José Blanco
Ideología y representación política

El mercado político crece en México frente a nuestros ojos, revelando ángulos particulares mexicanos de lo que se ha llamado el fin de las ideologías.

La salida del PRI de una corriente política --encabezada por Cárdenas y Muñoz Ledo--, que se declaró en contra de los nuevos liberales, lo hizo reivindicando en aquel momento la vieja ideología revolucionaria, aunque desde esa posición no tuvo problemas ideológicos para asociarse con grupos y corrientes socialistas y comunistas que, a su vez, habiendo sido históricamente críticos agudos de la ideología de la Revolución Mexicana, tampoco tuvieron problemas para unirse a los nacionalistas revolucionarios.

A partir de esa operación el mercado político ha venido ampliándose continuamente. Una corriente conservadora del PAN fue acogida por esa alianza de socialistas, comunistas y nacionalistas revolucionarios, y nuevas defecciones de priístas, que no hallaron espacio funcional a sus intereses, continúan transitando hacia esa coalición que ya a nadie le es extraña. El mercado es, desde luego, más amplio y las transacciones políticas se vuelven más flexibles: ahí esta el PT en busca de candidatos y El Barzón en busca de partidos.

La abigarrada formación partidaria que es el PRD, se hace posible por la disolución real de las ideologías que un día profesaron los hoy asociados. Ninguna fuerza partidista se sustenta en el nacionalismo revolucionario, ni en el socialismo, ni en el comunismo. ¿Qué une a los nuevos compañeros de partido?

Hay un doble quid: a) su común, vaga oposición (vaga por imprecisa y difusa) al neoliberalismo de los grupos priístas gobernantes y, b) la búsqueda de posiciones que satisfagan los intereses personales de quienes antes portaban banderas ideológicas distintas, pero que arriaron al asociarse.

Tenemos así, en términos históricos, un alucinante juego de espejos. El viejo PRI, como una vasta asociación de grupos políticos heterogéneos, velada por el corporativismo y la cobija de todos, la ideología revolucionaria, lo que hacía aparecer como homogéneo, lo que estaba lejos de serlo; y ahora un PRD, como abierta coalición de grupos políticos también heterogéneos, que asumen su diversidad mediante el abandono de sus antiguas ideologías.

Varias dimensiones problemáticas surgen a partir de esos hechos. Una de ellas es que la nueva alianza de los diversos no equivale al fin de las ideologías, sino al fin de esas ideologías. En efecto, la ideología que postuló al ``socialismo científico'' y al comunismo prosoviético como propuesta de cambio, se halla muerta y enterrada; en tanto el nacionalismo revolucionario ha fenecido también, aunque se halla en alguna medida insepulto. El neoliberalismo, por su parte, es una ideología viva, por donde quiera que se le vea, aunque a veces presuma de no serlo.

El PRD es así una coalición de fuerzas partidarias que portan un estandarte en contra de la ideología neoliberal, pero carecen de uno a favor de algún programa político económico alternativo, mientras el PAN, sin estar exento de heterogeneidad interna, en conjunto afirma un liberalismo político acompañado de un programa económico que continúa siendo un arcano.

Las consecuencias de esas realidades parecen apuntar hacia un trance problemático: si la política neoliberal cortoplacista opera contra el bienestar de la mayor parte de la sociedad, quienes se agrupan bajo esa bandera (aunque ningún discurso político acepta esta asunción), no pueden representar sino a un segmento privilegiado y reducido de la población, al tiempo que el hecho mismo de su agrupamiento político formal representa a sus propios intereses.

De otra parte, en la medida en que los partidos de la oposición tienen aún una rala implantación social y no se asocian principalmente en función de una ideología, también su agrupamiento político formal representa principalmente a sus propios intereses y no a segmentos significativos de la sociedad.

No pongo en cuestión la legitimidad de la autorrepresentación de los intereses de los grupos políticos organizados en forma de partidos. Pero parece de la mayor relevancia advertir sobre los inquietantes problemas de representación de la sociedad en la conformación del poder político del Estado.

En una sesión farragosa y ladina, los diputados del PRI aprobaron las reformas legales que normarán los comicios de este año. Muchos esperamos, con vehemencia, elecciones pulcras. De no ocurrir, la paz de la República se verá amenazada. Pero de ocurrir, daremos un paso decisivo para continuar con la reforma política. Un próximo paso necesario: las relaciones reales de representación que hoy configuran el poder político. La descentralización política efectiva, espera.