Luis Linares Zapata
Alianza etérea

A Octavio Rodríguez Araujo, en su pena

Los reacomodos políticos habidos al final del 96 dejaron una caldera donde bullen los caldos de un nuevo año electoral plagado de incógnitas y promesas. En este semestre del 97 se jugarán en las urnas la continuidad de un régimen de gobierno, la validez del accionar democrático de los partidos y las garantías para influenciar los niveles de bienestar individual y comunitario. Un segmento de la sociedad, delicado y capaz, viene citando a las fuerzas activas de la población, sobre todo a las partidistas, a una gran alianza que ellos llaman por la República. Sus antecedentes pueden trazarse en Italia (Olivo), la derecha francesa o en Chile (el no del referéndum). Pero la prosapia del 88 mexicano también la persigue. Los abajo firmantes se emparentan, algunos lejanamente aunque otros en cambio son reincidentes, con aquéllos que presagiaron el choque de trenes y lanzaron sus compromisos por la nación. Habrá por tanto que atenderlos, pero las dudas y los recelos los seguirán de manera por demás despiadada. Muchas cosas apuntan hacia una alianza salida de los análisis y deseos de un hábitat crítico de élite y no del trasiego de activistas que construyen, en lo cotidiano y directo, la realidad electoral. Son propuestas y sobre todo supuestos que no se concilian con los firmes datos empíricos extraídos de los distritos, ni tampoco tienen el rigor académico que supuestamente deberían contener. Afirmar que una sumatoria de las votaciones entre el PAN y el PRD batirían a las simpatías por el PRI adherido al peso gubernamental, es un aventurado basamento que fácilmente puede ser contradicho por los pormenores y la información asequible. La actualidad de los sentires revelados en encuestas y en los resultados de recientes elecciones muestran, a las claras, que quienes pueden sacar al PRI del gobierno son los partidos tal y como se han consolidado. El PAN en el país, y el PRD o el mismo PAN en el DF. Los plazos pueden ser en el cercano 97 o a más tardar en el 2000. Forzar con atajos lo que está por llegar, simplemente pone una presión innecesaria a la penosa operatividad organizativa del detallado proceso electivo. Habría que imaginar los pleitos y las pasiones desatadas a todo lo ancho y profundo de la geografía política tan arraigadamente partidista y personal. Tal panorama de desencuentros entre militantes y confusiones para los votantes es aterrador. Las diferencias ideológicas de los partidos, soportes de tal alianza, con amplitud superan los puntos de confluencia. Las franjas de electores dejadas a la deriva serían una incógnita cuyo acomodo final se desconoce. La gobernabilidad endeble que se le supone a un partido de la oposición en caso de triunfar (DF) es una línea de argumentación tramposa. Tanto el PAN como el mismo PRD podrían formar una plataforma de sustentación más pastosa y entramada que la de una coalición asentada sobre las dos o tres líneas comunes que se esperan encontrar en la confluencia. La gobernabilidad se sustenta, en el caso de la transición mexicana, sobre el juego efectivo de distintos partidos políticos, del concurso de otras organizaciones paralelas, en el efectivo rol de los medios de comunicación y en la, ahora evidente, voluntad ciudadana por el cambio. La inteligencia y perspicacia del electorado es un valor que parece flotar a la deriva en la nada novedosa alianza que ahora se lanza en sendos desplegados (Proceso, Reforma). Nada apunta para afirmar que la oposición a la continuidad del PRI sea la motivación principal del voto. Menos aún si se concita alrededor de personajes ajenos, novedosos o notables en otros ambientes, pero de los que no se sabe si sumarán o restarán adhesiones y simpatías masivas. La entusiasta y consensual actitud mostrada por la cúpula perredista contrasta con la tibieza y cautela del contendiente principal del priísmo, el PAN. Si los perredistas parten de la casi mágica idea de repetir el escenario del FDN y de que ello les multiplicará sus oportunidades, pueden caer en los segundos guiones ya reprobados en el 91 y el 94. El PRD puede aspirar, con presteza y certidumbre, a conquistar la jefatura del DF y varias de las diputaciones que con ella se disputarán a partir de un amplio llamado a la izquierda. El PAN puede también pretenderlo con toda legitimidad y garantías. Por lo demás parece que la dichosa alianza es un motivo de distracción y merma de energías que bien pueden, como el famoso choque de los trenes, ayudar a lo que se pretende evitar: la continuidad odiosa de una decadente forma de gobernar a México. La lenta y dolorosa transición mexicana viene surcando su propio, consistente y terco sendero.