Arnoldo Kraus
Huelgas de hambre

En México, las exiguas voces de la opinión pública se han beneficiado y fortalecido por algunas modificaciones recientes, tanto de la conciencia social como por progresos en el ámbito de la democracia. Tales manifestaciones, afortunadamente han permitido a la comunidad la dualidad de ser actores y jueces al unísono. A la vez, han posibilitado que sucesos otrora insospechables, se conviertan en realidad. Así, por ejemplo, observamos que algunos priístas se convierten en ex priístas, que ex gobernadores son encarcelados, que se solicite a la población que vote para saber si el EZLN debe transformarse en FZLN, que se lleven a cabo, aun cuando lerdos, diálogos entre el ejército zapatista y el gobierno. Todos estos ejercicios de la razón y la voluntad deberán multiplicarse en forma geométrica: de ellos dependemos para construir otra nación.

A las demostraciones anteriores asistimos gozosos: cada nuevo encuentro engrosa el abanico de posibilidades para que la sociedad se exprese, crezca, y dé puerta a la esperanza para que toda voz diferente y genuina contribuya a edificar una sociedad más justa, con futuro. Sin embargo, así como la conciencia se alimenta de algunos sucesos, es sorprendente que en otros casos la indiferencia o la enjuta información, no fomente con mayor vigor la opinión pública, la protesta. Tal fue el caso sui generis de la huelga de hambre de los trabajadores de limpia de Tabasco.

Sui generis porque al momento de escribirse estas líneas, dos de ellos habían cumplido 83 días sin comer, porque de fallecer ¿quiénes resultarán corresponsables? y porque hasta ahora, el problema no parecía competer ``a nadie'': ni al gobierno de Tabasco ni a la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) ni al gobierno de la República; ninguna instancia había asumido la responsabilidad. Hoy --5 de enero-- encuentro que finalmente Gobernación será mediadora por instrucciones presidenciales. Imposible callar las preguntas: ¿había que esperar tanto?, ¿en cuánto valora el gobierno la vida de los barrenderos?

El hambre voluntaria --con la posibilidad de muerte no voluntaria-- y el uso de la sangre como signo de repudio son duras amenazas para la moral de cualquier país. No se trata de caprichos, modas o fanatismos de los acusadores. Tampoco acudimos a juegos sin sentido o a campañas propagandísticas. El panorama es complejo y pasado el tiempo --apenas iniciaron las negociaciones--, difícil la solución. Solución a la que no contribuyen ni el llamado de la dirigencia del PRD, quien los ha exhortado a terminar el ayuno, y mucho menos la declaración de la CNDH, en la que reiteró que carece de competencia para resolver asuntos laborales. Ni qué decir de la zozobra agregada por la indiferencia de la gubernatura de Tabasco y por el larguísimo mutismo de nuestro gobierno.

Quienes ayunan exigen solución a sus demandas de reinstalación, salarios caídos, reconocimiento de antigüedad y cese de las 45 órdenes de aprehensión contra sus compañeros. Entiendo que ante la incapacidad para conseguir sus propósitos optaron por soluciones y vías límite. Insisto: para este grupo, enfermar o quizá morir por inanición voluntaria y desangrarse son métodos extremos y quizá únicos. ¿Cuentan acaso con otros recursos para luchar por sus principios? Los últimos años han demostrado que en Tabasco no prevalece la razón.

Los problemas éticos emanados de tales acciones, sobre todo si sobreviene la muerte de los ayunantes, deberán confrontarse por las instancias tabasqueñas responsables. Aun cuando conozco las cuestiones relacionadas con la ética del suicidio, soy incapaz de vislumbrar los dilemas implícitos en la muerte volitiva por hambre. En estos casos, no se fenece solo: la muerte también arrastra a la otra parte. Muchos códigos morales tendrán que escribirse en Tabasco y no menos preguntas de la sociedad deberán responderse. Si en México nos oponemos a la pena de muerte y a las ejecuciones sumarias, las huelgas de hambre de connacionales deberían horrorizarnos.

De fallecer alguno de los huelguistas, todo lo que se escriba será poco. Es por eso que a pesar de que admiro sus escritos, dudo que Elie Wiesel, Nobel de la Paz en 1986, haya tenido razón cuando afirmó que ``muy pobre será una reflexión filosófica que no parta de una lengua enriquecida con la experiencia''. La experiencia de los barrenderos es intransferible; desde la génesis de sus humillaciones hasta la acción límite que los orilló a apostar su vida en busca de justicia. Nos queda, a la sociedad civil, la tarea de confrontar el valor moral y humano de los dos ayunantes --Venancio Jiménez y José Luis Magaña-- contra los códigos éticos que rigen las conductas del gobierno tabasqueño.