La Jornada 6 de enero de 1997

PENDULO LUSITANO EN LA PLAZA MEXICO

Rafaelillo Ť Pedrito de Portugal, el lusitano de 22 años, de apariencia insignificante pero de gran corazón, conquistó a la Plaza México. Su actuación, justa y enterada, fue convincente y plena, si bien cabe anotar que resultó contrastante. Cortó cuatro orejas, una proeza que hacía largo tiempo nadie era capaz de lograr en el coso gigante, y enalteció el toreo clásico, cargando la suerte y llevando al enemigo desde largo, prolongando los pases, en plena fusión artística. Si excesivamente generoso fue el usía al premiar la labor del chaval en su primer toro, Palmerito, de Marcos Garfias, con 489 kilos, anovillado y de fuerza medida, con el que sufrió un revolcón y mató muy mal --de estocada baja que atravesó--, el portugués tuvo ocasión propicia para demostrar toda su valía ante el sexto, Noche Bueno --no Nochebuena, en pleno dislate semántico--, de Carranco, negro bragado con 496 kilos, que se entregó a la labor del espada.

El carranqueño, soso y débil, posibilitó con su buena clase los alardes de Pedrito, quien, verdaderamente inspirado, extrajo el toreo en redondo --dos veces ejecutó la dosantina, palmo a palmo--, y se recreó con el toreo al natural embrujando al morlaco con la magia del temple y el rigor del aguante. La faena a Noche Bueno fue larga en tiempo y forma, en valor y torería. Pedrito jamás se alejó de la cara del burel ni cambió de terrenos. Fue deletreando los muletazos, como si se tratara de una cátedra universitaria, dibujando el trazo y exhibiendo los riesgos.

Fueron 45 los muletazos, la mayoría inmaculados, en los que sublimó las reglas ortodoxas de la tauromaquia. Metido entre los pitones, adormilado en la suerte o corriendo la mano con preciosura, el portugués culminó su trasteo sin permitirse reposo. Pinchó antes de dejar media estocada en buen sitio. ¡Por ese pellizco no cortó el rabo! En Pedrito, quien salió en hombros, hay otra figura indiscutible de la fiesta.

Mariano Ramos se mostró empeñoso con el utrero que abrió plaza, Lagunero, de Marcos Garfias, con 468 kilos. La nula presencia del astado --lo mismo que el primero de Pedrito--, demeritó toda labor taurina. No obstante el público respondió con fuerza en algunos momentos, sobre todo cuando el torero charro corrió la diestra a mano, olvidándose del pecado original. El bicho, además, rodó por la arena en tres ocasiones en deplorable demostración de impotencia. Y, claro, ante un burel sin peligro, el poderío de Ramos no tuvo problemas. Mató de un espadazo caído y hubo quienes solicitaron la oreja, evidentemente despistados. Mariano dio la vuelta al ruedo.

El cuarto, Caporal, con 485 kilos, abanto y probón, desarrolló sentido y jamás se entregó a la muleta de Ramos, quien porfió con escaso éxito. Cuatro pinchazos y entera caída.

Arturo Gilio da la impresión de que planifica con anticipación sus trasteos, y cuando no puede consumarlos, fracasa. A Soñador, el segundo de Marcos Garfias, con 465 kilos, lo lanceó con exceso de florituras, lo banderilleó pasándose y lo muleteó sin estrecharse. Pinchazo y estocada caída. Y con el quinto, Muletero, de Carranco, con 519 kilos, que desarrolló sentido, nada pudo hacer, salvo quitárselo de encima de media trasera y descabello al tercer golpe.