Los promotores del sí a la instalación de casinos en México asocian a éstos con un bonancible panorama de cuantiosas inversiones, mayor entrada de divisas por turismo, creación de empleos y aumento de ingresos fiscales y rechazan vinculaciones del juego con el aumento de índices delictivos, narcotráfico y lavado de dinero. Hablan además de fuertes regulaciones o candados legales para los casinos, ante lo cual muchos ciudadanos sonríen sarcásticos, sabedores del triste destino de las normas restrictivas en este país.
Importa reflexionar puntualmente sobre tales presuntas ventajas:
Inversiones: Las inversiones importantes se darían sólo en la construcción de los edificios para los casinos, y esto sólo en caso de que no se autorice instalarlos en los hoteles ya existentes, lo cual es una posibilidad no descartable.
Mayor entrada de divisas: este supuesto ingreso no sería necesariamente elevado porque, como se dijo en este mismo espacio el pasado 11 de noviembre, el juego no figura entre las prioridades y demandas de los turistas de Estados Unidos, país de donde proviene la mayoría de los extranjeros que nos visitan.
Creación de empleos: Con éstos sucede algo similar que con las inversiones, pues el conjunto importante de puestos de trabajo se da durante la construcción de los edificios, es decir, una sola vez. Los empleos permanentes para el funcionamiento de los centros de juego suelen ser pocos y, frecuentemente, no se trata de nuevos puestos de trabajo en sentido estricto, sino de desplazamientos desde otros centros de trabajo que se ven obligados a reducir operaciones y personal, como consecuencia de la competencia de los casinos.
Aumento de ingresos fiscales: Conviene citar el siguiente párrafo de un estudio de Alejandro Sousa Vidal, aparecido en el número de octubre de 1966 de la revista Entorno, de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex): ``En cuanto a la generación de impuestos, en muchos lugares de Estados Unidos que han autorizado casinos recientemente (el resultado) ha sido decepcionante, pues del dinero que se recibe habría que descontar el gastado en problemas generados por el juego: mayor presupuesto en policía, mayores daños a la propiedad por fraude o robo, manejo en estado de ebriedad, atención a jugadores que se vuelven adictos''. Ha de tomarse en cuenta, asimismo, que el dinero entregado por los jugadores a los casinos pudo haber tenido otro destino --generalmente entretenimiento, ahorro o compra de bienes personales-- también generador de ingreso fiscal.
Los defensores de los casinos sostienen que no hay relación directa entre éstos y el aumento de los índices delictivos ni entre aquéllos y el narcotráfico. Los opositores, en cambio, citan el caso de Atlantic City, donde el incremento de los delitos con violencia, a raíz de la instalación de casinos, llevó a esa ciudad del sitio 50 en el índice delictivo nacional estadunidense de 1978 al primer lugar en 1981. Por supuesto, sería conveniente saber qué pasó en los años siguientes, pero el dato mencionado es de todos modos aleccionador.
Otro caso, éste citado por Jorge Ortega Ibarra en la consulta sobre el tema realizado por la Comisión de Turismo de la Cámara de Diputados, en agosto de 1995, ocurrió en la isla Santa Margarita, donde en junio de ese mismo año el gobierno de Venezuela clausuró los casinos, acusándolos de lavado de dinero procedente del narcotráfico. Esto no parece extraño. Habiendo un sitio donde se maneja tanto dinero en efectivo como un casino, parece obvio que los narcotraficantes traten empeñosamente de blanquear ahí sus ganancias.
A principios de siglo, Porfirio Díaz autorizó los juegos de azar y propició la creación de varias casas de juego, entre ellas el célebre Casino de la Selva en Morelos. Unos 30 años después, Lázaro Cárdenas prohibió los juegos de azar y ordenó la clausura de casinos, prohibición que habría de atenuarse con la expedición, en el sexenio de Miguel Alemán, de la Ley Federal de Juegos y Sorteos.
En 1997, cuando faltan sólo tres años para el nuevo siglo, la apertura de casinos en México pareciera por momentos estar cerca, aun cuando el debate está lejos de haber concluido. ¿Se cerrará el círculo?
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Satisfecho por el número de vidas sacrificadas en su altar por el exceso de velocidad y el alcohol en las recién terminadas vacaciones, el dios de la irracionalidad se retira a preparar su próxima incursión en las carreteras del país, para Semana Santa.