Los mapas. Cuántos hombres los han apreciado. Los mapas: El cordón de Ariadna para no perderse en el laberinto del mundo.
Cuando el hombre, un hombre, trazó el primer mapa, no era éste un conjunto de líneas y colores en una tosca superficie. El primer mappae tenía la forma de un árbol: el ``árbol del universo''. El árbol anterior es un mapa metafísico, el padre del árbol de la vida, el árbol de la sabiduría del Edén y el árbol sefirótico de la Cábala hebrea. Ese árbol de creación védica es semejante al ``fresno cósmico'', al cual están dedicadas las Eddas escandinavas. En todos los anteriores mapas se describe la ubicación del lugar de los dioses, del lugar del mundo y del lugar de los muertos. En síntesis, son los mapas del cielo y del infierno.
Es muy posible que antes de que se elaboraran los mapas de la Tierra se hayan realizado los del cielo, pues desde remotas épocas los hombres sabían que en éste se hallaba el secreto de la orientación y de las fechas decisivas del mundo. Es difícil que una cartografía celeste actual supere a las del pasado. Lo hace, claro está, pero la ventaja de la primera sobre las segundas se reduce a aumentar el número de fuegos celestes en el mapa. Nada más.
Tomen un mapa celeste en sus manos y observen el círculo que describe. Desde siempre el círculo, el atractivo de la simetría, se halla presente en la configuración del cielo y del mundo. El encanto del círculo no está en su forma simplemente, sino en su centro, el punto aquel que parece huir a los bordes para que el equilibrio no se pierda. De allí que hayan surgido las ideas de que estamos en el centro del universo y que muchos países se sintiesen el centro del mundo sin importarles tanto la forma del anterior.
En el siglo V a. C, los sabios griegos ya habían advertido que la Tierra era un globo. El Fedón de Platón nos lo narra con detalle. De hecho los pitagóricos creían en ello por razones estrictas de estética, pues las formas circular y esférica eran las más bellas y perfectas en su doctrina. La geografía matemática de los griegos, junto con la astronomía, fueron de capital importancia para que el hombre pudiese trazar un mapa de la Tierra más o menos consistente. Créanlo, es más fácil dibujar los cielos que se exponen a nuestra mirada y a nuestras lentes que la superficie de un planeta sinuoso cortado por aguas, lleno de montañas y de grietas. Los piratas antiguos fueron tan amantes de los mapas como lo fueron los cristianos medievales, hacedores de los mappae mundi. Rápidamente, para la Iglesia los mapas se transformaron en guías de los artículos de fe. Los escenarios de la Biblia requerían para su búsqueda de buenos geógrafos. Nadie como los geógrafos cristianos. Muchos confiaron tan ciegamente en ellos que no dudaron que un día, muy pronto, encontrarían el jardín del Edén. No faltaron los que para amedrentarlos crearon mapas imaginarios en los que se indicaba la ubicación del Santo Grial.
Un mapa terrestre requiere dos coordenadas para decir dónde se encuentra tal lugar. Sin problema, éstas se pueden dar en altitud y latitud con respecto al Ecuador (el ``centro'' de la Tierra). El mapa del espacio necesita de tres coordenadas: Largo, ancho y alto. Si deseamos más exactitud, no olvidemos que el espacio está ligado al tiempo. Así, un buen mapa, además de las coordenadas del espacio necesita la del tiempo, para estar completo. Mencionemos que antes de Einstein, el primero en intuir esto fue el creador de ciencia-ficción Herbert George Wells.
Los mapas del cuerpo humano los ha trazado la anatomía. Milímetro a milímetro, el interior y el exterior del hombre han sido explorados. Las ciencias de la mente nos prometen mapas de ese prodigio, máxima cima de la evolución que se iniciaría cuando un antropoide viró en la escala del reino de lo viviente. La mente, amiga inseparable de la memoria. Quizá el más destacado explorador del continente de la memoria fue un vagabundo, el joven Giordano Bruno. Iniciado desde temprana edad en el arte dominico de la memoria, el cual, decía, no es producto de la magia sino de un tipo especial de ciencia. En el De umbris idearum nos explica técnicas para recordar cosas guardadas en la memoria. Los lugares de la memoria también requerían un tipo especial de mapas de ubicación. ¿Dónde se ubican las ideas?