para un taco'', dice Roberto. ``A mí me regalan tamales en la Central'', agrega Jose Luis. ``Antes me traían unas señoras de comer, pero ahora ya no'', señala Roselín. A lo que el jefe de familia añade: ``Si hay feria, tenemos para las tortillas, jamón, queso, aguacate y chiles''. Pero de cualquier manera, ``cuando hay que comer, comemos todos''.

Los Ponis coinciden en que la unión es lo que los mantiene allí. ``Me gusta compartir con mis amigos la ropa, la comida, el jabón, el desodorante'', afirma Roberto. Sin embargo, estos adolescentes han establecido que las ganancias que obtienen de sus oficios son administradas por cada quien.

``Si te pones al tiro, ganas como 100 pesos, y 50, si estás de concha, pero también existe la tentación de robar'', señala El Ponchis.

Y según el jefe de familia, es dinero que en su mayoría utilizan para comprar droga como ``el activo y la mariguana. Yo les digo que dejen todas esas cosas, yo lo dejé desde que alguien me dijo que Dios me quería''.

En el pantano

La vida de estos adolescentes se encuentra repartida en tres coladeras: la primera mide 2 por 2.5 metros y tiene 4 de profundidad. ``Allí se queda El Ponchis, El Calaca y su novia, y otra chavita'', debido a que es un espacio que Los Ponis destinaron para las parejas de la banda y las mujeres sin compromiso.

Con la distancia que separa a cualquier tumba de otra en un cementerio se halla la segunda coladera, de mayor extensión (3.5 de ancho por 5 de largo), aquí, los 40 miembros de la banda tienen que descender seis metros para ir por el jabón, champú, crema, pasta de dientes, ropa y otros artículos personales, ordenados en unas cajas de jitomate sobrepuestas que colocaron en un rincón de aquella coladera. Lugar donde hay un pantano que embarrara su olor pestilente en esos cuatro muros, mismos que se mantienen ardiendo en cualquier época del año, y sofocan con su calor a los de la banda.

El resto de esta segunda coladera consiste en un pedazo de cemento que la banda debe remendar con palos y cartones, ``porque de repente se sale el agua''. Allí duermen.

Otro de los peligros diarios es que sólo hay dos peldaños para bajar los seis metros de la coladera, pero uno se encuentra al principio y el otro al final y aseguran que ``ya ha habido muchos que se han golpeado''. Aunque ninguno ha caído al pantano, éste se encuentra allí, amenazante, convirtiendo su saliva en un río de basura, botellas de plástico y una que otra rata, que emergen de su esófago de tres metros de profundidad.

En esa oscuridad, cuando ya ni siquiera el boquete por donde les llega luz cumple sus funciones, Los Ponis suelen prender una vela --cerca de las 7 de la noche--que funge como centro de la plática de los que llegan en ese momento. A su vez, los que ``saben sumar'' sacan sus libretas de la cajonera para enseñarles a otros.

Por su parte, El Ponchis aprovecha para estudiar La Biblia. Desde que se convenció de que ``al que ama a Dios las cosas le vienen para bien'', espera pronto dejar las coladeras para iniciar una nueva vida como educador de chavos de la calle.

La banda debe estar en alerta durante la noche. A pesar de que con Los Munras --vecinos de coladera-- ``la llevan bien'', a veces ``vienen otras bandas a agandallar, a pasarse de listos y nosotros tenemos que combatir'' para defender ``el honor''.

Y para defender el espacio, deben de cuidarse del Sistema de Transporte Colectivo-Metro. Hace dos años, parte de Los Ponis vivía en la misma región pero diferente ``tumba'', llamada La Coladera de la Muerte.

Tuvieron que salir resignados y sin oponerse a las autoridades del Metro, debido a que esa coladera contenía cables de alta tensión y ``nos podía electrocutar a todos''.

El Sistema de Transporte Colectivo la cerró y para remplazarla el líder decidió abrir la segunda coladera, en donde habitan únicamente los hombres de la banda.

La tercera y última se localiza después de bajar el puente amarillo.

Los Ponis la utilizan como bañera ``porque tiene una tubería de agua potable'' que les permite asearse ``cada tercer día''.

Además, tiene unos 10 metros de profundidad y ``una parte de pavimento donde duerme el resto de la banda''. Uno de ellos, Israel, se tambalea de tanto inhalar, tiene el rostro casi verde, solamente añade: ``¡Que saquen el mundo a la verga!.