José Cueli
La México terminó lusitana

Las cuerdas de la guitarra al aire le ponían música al toreo de Pedro de Portugal. Suena que suena, la guitarra acompañaba los remates de las faenas. Bajo el revuelo del capote iba juntando las verónicas, que eran belleza del mariposear, miel que escurría al paso del toro y fulgor del cuadro torero.

Bajo el revuelo del capote, las notas de los fados temblaban en el eco de la mole de cemento. Pedrito de Portugal, el torero de Lisboa, se transformó en don Pedro de Portugal. En las barreras y tendidos los aficionados comentaban: ¡Cómo ha toreado el portugués!

Bajo el revuelo de la muleta de don Pedro sonaban las notas tristes de los fados y clamaba el aire, los versos de Pessoa al aire dormido. Desde los palcos con olés cargados en la é, se iba cantando la historia de la filigrana de su torear, mientras subía la espada en el toro, después de un pinchazo en todo lo alto en la hora de la aurora.

Don Pedro de Portugal, paso lento, pase corto en redondo, muleta a vuelo de mariposa, colores lusitanos, faja color rojo fuego por el ruedo de la gran México, dibujó el toreo en redondo a un toro feo y avacado, al que le exprimió los pases, oxigenándolo y dándole su pausa al ritmo de su toreo desmadejado.

De los tendidos bajaba como ola el torero, torero. La tarde olía a toros y el señor don Pedro de Portugal, en la barrera contenía el estremecimiento que lo desbordaba con las orejas en la mano. De su primer enemigo, al que a su vez cortó las orejas, poco habrá que tomarle en cuenta, por tratarse de un becerro.

Pero con el sexto de la tarde, el torero llenó con la pintura de su toreo el redondel encendido que dejó con olor a romero. Después de ver cómo recortaba y remataba los pases don Pedro, uno a uno, la emoción nos ahogaba y en el pecho estallaban los olés. Toreo hondo de canto lusitano, caña de las mujeres y cante para los toreadores de la tierra.

En el rugoso redondel dejó el canto melancólico de la música portuguesa, antigua y señorial. Iba y venía el toro por el centro del redondel, gira y gira imantado a los vuelos de su roja tela, muy natural, quieto, seguido y con temple, mucho temple y mucho mando en abierto vuelo de mariposas que se vinieron en los capotes que le bordó una bella portuguesa.

La muleta de don Pedro entre perfiles se revolvía y revolvía, de dentro afuera, y de fuera adentro, y la llevaba en la mano rimando con cadencia, la cansada embestida del toro de Carranco, afirmando lo que es el toreo. Naturalidad que le permitió el toreo al natural; dar el medio pecho al toro, traerse delante el toro toreado y rematarlo debajo de la cintura en cada pase natural, que le salieron de antología. ¡Paso a un gran torero!

Por lo demás, el desorden de siempre. Cuatro novillos de Garfias y dos de Carranco, feos y corrientes. Todos mansos, tratándose de quitar la puya, descastados y acribillados por los picadores. Ideales para el toreo a modo que sólo apareció --a parte del torero de Portugal-- en destellos de lo que fue el toreo de Mariano. El juez de Plaza, don Manuel Gameros, permitió el desorden. Sería prolijo y aburrido enumerar las violaciones al reglamento.