Adolfo Martínez Palomo
El legado cultural de Ignacio Chávez

En el presente año se conmemora el centenario del nacimiento de un mexicano excepcional: Ignacio Chávez, quien además de haber sido el más ilustre de los médicos mexicanos del presente siglo modernizó la educación superior y la cultura del país. Para estimar mejor el alcance formidable de su legado es necesario considerar la diferencia abismal entre el punto de inicio y el punto de conclusión de todas las empresas que realizó. En sus propias palabras: ``Para juzgar de la valía de un hombre y del mérito de su obra, no basta con saber el punto de llegada, por alto que sea; es preciso conocer el punto de arranque, el del oscuro comienzo''.

Hay mucho que aprender de la vida y de la obra de Chávez. En todas las instituciones que reformó, modernizó la organización, mejoró los hábitos de trabajo, introdujo formas para reconocer y recompensar las mejores aptitudes y las mayores experiencias, formó nuevos más competentes profesionales y con todo ello, paso a paso, fue cambiando voluntades y modificando actitudes que, sumadas una tras una, elevaron los niveles de nuestra ciencia médica primero y de la educación superior después.

El liderazgo sin par de Chávez enseña también que los grandes hombres lo son porque generan y usan el poder como medio para la consecución de un fin noble y no como instrumento para acumular honores o riquezas. Su talento y su inteligencia lo llevaron a cosechar tal vez más honores y más reconocimientos académicos que ningún otro mexicano, pero el gran peso de esas distinciones fue siempre puesto generosamente al servicio de sus obras. Su ejemplo de genuina vocación por servir intereses superiores resulta hoy más vigente que nunca.

Por ello, repasaré en ésta y en futuras entregas algunas de sus principales obras, con el auxilio de citas de él y de sus contemporáneos. La intención es recordar al gran creador pero, sobre todo, evocar los principios y los valores que permitieron a este mexicano singular adelantar la cultura de nuestro país.

Chávez nació el 31 de enero de 1897 en Zirándaro, Michoacán, un pueblo pequeño de Tierra Caliente, de menos de mil habitantes (hoy Zirándaro de los Chávez, Guerrero). Hijo de un comerciante relativamente próspero, estudió el bachillerato en el Colegio de San Nicolás de Hidalgo, en Morelia. Su desempeño fue tan brillante que al terminar sus estudios preparatorios fue nombrado profesor de historia.

En 1914 inició la carrera de médico en la Escuela de Medicina de Michoacán, pero las vicisitudes de la Revolución hicieron que se trasladara a México para continuar sus estudios en la Universidad Nacional. En 1920 se recibió como médico... ``dejando por completo satisfechos a los miembros del jurado... su claro talento y extraordinaria ilustración le auguran un brillante porvenir...'', según una nota de la sección de sociales del periódico Excélsior de aquel año.

Como el visionario que siempre fue, vislumbró su propia obra en el discurso que pronunció en 1919 como primer presidente de la sociedad de estudiantes de la Escuela de Medicina de México: ``No habrá de concretarse nuestra labor a fomentar sólo las facultades en el orden médico, sino que en nuestro propósito cabe todo lo que sea conocimiento o acción, ciencia o arte; queremos brindar un apoyo a todo lo que sea esfuerzo, dar un impulso a todo lo que sea trabajo, tributar un aplauso a todo lo que sea progreso''. ¡Y vaya que lo logró con creces!

Además de recordar sus obras, importa precisar hoy los valores por los que Chávez luchó toda su vida. En palabras de uno de sus más cercanos amigos: ``Chávez hizo todo cuanto le fue posible por impedir el dominio de lo mezquino, lo falso y lo transitorio y procurar el imperio de lo cierto, lo eterno y lo grande... Su acción se centró en resaltar el riesgo de la corrupción generada en el apetito desmesurado por el poder y los bienes materiales; en exaltar la limpia verdad, la honradez total, el cumplimiento íntegro del deber; en preconizar la conducta que se finque sobre la estimación de los valores verdaderos''.

Chávez mismo comentó: ``Hay algo en que es preciso insistir. En igual grado que el afianzamiento académico, importa asegurar el sentido ético. No puede admitirse una educación verdadera sin una sólida vertebración moral. Tanto como el amor a la sabiduría, la dignidad en la conducta y la rectitud en la acción deben inspirar la vida universitaria. El remedio no vendrá, definitivo, sino cuando aprendamos a vivir en la autenticidad y no en la ficción, cuando admitamos todos que la vida social no habrá de limpiarse y no cobrará su rumbo hacia la dignidad y lo que ella implica, sino cuando todos ajustemos la nuestra a las normas de honestidad sencilla, de afán generoso de servir a los demás, de congruencia entre lo que se piensa y lo que se hace''.

Ese impulso genuino y generoso de servir a los demás a través de crear o reformar instituciones de educación superior fue la constante de la obra de Chávez. De la Universidad Michoacana a la Universidad Nacional nunca menguaron sus empeños, al contrario. Toda institución que le fue confiada fue entregada en mejores condiciones materiales, con organización más fluida y provista de espíritu más generoso. Cuando el paso se cerraba a su camino se retiraba temporalmente, para reiniciar pronto una nueva tarea con mayor ahínco y con mayor ambición. Así reestructuró la Universidad Michoacana, renovó la Facultad de Medicina, modernizó el Hospital General, fundó el Instituto Nacional de Cardiología y reformó la UNAM.

La obra de Chávez fue una espiral ascendente. Espiral, porque giró siempre alrededor de un mismo tema: el progreso de la educación superior. Ascendente, porque a cada nueva etapa puso exigencias cada vez más altas. Por estas obras y por los principios en los que se basó para llevarlas a cabo podemos afirmar, en el centenario de su nacimiento, que el legado de Chávez fue modernizar nuestra cultura y ensancharla con valores universales y, con ello, apurar el paso para que el país llegara más pronto al futuro. Sus siembras produjeron frutos cada vez más sólidos, a pesar de las resistencias cada vez más grandes que se opusieron a su labor. Pero a fin de cuentas, él nunca se dio por vencido: Ignacio Chávez ganó, y con él, triunfó México.