Una de las notas distintivas de este fin de siglo ha sido la ``resurrección'' de la sociedad civil. Detrás del derrocamiento de regímenes autoritarios de los últimos lustros (en Corea del Sur, Taiwan, Checoslovaquia y Sudáfrica, por ejemplo) están largos procesos de negociación impulsados por una energía democratizadora proveniente, desde distintos espacios, de ciudadanos, grupos y movimientos de base (estudiantiles, religiosos, sindicales, organismos defensores de los derechos humanos, periodistas y grupos de mujeres, significativamente).
No es posible comprender el cambio democrático que experimenta el planeta sin estudiar a la sociedad civil. Al respecto, es relevante el análisis de Larry Diamond en su ensayo Rethinking Civil Society, Toward Democratic Consolidation. Para Diamond, resulta riesgosa la simple antítesis entre Estado y sociedad civil, encerrada en un juego de suma cero, que soslaya lo que es y no es la sociedad civil.
La sociedad civil, dice, es el ámbito de la vida social organizada que nace voluntariamente, mantiene su autonomía ante el Estado y se encuentra limitada por un orden legal o un conjunto de reglas compartidas. Involucra a ciudadanos que actúan colectivamente en una esfera pública a fin de expresar sus intereses e ideas, intercambiar información, alcanzar propósitos comunes o hacer demandas al Estado.
Pero si bien la sociedad civil, es decir, sus organizaciones, buscan incidir en las políticas públicas, no tiene como objetivo acceder al poder del Estado. Las organizaciones sociales expresan pluralismo y diversidad, por eso cuando pretenden monopolizar un espacio político, contradicen su naturaleza... Son parciales, porque ningún grupo u organización puede pretender representar el conjunto de intereses de una comunidad. Más bien, diferentes grupos representan diferentes intereses.
Pero la sociedad civil no sólo es distinta y autónoma respecto al Estado sino también a la sociedad política (que en esencia significa el sistema de partidos). Lo anterior no ignora las importantes funciones democráticas que corresponden a la sociedad civil: limitar el poder del Estado (la movilización de la sociedad civil constituye un medio crucial para exhibir las desviaciones y los abusos, por ejemplo); complementar el papel de los partidos políticos a través de una rica vida asociativa que estimule la participación política y promueva la apreciación de los derechos y obligaciones de los ciudadanos; estimular la creación de una cultura democrática (tolerante, madura, respetuosa de ``los otros'').
La sociedad civil crea canales distintos a los de los partidos políticos para la articulación, agregación y representación de intereses. Esta función es particularmente relevante para proporcionar acceso a la política de grupos tradicionalmente excluidos, tales como mujeres y minorías étnicas o raciales.
Al generar oportunidades de participación e influencia en distintos niveles de gobierno, la sociedad civil proporciona un fuerte fundamento para la democracia. También lo hace cuando recluta y adiestra a nuevos líderes políticos, bien como un propósito deliberado o, como ocurre las más de las veces, como una consecuencia del funcionamiento de sus organizaciones sociales.
Los esfuerzos de monitoreo electoral no partidista han sido vitales en la eliminación de las irregularidades electorales, en el incremento de la confianza del elector y en la afirmación de la legitimidad de los resultados. Contribuyen así a la transformación de los sistemas electorales, a la democratización de los partidos, al fortalecimiento de la división de poderes y a incrementar la responsabilidad gubernamental.
Una sociedad civil vigorosa difunde con amplitud la información ``que no depende así meramente de visiones oficiales'' por lo que ayuda a los ciudadanos en la búsqueda y defensa colectivas de sus valores e intereses.
Al fortalecer la responsabilidad, la capacidad de respuesta, el carácter incluyente, la eficacia y por consiguiente la legitimidad del sistema político, una vigorosa sociedad civil proporciona a los ciudadanos respeto para el Estado y un involucramiento positivo con él. Al final, esto incrementa las condiciones para una gobernabilidad democrática. Además, una rica vida asociativa puede hacer más que meramente multiplicar las demandas sobre el Estado; puede multiplicar las capacidades de los grupos para mejorar su propio bienestar.