La Jornada 7 de enero de 1997

En venganza por la fuga, los presos de la cárcel chilena fueron golpeados

Enrique Gutiérrez, corresponsal/III y última, Santiago, 6 de enero Ť A las tres de la tarde el helicóptero estaba en el aire. Lo tripulaban los tres hombres y una de las mujeres. A las tres y media llegaron sobre la Cárcel de Alta Seguridad (CAS).

Como en las películas sobre Vietnam, en las ventanillas estaban Emilio y el tercero de sus compañeros haciendo fuego contra las casetas de vigilancia con fusiles M-16, los mismos que el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR, en ese momento unido) internó en 1986 a Chile por la caleta de pescadores de Carrizal Bajo, un arsenal que los satélites espías de Estados Unidos detectaron y que luego el Departamento de Estado comunicó a los militares locales.

Fusiles M-16 abandonados precipitadamente por los estadunidenses en Saigón en la estampida de 1975.

Según Hugo Pavez, Emilio no quiso matar a nadie (explica que pese a que la dictadura le asesinó a una hermana en 1987 no busca venganza personal) y por eso ningún custodio de la CAS resultó herido. Claro que, como recrimina el pinochetismo, los guardacárceles en un primer momento sólo atinaron a ocultarse ante este azote que les caía desde el cielo.

La canastilla cayó en el lugar previsto de antemano. Los cuatro de la fuga subieron a ella y fueron izados con rapidez por una especie de grúa improvisada, manejada por la mujer.

El aparato se alejó mientras los guarda-cárceles abrían fuego. Dispararon 180 balas, sólo cuatro impactaron sin consecuencias en el aparato y su canastilla.

Cinco minutos más tarde el helicóptero estaba en el recién inaugurado Parque Brasil, en medio de poblaciones obreras al sur de la ciudad. Emilio gritó preguntando si ninguno de los ocupantes de la canastilla, que azotó duramente contra el polvoriento suelo de una cancha de futbol, estaba herido, según relatan los testigos, dos docenas de escolares que jugaban allí.

Le contestaron que no.

Los frentistas abordaron los dos autos y desaparecieron.

Los vehículos aparecieron más tarde, abandonados junto a los M-16, granadas de fragmentación y armas. Después, a las horas, se encontró al capitán Sagredo en el Lago Rapel y una solitaria huella en los autos, la de Palma Salamanca, que de muy poco sirve a la policía.

Pavez, un ex comunista disciplinado, denuncia que los presos de la CAS han sido golpeados en venganza por la fuga. También piensa que como los prófugos son expertos en atentados: al menos quitaron la vida al senador Guzmán; ajusticiaron al torturador y degollador de Carabineros, el coronel Luis Fontaine, en mayo de 1990, y a un soplón de la inteligencia militar, Víctor Valenzuela Montecinos, y mataron con un bate con explosivos al marine estadunidense (de dotación de la embajada en Santiago) James Trevor Thomas mientras jugaba beisbol en el Estadio Nacional, muchos tendrán que poner las barbas en remojo.

Pavez dice que ``los que tienen cuentas que pagar que se anden con cuidado. No tienen garantizada la vida. Los que tienen las manos manchadas con sangre, de alguna forma el Frente podría pasarles la cuenta''.

En un comunicado, la noche del 2 de enero, el FPMRA reivindicó la fuga. De paso dijo que un tal comandante Fabián, que apareció en la CNN diciendo que los frentistas rescatados habían salido del país, no era otra cosa que un burdo invento de la inteligencia militar pinochetista.

En cuanto a Emilio y su grupo, agregó que ellos están bien.

¿Dónde?

Eso, al menos hoy, sólo lo saben los directamente involucrados en la fuga del siglo, que puso a temblar a la clase política chilena y demostró que la guerrilla izquierdista, como los muertos que vos matasteis de la literatura española, gozan de buena salud.

De ello pueden dar testimonio en Lima y en Santiago, para no hablar de Santafé de Bogotá