La posibilidad real de un triunfo opositor --que ya anuncian insistentemente las encuestas de opinión-- es el factor político más importante del escenario de 1997. En el centro estratégico de este año se encuentran las elecciones que se llevarán a cabo: la renovación completa de la Cámara de Diputados, una parte del Senado, seis gubernaturas (San Luis Potosí, Campeche, Colima, Nuevo León, Sonora y Querétaro), la jefatura del gobierno del Distrito Federal y su cuarta asamblea. Más importante que el dato mismo de las elecciones y de las reglas del juego que puso en operación la última reforma, la novedad, sin duda, es la expectativa de un triunfo de la oposición, no sólo en la capital sino en el Congreso federal, es decir, por primera vez el país podría tener una nueva mayoría opositora en la cámara baja.
No se trata de un simple desplazamiento, como piensan algunos, sino de empujar cambios legislativos fundamentales, y contrapesos básicos y urgentes al Poder Ejecutivo. Hay dos elementos importantes que es necesario discutir: el cómo hacer de la posibilidad de un triunfo opositor una realidad y el para qué buscarla.
La realidad electoral mexicana ha generado, finalmente, un sistema de tres grandes partidos nacionales --PAN, PRD y PRI-- que se mueven dentro de un sistema de partido dominante, en donde el PRI es todavía una maquinaria importante y la oposición es cada día más fuerte, pero se encuentra dividida en dos opciones. Estamos ante la típica situación que requiere de una alianza amplia de la oposición para poder garantizar el tránsito, al igual que se ha hecho en otros países en momentos similares. Sin embargo, el tema es muy polémico y ha generado visiones extremas.
Sobre el cómo de una posible alianza hay al menos cuatro posiciones que se observan en el clima político actual: a) los que piensan que sólo mediante una alianza opositora amplia, PRD y PAN, será posible ganarle al PRI y llegar a una transición democrática. El supuesto es que la oposición se enfrenta a un partido de Estado todavía fuerte; de lo contrario, la división opositora será la mejor garantía para que el PRI siga dominando, inclusive con mejores reglas del juego y competencias más equilibradas; los triunfos de la oposición en gubernaturas y alcaldías no conducen a un triunfo en el Congreso federal o en la Presidencia porque hay diferentes lógicas de votación; en síntesis, para este grupo, sin alianza no hay posibilidad de derrotar al PRI. b) existen otros que comparten una buena parte de los argumentos de la posición anterior, pero consideran que las alianzas no son indispensables y que tarde o temprano el país llegará a la etapa de la alternancia; se considera que el PAN ya gobierna a 38 millones de habitantes y que el PRD a otros 7 millones, por lo cual, a ese ritmo, pronto la oposición le ganará al PRI sin necesidad de alianzas; otra muestra es que tanto el PAN como el PRD, solos, han ganado últimamente varios de los municipios más importantes del país; el optimismo surge de la comparación del México de hace diez años con el actual y, por lo tanto, se concluye que la caída del voto priísta es irreversible. c) Otros consideran que las alianzas serían deseables, pero que no son posibles; que las diferencias ideológicas y políticas entre la oposición de centro izquierda y la de centro derecha son abismales; que no estamos frente a una dictadura militar como en Chile; que existe una cultura política de oposición que ve con malos ojos las alianzas entre los diferentes; existen tantos agravios entre los líderes opositores (Porfirio contra Diego, Cárdenas contra Lozano, Castillo Peraza contra el PRD, etcétera) que dominan las fobias, por lo cual se hace prácticamente imposible aliarse. d) Finalmente, existe otro grupo que considera que las alianzas no son necesarias, ni mucho menos deseables, sino todo lo contrario, que serían nefastas. Son los intolerantes y duros que ven puros resultados negativos en una alianza; creen que se perjudica a los partidos y se pierde identidad; en esta visión el PAN ve en el PRD lo peor de la izquierda y del PRI de forma combinada, y el PRD ve en el PAN a una derecha muy similar al PRI. Estas posiciones muestran, de más a menos, las posibilidades de acelerar o retrasar los cambios políticos en el país.
Considero que la mejor posibilidad para este 1997 es una alianza opositora amplia para concretar una agenda legislativa democrática. La base serían los proyectos de coincidencia entre el PAN y el PRD, que son la mejor expresión de la nueva mayoría ciudadana del país, como por ejemplo, una nueva ley del trabajo que termine con el corporativismo; una reforma al poder judicial; una vigilancia eficiente sobre el gasto gubernamental que destierre la corrupción sistémica; cambios en la política económica zedillista que la mayoría de la población detesta; una reforma electoral definitiva. En fin, se trata de temas vitales para el país.
Es una responsabilidad de los líderes de la oposición guardarse sus fobias particulares y pensar como estadistas, el país espera respuestas a la altura de los retos de un futuro, que ya llegó...