Carlos Monsiváis
Alianza para el regreso
¿Es posible o deseable la alianza del PAN y el PRD? La respuesta es afirmativa si describe un acuerdo para elecciones confiables, que eviten la manía gubernamental de acumularle recursos al PRI (``O el mayoriteo de siempre o el caos''), y frenen el impulso de los cacicazgos (locales, regionales, gremiales). Pero el asunto ya se oscurece con la renuncia de una de las partes: ``La alianza que proponen los perredistas al PAN con miras a las elecciones de este año sería una torpeza política y un error histórico, ya que éste es precisamente el momento en que el PRD se está pareciendo más al viejo PRI... Los dirigentes que proponen las alianzas son unos desesperados. Creo que sí se desesperan tanto por el poder que son capaces de inventar este tipo de alianzas a como vengan, muestran un apetito por el poder muy parecido al apetito priísta. Cada partido debe competir con su propio perfil...'' (Carlos Castillo Peraza, Reforma, 4 de enero de 1997.) ``El argumento de unirse para vencer al PRI es de tal pragmatismo que quienes lo enarbolan no merecen llamarse partido político. El del PRD es un plan electorero de poca seriedad'' (diputada Cecilia Romero, El Nacional, 7 de enero). De la otra parte, hay también dudas. Ante ``las seguridades de que el PAN y el PRD serían invencibles'', el líder perredista Cuauhtémoc Cárdenas afirma matizadamente: ``El problema es en torno a qué se da la alianza, con base en qué, con el objetivo de qué. ¿De que saquemos al PRI del gobierno? Eso no es suficiente. Porque, ¿y quién se queda al frente del gobierno?'' (La Jornada, 30 de diciembre de 1996).
La fusión dispone de partidarios. Un grupo de distinguidos intelectuales publicó el manifiesto Alianza por la República (Proceso, 5 de enero de 1997), el primero de cuyos objetivos inmediatos sería: ``Construir en la pluralidad y la concordia un nuevo consenso político básico sobre el que se sustente la República''. Ya constituida la Alianza, proceden formas de integración sobre la marcha: ``2. Que los dirigentes, cuadros, militantes y simpatizantes de los principales partidos políticos registrados asuman la decisión de luchar juntos para que, en julio de este año, sean electos candidatos y candidatas de convergencia, con programas fundamentales comunes, al Congreso federal, al gobierno y a la Asamblea Legislativa del Distrito Federal'' (es de suponerse que en esos ``principales partidos políticos registrados'' no figura el PRI). Y en el PRD la tendencia unitaria ha sido considerablemente más explícita que en el PAN: ``Concretar una alianza es la oportunidad histórica de terminar con el PRInochet'' (Porfirio Muñoz Ledo, Reforma, 6 de enero de 997). ``Se deben dejar atrás las diferencias de proyectos (entre el PRI y el PAN) y llegar a una unión con fines práctico-electorales'' (Ramón Sosamontes, Reforma, 6 de enero). ``Nosotros estamos abiertos a la construcción de alianzas, porque por encima de los intereses del partido están los intereses de la nación... Ahora esperaremos al PAN. Nosotros ya hicimos a un lado nuestros propósitos muy particulares'' (Andrés Manuel López Obrador, El Financiero, 4 de enero de 1997). ``(Al proponer la Alianza) los perredistas ya actuamos con responsabilidad en beneficio de la nación, y ahora quien tiene la palabra es el PAN'' (Amalia García, El Financiero, 4 de enero). ``Si el PAN antepone los intereses personales de sus dirigentes o de sus grupos internos y declina la posibilidad de ir en una gran alianza opositora en julio próximo, entonces tendrá que asumir las consecuencias frente a la ciudadanía'' (diputado Jesús Ortega, El Universal, 7 de enero). Y para no quedarse atrás, el líder del PRI, Humberto Roque Villanueva, cuyo oficio notorio es concentrar la crítica y el choteo para no desgastar tanto al gobierno, filosofa: ``Respecto a una cierta exhortación que hay por ahí de que debieran unirse el PAN y el PRD, lo primero que se me ocurre pensar es que es una manera poco democrática de pensar. Cómo sería posible que dos extremos, la derecha y la izquierda, pretendan desaparecer al centro ideológico, al centro político del país, el PRI. Me parece que esa forma de pensar es antidemocrática'' (La Jornada, 7 de enero). Siempre que piensa Roque le da a uno qué pensar, eso que ni qué. Ahora resulta que el partido del neoliberalismo a ultranza es de centro.
