Rodrigo Morales M.
¿Alianza por la República?

El llamado formal de la Alianza por la República para que los principales partidos de oposición depongan sus diferencias ideológicas en aras de un pragmatismo que abra una nueva época en la vida política del país, puede llegar a ser una promesa tentadora, sin embargo no me parece que tenga aterrizaje sólido en la realidad.

El fin del PRI, de su mayoría en una de las cámaras del Congreso de la Unión, como sinónimo del inicio del paraíso, insisto, puede llegar a ser una oferta atractiva, pero no parece hacerse cargo de todas las complejidades que tendría la preservación de una alianza electoral en el ejercicio de las responsabilidades.

Dos parecen ser los alegatos centrales. Uno que parte de la base de que los votos potenciales del PAN y el PRD se sumarían mecánicamente; argumento que cuando menos hasta ahora no se ha validado en los pocos y frustrantes intentos que ambas fuerzas han hecho para coaligarse. La idea que parece animar dicha aritmética es que el motivo central de ambos votantes es deponer al PRI y, efectivamente, si esto fuera así, las cuentas salen: dos más dos son cuatro. Creo sin embargo, y así lo ha mostrado el comportamiento de los electores, es que, aún cuando el voto contra el PRI sea una motivación importante, no son indiferentes respecto a quién sea el que derrote al partido oficial.

El otro alegato en favor de una coalición parece ser menos candoroso, y consiste en suponer que la única manera de darle gobernabilidad a una eventual derrota priísta sería mediante una nueva coalición mayoritaria. Una nueva mayoría que restituya sobre otras bases a la mayoría que fenece.

La visión de país es preocupante: no se incorpora la posibilidad de que los partidos existentes ganen comicios por sí solos, por la implantación de sus programas; de que se pueda hacer gobierno con menos de la mitad de los electores.

Me parece que contra el argumento de la sumatoria simple de votos, se puede oponer la apuesta por la racionalidad de los electores, por la existencia de una memoria política simple entre quienes votan. El PAN y el PRD, ofertando ambos una alternativa de oposición, han hecho de la diferenciación con la otra oferta, uno de sus activos discursivos. Y lo han hecho no sólo porque represente un recurso en mercadotecnia electoral sino, sobre todo, porque hay razones históricas de peso para hacerlo: efectivamente no representan lo mismo, y los electores con que cada una de esas fuerzas tiene, lo son por las particularidades que cada uno de estos partidos ha conseguido desplegar en el tiempo.

Finalmente en contra del alegato de la nueva mayoría como garantía de gobernabilidad, se puede oponer el muy simple llamado a la tolerancia, a confiar en que la pluralidad irá generando sus propias reglas y contrapesos, como de hecho lo está haciendo (baste ver las experiencias de congresos locales sin mayoría o con el dominio de un partido distinto del Ejecutivo). Pensar que sin alianza opositora no hay gobernabilidad es decir tanto como que si el PRI pierde la mayoría es el caos. Creo que las imágenes que hay que construir y difundir tienen que ver más con la implantación de los partidos políticos, implantación modesta en términos porcentuales pero crecientemente sólida en términos de expresar las diversas opciones y proyectos que cruzan el territorio ciudadano.