1 Gracias señor Arzobispo. Hay varios hechos positivos en el anuncio del Arzobispo Primado de México, Norberto Rivera, sobre el inicio de acciones en los medios de comunicación para difundir las ideas de la Iglesia católica mexicana sobre el sexo. El primero y muy importante es que la Iglesia transita del silencio a la palabra. El segundo es que reconoce explícitamente la importancia de la educación sexual, labor pedagógica que antes condenaba. Romper el silencio sobre la sexualidad no es trivial en un país como México, tan lleno de prejuicios e ignorancia a los que ha contribuido en el pasado la propia jerarquía eclesiástica.
Sospecho que a estas alturas debe el señor Arzobispo estar un tanto preocupado, pues la iniciativa propicia que se hable del sexo en todas partes. Me imagino a los padres reunidos en torno a la mesa familiar con sus hijos, intentando responder a las preguntas que éstos les formulan por consejo del señor Arzobispo. ¿A quién van a recurrir los adultos para contestar responsablemente a los menores? ¿Acaso a la parroquia de su pueblo o su colonia? Los padres tendrán que acudir a las bibliotecas y las librerías, al consejo de expertos, se encontarán entonces con gónadas y espermatozoides; cópulas y anticonceptivos; quizá hasta con Freud y Lacan. La anatomía, la fisiología; el cuerpo y los placeres, todo aquello a lo que Norberto Rivera no quiere que se llegue. ¿Cómo lo va a evitar si ya rompió el silencio, al dejar en manos de la familia la tarea de educar a los hijos en el territorio de la sexualidad?
Es cierto que el representante de la Iglesia católica estableció varios límites, el primero contra la ciencia y el segundo contra el placer. Sexo incorpóreo, sexo sin placer. Pero al pasar del silencio a la palabra ¿quién va a impedir que los jóvenes pregunten? ¿quién va a atar a los padres para que no acudan a buscar respuestas? ¿quién evitará que los adolescentes comenten entre ellos? ¿quién tiene la fórmula para evitar que los jóvenes lleven a la práctica --como lo hacen ahora-- sus deseos? Gracias Arzobispo Norberto Rivera, por abrir este nuevo frente de discusión familiar en torno al sexo.
2. El control de la sexualidad. Hablar sobre el sexo no significa eliminar los controles sobre la sexualidad. Ya Michael Foucault demostró, cómo se ha concretado el paso desde un espacio dominado por una moral victoriana a otros en los que se propicia hablar sobre el sexo. Este nuevo escenario lo ocupa una red invisible pero no menos efectiva de sistemas de control en los que participan lo mismo las leyes que la policía, la escuela, la medicina y el psicoanálisis.
Al romper la Iglesia su silencio, lo único que intenta es no quedar rezagada de las fórmulas con las que hoy se ejerce el más brutal de los controles sobre la sexualidad humana. Al igual que la Iglesia, la ciencia condenó durante siglos el autoerotismo, la homosexualidad --para citar sólo un par de ejemplos-- e inventó ciertos espacios en los que habría que colocar a las ``sexualidades periféricas'' que desde entonces tienen que transitar, no entre el cielo y el infierno, sino entre lo normal y lo patológico. Los tiempos y algunos conceptos han cambiado, pero en esencia el papel de la escuela o de la ciencia como mecanismos de control de la sexualidad no cambia. Desde esta perspectiva preferir la palabra de la pedagogía o de la ciencia a la de la Iglesia tiene algunas ventajas, pero no es suficiente.
3. El nuevo siglo. Es responsabilidad de todos encarar el tiempo que nos toca vivir. Hay dos peligros graves que acechan a la expresión cabal de la sexualidad humana: el retorno de la Iglesia y la conversión de la ciencia en una nueva Iglesia. El mensaje de los jefes del catolicismo representa un retorno tecnológico al pasado, la finalidad es meridianamente clara: la anulación del cuerpo y los placeres. La ciencia por su parte enfrenta una confusión, si bien aporta conocimiento en la anatomía, la fisiología o la psique, fomenta la creación de la dualidad sexo-miedo, sexo-enfermedad y, al igual que la Iglesia, tiene problemas para enfrentar el núcleo sexo-placer. Si bien la Iglesia llega tarde, puede generar algún ruido que no debe escandalizar, son los estertores de quienes están condenados a permanecer en las sombras del pasado. Se enfrentan nada menos que a la naturaleza humana, a sus sentimientos liberadores, al conocimiento. Los retos principales los tiene precisamente el conocimiento. Los años por venir son los años de crisis de los paradigmas clásicos que operan como medios de control de la sexualidad, como la idea de dos sexos únicos, lo que da lugar a la comprensión de ideas nuevas como la individualidad del sexo y el aprecio por las ``perversiones''.