Si la alianza es técnica y políticamente imposible, ¿qué la hace deseable? ¿Cómo se arma, entre dos partidos tan opuestos, ``un nuevo consenso político sobre el que se susente la República''? ¿Y qué es entonces un ``consenso político''? ¿Es sólo la decisión, ciertamente encomiable, de terminar con la catástrofe sucesiva y acumulativa de los gobiernos priístas? Dadas las trayectorias históricas de la izquierda y la derecha, este consenso de los ``fines práctico-electorales'' (expresión insigne) requerirá, si va a funcionar, de la eliminación de todo desacuerdo en materia de economía (¡el gobierno como el vacío perfecto!), y de ni siquiera mencionar algunos temas y problemas del panismo: uso y abuso de la censura, manejo siempre represivo de la ``moral y las buenas costumbres'', oposición al control natal (o ``supresión natal'', para usar el lenguaje de los probables aliados del perredismo, no a las campañas de prevención del sida (``¿qué es eso de condones?'', preguntarán los gobernantes emanados de la alianza), no rotundo a la despenalización del aborto, trato hostil a las minorías (recuérdense los pronunciamientos del PAN sobre derechos indígenas y demandas del EZLN, menciónese una sola vez que el PAN haya criticado la feroz intolerancia contra las minorías religiosas, evóquese la homofobia de ese partido).
¿Es lo anterior tan secundario que nada más afecta ``los intereses personales'' de los panistas? ¿Podrían informarnos los perredistas si a la nación sólo le interesa la extinción del PRI? ¿Son los programas (los principios) del PRD tan menores (``propósitos muy particulares'') que pueden postergarse con facilidad? ¿A qué responsabilidad se refiere Amalia García: a la sacralización de la alternancia? ¿Y cuál sería el papel de los candidatos: carecer de ideas y programas mientras no los aprueben los dos partidos?
Según el manifiesto Alianza por la República, ``las diferencias que separan a las oposiciones no deberían ya ser motivo para posponer la realización de los cambios democráticos fundamentales que demanda la sociedad''. Con el respeto que me merecen los firmantes, esto es verdad hasta cierto punto. También a las oposiciones las distancian sus ideas a propósito de libertades civiles, libertades artísticas, derechos humanos, proyectos culturales y cambios democráticos, porque la derrota del PRI y sus patrocinadores no es el único exigible. Es importantísima desde luego, pero eso no disminuye la relevancia de otras metas, como tampoco elimina los problemas legales de la unidad, las expectativas de los votantes y la necesidad de un temario de campaña no nada más centrado en el relegamiento definitivo del PRI. Así, en lo tocante al proyecto económico, para mí lo fundamental, el gobierno y el PAN difieren parcialmente en el énfasis y coinciden en el entusiasmo por lo privado (sea neoliberal o subsidiario). Y la posición del PAN ante el laicismo, la educación pública y los derechos obreros no es todavía, y espero que jamás lo sea, la del PRD.
¿Es todo lo anterior, insisto, aplazable o minimizable en función de las exigencias democratizadoras? ¿Y se puede privilegiar un solo elemento de la democratización, la alternancia? Para el PRD, la alianza más bien orgánica con el PAN que ha delineado sería, además de fantasiosa, una torpeza política y un error histórico, error al que predisponen las ganas de ``respetabilidad'' de algunos dirigentes. Hace unas semanas el coordinador del PRD en el Senado, Héctor Sánchez López, afirmó: ``La relación o no con la Iglesia ya no es punto de definición de los partidos. La reunión del PRD con los obispos fue positiva y contribuyó a romper tabúes'' (El Financiero, 16 de diciembre de 1996). No se discute la obligación del diálogo con la Iglesia (aquella considerada por el senador Sánchez la única existente) ni con otros credos religiosos, pero sí es urgente añadirle distancia crítica: ¿O el PRD aprueba, por ejemplo, la abolición de las políticas de control natal y el sometimiento educativo al catecismo? Si es así, que proceda la alianza con el PAN, ya que el PRD habrá dejado de ser opción para quienes creemos en la República laica y en los cambios democráticos, cuyo punto de partida, de acuerdo, es la alternancia en el poder, pero que si allí se detienen acabarán siendo el relevo de nombres en un paisaje igualmente inepto y aún más derechizado, aunque tal vez menos corrupto. No serán los golpes de ansiedad voluntarista los que apresuren la siempre deseable y justa derrota del PRI.